En 1995 la empresa japonesa de máquinas recreativas Sega comercializó unas cabinas que, en vez de los tradicionales retratos para documentos de identidad, hacen fotos recreativas adhesivas de tamaño muy pequeño. En principio, el invento tenía que llamarse purinto kurabu (adaptación al japonés del inglés print club), pero pronto se rebautizó como purikura. En Japón se puso de moda casi inmediatamente e incluso llegó a saltar sus fronteras, aunque con éxito desigual y más bien efímero.
Su facturación anual se mantiene alrededor de los 30.000 millones de yenes (250 millones de euros), la mitad de la que llegó a alcanzar en el 2002, pero todavía enorme. Y más teniendo en cuenta que muchos preveían su muerte súbita por la generalización de los teléfonos móviles con cámara.
Los principales usuarios de las purikura son las adolescentes, pero también las estudiantes universitarias. Es raro que un grupo de amigas japonesas salga a divertirse sin pasar por una de ellas a inmortalizar el encuentro. La mayoría de las niñas y chicas tienen los estuches escolares repletos de pequeñas fotos, o dedican páginas de sus agendas a coleccionarlas. "Las purikura siempre estarán de moda. Y son cada vez mejores. ¿Te sorprende que aún las hagamos, a pesar de tener 20 años? Ya es una costumbre, una forma de tener un recuerdo. Son mejores que las fotos del móvil, porque las puedes retocar y puedes dibujar o escribir en ellas. Además son adhesivas y las podemos repartir", explica Yukiko, una universitaria de Kioto.
Algunos centros recreativos ofrecen la posibilidad de combinar la purikura con el cosplay, es decir, sacarse las fotos disfrazado, a menudo de algún personaje de dibujos animados. Por menos de tres euros, las máquinas ofrecen cada vez más calidad fotográfica y variedad de efectos de fondos, que crean la ilusión de que las fotografías han sido sacadas en diversos lugares. También permiten escribir o dibujar en una variedad cada vez mayor de formatos. "Sacamos purikura desde la escuela primaria. Podemos sacar fotos con el móvil, pero lo más divertido de la purikura son los 10 minutos que pasamos haciendo las fotos y luego escribiendo o dibujando sobre ellas", explica Mako, una chica de 19 años.
Los chicos son menos asiduos, y muchos solo se meten en la cabina acompañando a su pareja. Recientemente, algunas de las salas de juegos donde están instaladas han vetado el acceso a hombres solos para evitar los robos y alejar a los pervertidos. "Queremos que las mujeres jóvenes, los principales usuarios, disfruten creando sus adhesivos favoritos sin tener que preocuparse de que haya hombres al acecho", declaró un responsable de Sega.
"Mi prima es muy guapa y ya le ha pasado varias veces, se le han acercado hombres y le han pedido que se saque una purikura con ellos. He oído que algunos incluso pagan. De todos modos, no creo que sea necesario que les prohíban la entrada. Yo nunca he visto a ninguno haciendo nada malo", explica Mako, que tiene la agenda llena de fotos de recuerdo de sus salidas con amigas y guarda aparte las que se saca con su novio, "para no tener que cortarlas" si luego rompe con él.
jueves, febrero 26, 2009
jueves, febrero 12, 2009
Pasión por los cangrejos
El restaurante Kani Doraku. Jordi Juste
El gran cangrejo que cuelga de la fachada del restaurante Kani Doraku, de Dotombori, en el centro de Osaka, es posiblemente uno de los objetos más fotografiados de Japón. Este bicho, que mueve las patas y los ojos y mide nada más y nada menos que seis metros y medio, habita el lugar desde 1960. Es un benizuwaigani, una especie que en la realidad suele medir unos 15 centímetros y pesar un kilogramo por ejemplar y que recibe el nombre científico chionocetes japonicus, que significa cangrejo de las nieves japonés.
Tiene hermanos clónicos repartidos por todo Japón, pero es aquí donde está el establecimiento principal de esta cadena especializada en servir la delicia del mar. Por eso se ha convertido en uno de los símbolos de Osaka, del amor de su gente por la gastronomía y de la pasión de los japoneses por los cangrejos.
Estos animales están muy presentes en el folclore nipón, por ejemplo en alguna de sus fábulas más conocidas, como Saru-kani-gassen, el cuento de un cangrejo engañado por un mono, que acaba con la venganza del crustáceo sobre el simio.
En cuanto a la gastronomía, se comen de diversas formas, aunque las más comunes son el sashimi (crudo) y el nabe (hervido), aderezados en ambos casos con salsa de soja, normalmente rebajada con zumo de algún cítrico, y acompañados de abundantes verduras. La bebida que mejor combina con el cangrejo es el sake, que muchos sibaritas usan para rebañar las entrañas del marisco sorbiendo el vino de arroz, mezclado con la carne, directamente desde el caparazón.
El invierno es la temporada alta para la pesca y el consumo de cangrejos. Es ahora cuando en las pescaderías de las grandes ciudades el benizuwaigani y otras especies más pequeñas son las estrellas. Y también es en esta época cuando se ofrecen más viajes especiales de fin de semana a los principales puertos de captura, la mayoría en el norte del país o en las costas del mar de Japón, donde uno puede comer el crustáceo hasta hartarse por un precio fijo y disfrutar de las aguas termales, otra de las grandes aficiones ancestrales de los japoneses.
Como pasa con otras especies marinas, la voracidad japonesa ha causado que en algunos caladeros tradicionales los cangrejos estén en peligro de extinción. Asimismo, su captura es el motivo de no pocos incidentes con los países vecinos, especialmente Rusia. La inmensa mayoría de los cangrejos capturados en costas rusas del Pacífico está destinada a terminar en los estómagos de los japoneses, lo que, además de ser una importante fuente de ingresos legales para los rusos, ha generado la aparición de mafias especializadas en capturarlos saltándose las cuotas, establecidas para garantizar su supervivencia, y comercializarlos ignorando los trámites aduaneros y, a menudo, etiquetando fraudulentamente su origen.
Asimismo, se producen apresamientos de cangrejeros japoneses (el último hace dos semanas) faenando sin permiso en aguas territoriales rusas, a veces frente a las islas Kuriles, ocupadas por la URSS tras la segunda guerra mundial y cuya devolución Japón sigue reclamando.
Tiene hermanos clónicos repartidos por todo Japón, pero es aquí donde está el establecimiento principal de esta cadena especializada en servir la delicia del mar. Por eso se ha convertido en uno de los símbolos de Osaka, del amor de su gente por la gastronomía y de la pasión de los japoneses por los cangrejos.
Estos animales están muy presentes en el folclore nipón, por ejemplo en alguna de sus fábulas más conocidas, como Saru-kani-gassen, el cuento de un cangrejo engañado por un mono, que acaba con la venganza del crustáceo sobre el simio.
En cuanto a la gastronomía, se comen de diversas formas, aunque las más comunes son el sashimi (crudo) y el nabe (hervido), aderezados en ambos casos con salsa de soja, normalmente rebajada con zumo de algún cítrico, y acompañados de abundantes verduras. La bebida que mejor combina con el cangrejo es el sake, que muchos sibaritas usan para rebañar las entrañas del marisco sorbiendo el vino de arroz, mezclado con la carne, directamente desde el caparazón.
El invierno es la temporada alta para la pesca y el consumo de cangrejos. Es ahora cuando en las pescaderías de las grandes ciudades el benizuwaigani y otras especies más pequeñas son las estrellas. Y también es en esta época cuando se ofrecen más viajes especiales de fin de semana a los principales puertos de captura, la mayoría en el norte del país o en las costas del mar de Japón, donde uno puede comer el crustáceo hasta hartarse por un precio fijo y disfrutar de las aguas termales, otra de las grandes aficiones ancestrales de los japoneses.
Como pasa con otras especies marinas, la voracidad japonesa ha causado que en algunos caladeros tradicionales los cangrejos estén en peligro de extinción. Asimismo, su captura es el motivo de no pocos incidentes con los países vecinos, especialmente Rusia. La inmensa mayoría de los cangrejos capturados en costas rusas del Pacífico está destinada a terminar en los estómagos de los japoneses, lo que, además de ser una importante fuente de ingresos legales para los rusos, ha generado la aparición de mafias especializadas en capturarlos saltándose las cuotas, establecidas para garantizar su supervivencia, y comercializarlos ignorando los trámites aduaneros y, a menudo, etiquetando fraudulentamente su origen.
Asimismo, se producen apresamientos de cangrejeros japoneses (el último hace dos semanas) faenando sin permiso en aguas territoriales rusas, a veces frente a las islas Kuriles, ocupadas por la URSS tras la segunda guerra mundial y cuya devolución Japón sigue reclamando.