CRÓNICA DESDE OSAKA // JORDI JUSTE
Por primera vez en 60 años, Osaka cuenta con un teatro dedicado exclusivamente al arte del rakugo. La inauguración del nuevo centro supone la confirmación de la vigencia de este género de humor tradicional. El término rakugo (literalmente, palabra caída) parece tener su origen a finales del siglo XIX, pero el arte del monólogo cómico japonés se remonta como mínimo al siglo XVII, cuando los profesionales que lo practicaban eran contratados por los señores de la guerra de entonces para distraerlos en los momentos de asueto de las campañas militares.
Por primera vez en 60 años, Osaka cuenta con un teatro dedicado exclusivamente al arte del rakugo. La inauguración del nuevo centro supone la confirmación de la vigencia de este género de humor tradicional. El término rakugo (literalmente, palabra caída) parece tener su origen a finales del siglo XIX, pero el arte del monólogo cómico japonés se remonta como mínimo al siglo XVII, cuando los profesionales que lo practicaban eran contratados por los señores de la guerra de entonces para distraerlos en los momentos de asueto de las campañas militares.
Antes de la segunda guerra mundial, Osaka y Tokio contaban con numerosos teatros de rakugo, que ofrecían entretenimiento a precios moderados al pueblo llano. Pero los bombardeos aéreos acabaron con la mayoría. Sin embargo, el género sobrevivió en otros teatros cómicos o en la radio y la televisión, medios a los que se adapta con gran facilidad. En la actualidad hay diversos programas televisivos de rakugo seguidos por un público de edades diversas, sobre todo los fines de semana.
La gente de Osaka tiene fama de ser la más salada de Japón. Además, la capital del oeste japonés es la sede de la agencia Yoshimoto, proveedora de gran parte de los cómicos que pueblan los numerosísimos programas de humor de la televisión nipona, así como muchos de los teatros de la ciudad y también de Tokio. Pero el rakugo no es una forma más del humor nipón, es una demostración de la compatibilidad del arte, la tradición y la risa.
La gracia del rakugo no está tanto en la historia como en la manera de contarla. El artista, vestido con un quimono sobrio y sentado sobre un almohadón cuadrado, cuenta con un abanico y un pañuelo por todo atrezo. Sus únicas armas son su lenguaje corporal y su voz, que usa para representar los diversos personajes y los sonidos de acompañamiento. El cuento tiene un final cómico, la llamada palabra caída o rakugo. La entrada y salida del artista se subrayan con el sonido del shamisen (instrumento de cuerda tradicional) y la flauta shakuhachi.
Hay un repertorio clásico de historias a las que los diferentes actores hacen aportaciones personales, pero el rakugo, especialmente en sus versiones mediáticas, también hace chanza de la actualidad. Por estas fechas, una fuente de inspiración son las cenas de empresa para despedir el año, en las que muchos japoneses se exceden con el alcohol y rompen el protocolo y el habitual respeto a los superiores jerárquicos, lo que genera numerosas situaciones embarazosas que los contadores de historias convierten en arte.
El nuevo teatro de rakugo se llama Tenjin Hanjo Tei, tiene capacidad para 250 personas y está situado junto al santuario sintoísta Temmangu, en el popular barrio de Temma, en el centro de Osaka. Para su construcción se hizo una campaña de donativos que recogió 200 millones de yenes (más de un millón de euros) entre los comerciantes locales y entre los miembros de la asociación de rakugokas. El edificio está construido con madera de ciprés, la preferida en muchas construcciones sintoístas, con la esperanza de que dure por lo menos cien años.
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