Jordi Juste para Altaïr
Hokkaido (que en japonés significa “camino del mar del norte”), es la más septentrional de las cuatro grandes islas de Japón. Durante siglos fue el confín de la nación, el lugar donde vivía otro pueblo, los ainu, que se resistían a duras penas a quedar asimilados por los miles de wajin, los japoneses llegados desde el sur para colonizar sus tierras, y por la política impuesta desde Tokio, que insistía en que Japón era un país con una sola etnia. Hoy apenas quedan ya unas decenas de miles de ainu, la mayoría de ellos muy mezclados entre los más de cinco millones de habitantes de la isla. Muchos sirven como reclamo complementario para los más de seis millones de turistas que visitan la isla cada año, atraídos sobre todo por los encantos naturales.
Algunas imágenes de núcleos urbanos como Sapporo, Asahikawa y Hakodate, pueden asustar al viajero que piense en una escapada a la naturaleza. Sin embargo, no hay que olvidar que ésta es la provincia más extensa y con una densidad de población más baja de las 47 en que se divide el país. Es cierto que sus ciudades no son especialmente bellas y adolecen de la masificación y la falta de planificación que aquejan al resto del archipiélago; pero Hokkaido conserva grandes extensiones de territorio prácticamente virgen y multitud de lugares donde es posible gozar de una gran belleza paisajística, practicar todo el año deportes de aventura o acercarse a lo que queda de la cultura de los ainu, los verdaderos indígenas del país.
Un pueblo en comunión con la naturalezaPor toda la isla hay centros culturales y museos que permiten conocer el pasado y el presente de la civilización ainu. Uno de los más destacados es el Poroto Kotan de Shiraoi, en el sur, donde se puede ver una reproducción de una pequeña aldea, con sus casas de una sola habitación con techumbre de paja. El centro ofrece también actuaciones folclóricas que reflejan la suma importancia de la naturaleza para este pueblo animista, que cree que todos los fenómenos, seres vivos y objetos inertes son encarnaciones de un dios, un kamuy.
Algunas imágenes de núcleos urbanos como Sapporo, Asahikawa y Hakodate, pueden asustar al viajero que piense en una escapada a la naturaleza. Sin embargo, no hay que olvidar que ésta es la provincia más extensa y con una densidad de población más baja de las 47 en que se divide el país. Es cierto que sus ciudades no son especialmente bellas y adolecen de la masificación y la falta de planificación que aquejan al resto del archipiélago; pero Hokkaido conserva grandes extensiones de territorio prácticamente virgen y multitud de lugares donde es posible gozar de una gran belleza paisajística, practicar todo el año deportes de aventura o acercarse a lo que queda de la cultura de los ainu, los verdaderos indígenas del país.
Un pueblo en comunión con la naturalezaPor toda la isla hay centros culturales y museos que permiten conocer el pasado y el presente de la civilización ainu. Uno de los más destacados es el Poroto Kotan de Shiraoi, en el sur, donde se puede ver una reproducción de una pequeña aldea, con sus casas de una sola habitación con techumbre de paja. El centro ofrece también actuaciones folclóricas que reflejan la suma importancia de la naturaleza para este pueblo animista, que cree que todos los fenómenos, seres vivos y objetos inertes son encarnaciones de un dios, un kamuy.
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