(Photo: Mainichi)http://www.kunaicho.go.jp/eindex.html
Muchos japoneses no saben ni que el emperador de Japón se llama Aki Hito ni que su padre se llamaba Hiro Hito. De hecho, muchos ni siquiera tienen consciencia de que el símbolo viviente de su nación sea un emperador. Pero no es porque desconozcan su existencia sino porque, en vida, se refieren a él como “Tenno”, que literalmente significa “señor del cielo”, y una vez muerto le añaden el nombre que recibe su era. Así, Hiro Hito es el Showa Tenno (tenno de la armonía ilustrada) y Aki Hito será un día Heisei Tenno (tenno de la paz generalizada).
Por ahora, Aki Hito es, según la Constitución, “símbolo del Estado y de la unidad del pueblo”, y no tiene ninguna atribución política más allá de la representación nacional en el exterior y la legitimación de las leyes mediante su rúbrica. Un papel similar al de cualquier monarca constitucional europeo, con la gran diferencia de su legitimidad histórica, que no se remonta a ningún cambio de dinastía más o menos reciente sino al momento mítico del nacimiento de Japón. Hoy en día solo queda un puñado de fanáticos que se crean el origen mítico del país o que consideren a Aki Hito un semi-dios, pero él sigue estando en la cúspide simbólica del sintoísmo, la religión ancestral del país, basada en el culto a la naturaleza y a la familia.
Akihito es jefe del Estado por ley y padre de la gran familia japonesa por costumbre. Por supuesto, entre los 128 millones de japoneses hay muchos que cuestionan ambos roles, pero para la mayoría el tenno es una figura positiva, como mostraban ayer mismo las redes sociales de internet en los muchos mensajes de reacción a su alocución de apoyo a los damnificados por el terremoto: “Muchas gracias. Las palabras de su majestad infunden coraje y ayudan a mucha gente”; “Su majestad se preocupa más que nadie por la felicidad de los japoneses”; “Sus palabras me han calado en el corazón. Estoy orgulloso de ser japonés”.
Más allá del grado de adhesión a su figura, las apariciones públicas de Aki Hito, marcadas siempre por la ceremonia y un estricto sentido de la dignidad de su cargo, sirven a los japoneses para recordarles su pertenencia al grupo, a esa gran familia que es Japón, y hacer que se sientan apoyados frente a la adversidad.
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