CRÓNICA DESDE KIOTO
Jordi Juste. Kioto
Desde que empiezan a subir las temperaturas en primavera hasta la llegada del otoño, en muchos pueblos y barrios de Japón se oye de vez en cuando una voz que, por sus notas alargadas y su repetición, puede recordar, a oídos de un ignorante, la llamada del almuédano a los musulmanes. En realidad se trata de algo menos trascendente pero casi tan antiguo como la llamada a la pregaria desde la mezquita. La voz dice warabiii mochiii, kakigooooriii y proviene de los altavoces de pequeñas furgonetas que recorren a menos de diez kilómetros por hora el laberinto de callejuelas que es gran parte de Japón pregonando la bondad de las bolas de pasta de arroz (warabi mochi) y las birutas de hielo con jarabe (kakigori) para soportar los rigores del caluroso y húmedo verano.
Las bolas de arroz son el complemento alimenticio ideal, la excusa que necesitan muchos padres para bajar a la calle con sus hijos, parar al vendedor y hacerle un pedido refrescante. El kakigori comparte la materia prima básica con nuestros granizados, pero no es exactamente lo mismo. El hielo no está troceado, sino más bien raspado, de forma que su aspecto es parecido a la nieve. Por su frágil consistencia, no se puede tener preparado de antemano, así que la operación de convertir en birutas las masas de agua helada hay que llevarla a cabo justo antes de servir. Los vendedores ambulantes llevan grandes bloques de hielo en cajas aislantes y usan para cortarlos unos molinillos manuales. Una vez tienen la montañita de nieve le añaden el jarabe que le da sabor y color. La operación es sencilla, la materia prima es barata y el resultado suele costar unos trescientos yenes (casi dos euros).
Hay kakigori con sabor de todas las frutas e incluso de leche condensada. A parte de las furgonetas ambulantes, también se vende mucho en los puestos que se instalan en las calles durante las fiestas de verano, y en un gran número de restaurantes como postre. Además se venden modelos de molinillos domesticos, muchas veces decorados con dibujos de los personajes más populares de los dibujos animados infantiles, ya que el kakigori es una comida eminentemente para niños. “Este año todavía no había comido, pero siempre como cuando voy con mis padres al matsuri”, dice Isaki, alumno de tercero de primaria en una escuela de Kioto, en referencia a las celebraciones de verano que equivalen a nuestras fiestas patronales.
El vendedor confirma que julio y agosto son los meses fuertes del kakigori. En los meses de invierno, muchos heladeros ambulantes canvian la nieve coloreada por las patatas asadas. Entonces la voz canta ishiyaaakimooo, acompañada de un pitido de vapor que sugiere el poder del calor de los tubérculos para vencer el frío. La furgoneta del vendedor de frío y calor está pintada de blanco y no lleva en ninguna parte escrito su nombre. Las ventas no parecen ser como para hacerse rico, pero los márgenes son suficientemente amplios como para querer intentar zafarse de los recaudadores de impuestos.
Jordi Juste. Kioto
Desde que empiezan a subir las temperaturas en primavera hasta la llegada del otoño, en muchos pueblos y barrios de Japón se oye de vez en cuando una voz que, por sus notas alargadas y su repetición, puede recordar, a oídos de un ignorante, la llamada del almuédano a los musulmanes. En realidad se trata de algo menos trascendente pero casi tan antiguo como la llamada a la pregaria desde la mezquita. La voz dice warabiii mochiii, kakigooooriii y proviene de los altavoces de pequeñas furgonetas que recorren a menos de diez kilómetros por hora el laberinto de callejuelas que es gran parte de Japón pregonando la bondad de las bolas de pasta de arroz (warabi mochi) y las birutas de hielo con jarabe (kakigori) para soportar los rigores del caluroso y húmedo verano.
Las bolas de arroz son el complemento alimenticio ideal, la excusa que necesitan muchos padres para bajar a la calle con sus hijos, parar al vendedor y hacerle un pedido refrescante. El kakigori comparte la materia prima básica con nuestros granizados, pero no es exactamente lo mismo. El hielo no está troceado, sino más bien raspado, de forma que su aspecto es parecido a la nieve. Por su frágil consistencia, no se puede tener preparado de antemano, así que la operación de convertir en birutas las masas de agua helada hay que llevarla a cabo justo antes de servir. Los vendedores ambulantes llevan grandes bloques de hielo en cajas aislantes y usan para cortarlos unos molinillos manuales. Una vez tienen la montañita de nieve le añaden el jarabe que le da sabor y color. La operación es sencilla, la materia prima es barata y el resultado suele costar unos trescientos yenes (casi dos euros).
Hay kakigori con sabor de todas las frutas e incluso de leche condensada. A parte de las furgonetas ambulantes, también se vende mucho en los puestos que se instalan en las calles durante las fiestas de verano, y en un gran número de restaurantes como postre. Además se venden modelos de molinillos domesticos, muchas veces decorados con dibujos de los personajes más populares de los dibujos animados infantiles, ya que el kakigori es una comida eminentemente para niños. “Este año todavía no había comido, pero siempre como cuando voy con mis padres al matsuri”, dice Isaki, alumno de tercero de primaria en una escuela de Kioto, en referencia a las celebraciones de verano que equivalen a nuestras fiestas patronales.
El vendedor confirma que julio y agosto son los meses fuertes del kakigori. En los meses de invierno, muchos heladeros ambulantes canvian la nieve coloreada por las patatas asadas. Entonces la voz canta ishiyaaakimooo, acompañada de un pitido de vapor que sugiere el poder del calor de los tubérculos para vencer el frío. La furgoneta del vendedor de frío y calor está pintada de blanco y no lleva en ninguna parte escrito su nombre. Las ventas no parecen ser como para hacerse rico, pero los márgenes son suficientemente amplios como para querer intentar zafarse de los recaudadores de impuestos.
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