Los hijos son los principales agresores y las madres las víctimas más comunes A menudo ni víctimas ni agresores son conscientes de serlo
Osaka. Jordi Juste
Casi 13.000 casos de abusos domésticos a ancianos fueron denunciados en Japón a lo largo del año pasado, según datos oficiales. El número, que incluye 32 asesinatos, puede parecer normal si se tiene en cuenta que Japón tiene una población de 127 millones de habitantes, de los que uno de cada diez tiene más de 75 años. Sin embargo, los expertos creen que las denuncias registradas son sólo la superficie de un problema mucho más profundo que no ha hecho más que comenzar a aflorar. “No es que aumenten los casos de abusos a ancianos, es que hasta ahora se consideraban una cuestión familiar y no se denunciaban. Por supuesto, la situación es alarmante”, explica Shigeko Yamamura, del Centro Japonés para la Prevención del Abuso a Ancianos.
Un estudio del Ministerio de Salud refleja que un 39% de los casos confirmados de abusos fueron perpetrados por hijos varones, mientras que los autores fueron las hijas en un 15% de ocasiones y los esposos de los ancianos también en un 15%. En cuanto a las víctimas, casi una de cada tres fue una mujer que vivía con su hijo soltero, lo que apunta a la incapacidad de muchos hombres, que han vivido hasta su madurez recibiendo los cuidados de sus madres, de cambiar de rol y pasar a soportar la carga de ocuparse de elllas.
Cambio sociocultural
El papel del hombre como cuidador de sus padres ancianos es algo nuevo en la sociedad japonesa. Hasta hace pocas décadas, prácticamente todos los japoneses se casaban, a menudo después de pasar por el omiai, proceso por el que las familias se encargaban de buscar parejas adecuadas a sus hijos. En esa sociedad, el hijo primogénito era el encargado de cuidar de sus padres en la vejez, una carga que en la realidad solía recaer normalmente en su mujer. Hoy en día, con un número creciente de solteros y divorciados, y con el acceso de las mujeres japonesas al mercado laboral, el peso cae a menudo sobre espaldas que no están preparadas para llevarlo. La profesión de cuidador doméstico de ancianos está en plena expansión en Japón, pero no todas las familias pueden y quieren recurrir a ssus servicios.
Huir de su propio hijo
En octubre de 2007, una mujer de 74 años murió en la provincia de Saitama, en los alrededores de Tokio, poco después de ser hospitalizada tras ser encontrada con síntomas de pneumonía y fracturas en varias costillas en el jardín de su casa, donde se había refugiado para huir de los ataques de su hijo, de 47 años. Los servicios sociales habían acudido después de recibir una denuncia de los vecinos, que venían oyendo gritos en la casa desde hacía meses. Se trata de un caso extremo que tuvo amplia repercusión en los medios de comunicación y contribuyó a dar a conocer a muchos japoneses el problema.
En 2006 el parlamento japonés aprobó una ley específica de prevención que especifica la existencia de cinco modalidades de abusos a ancianos: físicos, sexuales, verbales, por negligencia en el cuidado o económicos. Uno de los objetivos de la ley es dar cobertura legal a los denunciantes, ya que hasta su aprobación los trabajadores sociales que daban cuenta de abusos se arriesgaban a ser acusados de violación del derecho a la privacidad. Con la nueva norma no sólo tienen el derecho sino la obligación de informar y los servicios sociales de los ayuntamientos pueden ejercer la custodia de los mayores y restringir el contacto con sus familiares si es necesario.
Falta de conciencia
Una de las principales dificultades para hacer frente al problema es la falta de conciencia de su gravedad. “El abuso normalmente se produce a puerta cerrada y a menudo tras años de complejas relaciones familiares. En muchos casos los que los llevan a cabo son responsables de negligir derechos humanos y no se dan cuenta de ello”, afirma un informe de la Federación Japonesa de Colegios de Abogados.
En concreto, un 54% de los que abusan de personas mayores no creen estar haciéndolo. En cuanto a las víctimas, muchas se acusan a ellas mismas de ser las culpables de la situación y, en el caso de ser los padres de los abusadores, consideran una obligación estar hasta el final junto a unos hijos a los que creen no haber sabido educar. En otros casos los padres simplemente no quieren huir de sus hijos por miedo a que estos les roben sus posesiones.
Casi 13.000 casos de abusos domésticos a ancianos fueron denunciados en Japón a lo largo del año pasado, según datos oficiales. El número, que incluye 32 asesinatos, puede parecer normal si se tiene en cuenta que Japón tiene una población de 127 millones de habitantes, de los que uno de cada diez tiene más de 75 años. Sin embargo, los expertos creen que las denuncias registradas son sólo la superficie de un problema mucho más profundo que no ha hecho más que comenzar a aflorar. “No es que aumenten los casos de abusos a ancianos, es que hasta ahora se consideraban una cuestión familiar y no se denunciaban. Por supuesto, la situación es alarmante”, explica Shigeko Yamamura, del Centro Japonés para la Prevención del Abuso a Ancianos.
Un estudio del Ministerio de Salud refleja que un 39% de los casos confirmados de abusos fueron perpetrados por hijos varones, mientras que los autores fueron las hijas en un 15% de ocasiones y los esposos de los ancianos también en un 15%. En cuanto a las víctimas, casi una de cada tres fue una mujer que vivía con su hijo soltero, lo que apunta a la incapacidad de muchos hombres, que han vivido hasta su madurez recibiendo los cuidados de sus madres, de cambiar de rol y pasar a soportar la carga de ocuparse de elllas.
Cambio sociocultural
El papel del hombre como cuidador de sus padres ancianos es algo nuevo en la sociedad japonesa. Hasta hace pocas décadas, prácticamente todos los japoneses se casaban, a menudo después de pasar por el omiai, proceso por el que las familias se encargaban de buscar parejas adecuadas a sus hijos. En esa sociedad, el hijo primogénito era el encargado de cuidar de sus padres en la vejez, una carga que en la realidad solía recaer normalmente en su mujer. Hoy en día, con un número creciente de solteros y divorciados, y con el acceso de las mujeres japonesas al mercado laboral, el peso cae a menudo sobre espaldas que no están preparadas para llevarlo. La profesión de cuidador doméstico de ancianos está en plena expansión en Japón, pero no todas las familias pueden y quieren recurrir a ssus servicios.
Huir de su propio hijo
En octubre de 2007, una mujer de 74 años murió en la provincia de Saitama, en los alrededores de Tokio, poco después de ser hospitalizada tras ser encontrada con síntomas de pneumonía y fracturas en varias costillas en el jardín de su casa, donde se había refugiado para huir de los ataques de su hijo, de 47 años. Los servicios sociales habían acudido después de recibir una denuncia de los vecinos, que venían oyendo gritos en la casa desde hacía meses. Se trata de un caso extremo que tuvo amplia repercusión en los medios de comunicación y contribuyó a dar a conocer a muchos japoneses el problema.
En 2006 el parlamento japonés aprobó una ley específica de prevención que especifica la existencia de cinco modalidades de abusos a ancianos: físicos, sexuales, verbales, por negligencia en el cuidado o económicos. Uno de los objetivos de la ley es dar cobertura legal a los denunciantes, ya que hasta su aprobación los trabajadores sociales que daban cuenta de abusos se arriesgaban a ser acusados de violación del derecho a la privacidad. Con la nueva norma no sólo tienen el derecho sino la obligación de informar y los servicios sociales de los ayuntamientos pueden ejercer la custodia de los mayores y restringir el contacto con sus familiares si es necesario.
Falta de conciencia
Una de las principales dificultades para hacer frente al problema es la falta de conciencia de su gravedad. “El abuso normalmente se produce a puerta cerrada y a menudo tras años de complejas relaciones familiares. En muchos casos los que los llevan a cabo son responsables de negligir derechos humanos y no se dan cuenta de ello”, afirma un informe de la Federación Japonesa de Colegios de Abogados.
En concreto, un 54% de los que abusan de personas mayores no creen estar haciéndolo. En cuanto a las víctimas, muchas se acusan a ellas mismas de ser las culpables de la situación y, en el caso de ser los padres de los abusadores, consideran una obligación estar hasta el final junto a unos hijos a los que creen no haber sabido educar. En otros casos los padres simplemente no quieren huir de sus hijos por miedo a que estos les roben sus posesiones.
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