Crónica desde Osaka
Jordi Juste
Los primeros días del año muchos japoneses acuden al santuario sintoísta más cercano a su residencia para cumplir con la tradición que se conoce como hatsumode. Literalmente, se trata del primer rezo del año, pero para la inmensa mayoría es también el último, así que aguantan a veces horas de cola para orar unos segundos ante el honden, el edificio que aloja a la deidad principal del lugar.
El procedimiento habitual del rezo comienza con el enjuagado de la boca y la limpieza de las manos para purificarse con agua recogida en un cuenco de madera de la fuente que hay en la entrada del recinto. Una vez frente al honden (al que sólo acceden los sacerdotes), se balancea una gruesa cuerda para hacer sonar la campana que llama a los dioses; entonces se echa un donativo en un gran cepillo de madera y se inclina la cabeza dos veces, se baten las palmas también dos veces y se juntan las manos a la altura de la frente para rezar durante unos segundos.
En enero, además, los santuarios ofrecen sake (vino de arroz) y aprovechan para vender gran cantidad de omamori (amuletos); algunos tienen como “fecha de caducidad” el 31 de diciembre, por lo que lo normal es llevar estos días los viejos para echarlos a una gran hoguera que se enciende en el recinto y sirve además para calentarse mientras se leen los omikuji, unos textos con la previsión individual de fortuna para el año, que se obtienen pagando entre 100 y 200 yenes (entre 65 céntimos y un euro con 30 céntimos) y que luego se dejan anudados a la rama de un árbol. La afluencia de público para comprar amuletos y pagar por conocer su suerte es tan grande que, cada año, miembros de la yakuza (la mafia japonesa) o simples espavilados intentan colar billetes falsos de 10.000 yenes a las atareadas miko (monaguillas), a menudo chicas inexpertas contratadas para la ocasión.
Hoy en día, para la mayoría de japoneses el sintoísmo es, más que una religión con un credo claramente identificable, la columna vertebral del folclore patrio, un repertorio de ritos y lugares que sirven como aglutinante de la identidad nacional. Desde el fin de la segunda guerra mundial, Japón es un estado aconfesional, aunque el sintoísmo sigue considerando a los japoneses una gran familia a la cabeza de la cual se encuentra el Tenno, término que significa “soberano del cielo” pero se traduce habitualmente como “Emperador”.
El actual Tenno, Aki Hito, sale todos los años el uno de enero al balcón del palacio imperial, desde donde saluda, junto al resto de la familia, a los miles de seguidores reunidos, que hacen ondear la bandera del hinomaru (disco solar) y repiten las tres veces de rigor los gritos de banzai (diez mil años), con los que se desea larga vida al soberano. Es una buena ocasión para recordar que desde 1868 hasta 1945 el shinto (camino de los dioses) fue la religión del Estado y el Emperador era considerado un dios, descendiente de Amaterasu la diosa que creadora del país, según la leyenda.
Este año, coincidiendo con el hatsumode y el saludo del Tenno, muchos japoneses han podido emocionarse en cines abarrotados viendo Cartas desde Iwojima, la magistral película de Clint Eastwood sobre uno de los episodios más sangrientos de la guerra del Pacífico, donde el general Kuribayashi (Ken Watanabe) conmina a sus soldados a entregar la vida por Japón al grito de Tenno, banzai!, banzai!, banzai! dedicado al emperador Hiro Hito, el padre de Aki Hito, recordado póstumamente como Showa Tenno.
Jordi Juste
Los primeros días del año muchos japoneses acuden al santuario sintoísta más cercano a su residencia para cumplir con la tradición que se conoce como hatsumode. Literalmente, se trata del primer rezo del año, pero para la inmensa mayoría es también el último, así que aguantan a veces horas de cola para orar unos segundos ante el honden, el edificio que aloja a la deidad principal del lugar.
El procedimiento habitual del rezo comienza con el enjuagado de la boca y la limpieza de las manos para purificarse con agua recogida en un cuenco de madera de la fuente que hay en la entrada del recinto. Una vez frente al honden (al que sólo acceden los sacerdotes), se balancea una gruesa cuerda para hacer sonar la campana que llama a los dioses; entonces se echa un donativo en un gran cepillo de madera y se inclina la cabeza dos veces, se baten las palmas también dos veces y se juntan las manos a la altura de la frente para rezar durante unos segundos.
En enero, además, los santuarios ofrecen sake (vino de arroz) y aprovechan para vender gran cantidad de omamori (amuletos); algunos tienen como “fecha de caducidad” el 31 de diciembre, por lo que lo normal es llevar estos días los viejos para echarlos a una gran hoguera que se enciende en el recinto y sirve además para calentarse mientras se leen los omikuji, unos textos con la previsión individual de fortuna para el año, que se obtienen pagando entre 100 y 200 yenes (entre 65 céntimos y un euro con 30 céntimos) y que luego se dejan anudados a la rama de un árbol. La afluencia de público para comprar amuletos y pagar por conocer su suerte es tan grande que, cada año, miembros de la yakuza (la mafia japonesa) o simples espavilados intentan colar billetes falsos de 10.000 yenes a las atareadas miko (monaguillas), a menudo chicas inexpertas contratadas para la ocasión.
Hoy en día, para la mayoría de japoneses el sintoísmo es, más que una religión con un credo claramente identificable, la columna vertebral del folclore patrio, un repertorio de ritos y lugares que sirven como aglutinante de la identidad nacional. Desde el fin de la segunda guerra mundial, Japón es un estado aconfesional, aunque el sintoísmo sigue considerando a los japoneses una gran familia a la cabeza de la cual se encuentra el Tenno, término que significa “soberano del cielo” pero se traduce habitualmente como “Emperador”.
El actual Tenno, Aki Hito, sale todos los años el uno de enero al balcón del palacio imperial, desde donde saluda, junto al resto de la familia, a los miles de seguidores reunidos, que hacen ondear la bandera del hinomaru (disco solar) y repiten las tres veces de rigor los gritos de banzai (diez mil años), con los que se desea larga vida al soberano. Es una buena ocasión para recordar que desde 1868 hasta 1945 el shinto (camino de los dioses) fue la religión del Estado y el Emperador era considerado un dios, descendiente de Amaterasu la diosa que creadora del país, según la leyenda.
Este año, coincidiendo con el hatsumode y el saludo del Tenno, muchos japoneses han podido emocionarse en cines abarrotados viendo Cartas desde Iwojima, la magistral película de Clint Eastwood sobre uno de los episodios más sangrientos de la guerra del Pacífico, donde el general Kuribayashi (Ken Watanabe) conmina a sus soldados a entregar la vida por Japón al grito de Tenno, banzai!, banzai!, banzai! dedicado al emperador Hiro Hito, el padre de Aki Hito, recordado póstumamente como Showa Tenno.
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