Jordi Juste. Kioto
Ayer, el mismo día en que el nuevo líder de Japón, el nacionalista Shinzo Abe, estrenaba su cargo como presidente del gubernamental Partido Liberal Democrático (PLD), un tribunal de la capital hacía pública la sentencia en que se condena al gobierno provincial de Tokio a indemnizar a un grupo de profesores y otros empleados que fueron repetidamente sancionados por negarse a ponerse en pie en el hizado de la bandera y cantar el himno nacional durante las ceremonias de inauguración y clausura del curso escolar. En anteriores ocasiones, otros tribunales habían fallado contra la severidad de las multas impuestas por algunas provincias en casos similares, pero la de ayer es la primera en que el juez valora que la obligación de levantarse ante la bandera y entonar el himno constituye una violación de la libertad de pensamiento reconocida por la Constitución.
El fallo judicial se produce en medio de las expectativas creadas por el perfil del nuevo presidente del PLD. Abe, que el próximo martes sustituirá a Junichiro Koizumi como Primer Ministro de Japón, ha ganado las elecciones internas de su partido proclamando la necesidad de forjar un Japón más decisivo. “Quiero hacer de Japón un país amado y respetado por los países del mundo, un país que ejerce el liderazgo”, declaró el miércoles tras confirmarse su victoria.
Estas palabras despiertan recelos tanto dentro de Japón como en el resto de Asia por venir de quien vienen. Abe es el primer jefe de gobierno nacido después de la Segunda Guerra Mundial y (con 52 años cumplidos ayer mismo) la persona más joven en ocupar el cargo desde la contienda. Su juventud puede parecer una ventaja para dejar atrás el lastre de la historia en las relaciones entre Japón y sus vecinos, especialmente China y Corea, pero no hay que olvidar sus repetidos posicionamientos en asuntos sensibles referentes al pasado y al presente.
Abe defiende la necesidad de reformar la Constitución pacifista impuesta por Estados Unidos para legalizar la existencia de las Fuerzas de Autodefensa y darles un rol equiparable al del ejercito de cualquier otro país, algo que se ve con especial preocupación en China, país con el que Japón mantiene litigios sobre lindes en zonas con potencial estratégico, por el apoyo de Tokio a Taiwán y, más generalmente, por el liderazgo político y económico en la zona.
Asimismo, entre los proyectos del nuevo líder está la reforma de la Ley de Educación para promover el patriotismo desde las escuelas. Abe se ha mostrado partidario de que los libros de texto enfaticen los aspectos positivos de la historia del país, algo que los vecinos de Japón interpretan como un intento de borrar las atrocidades cometidas por el Ejército Imperial en Asia durante la primera mitad del siglo XX.
Recientemente, Abe ha afirmado que la interpretación de la historia es algo que corresponde a los historiadores, no a los políticos, respuesta que puede interpretarse como una declinación de responsibilidad o como una muestra de que por encima del Abe ideológicamente nacionalista y conservador se encuentra el político pragmático. Tampoco se ha definido claramente acerca de la posibilidad de seguir la costumbre de su predecesor de visitar anualmente el santuario tokiota de Yasukuni, donde se rinde homenaje a los japoneses muertos en guerra desde el siglo XIX y a 14 condenados como criminales de guerra de clase A tras la Segunda Guerra Mundial, aunque en el pasado ha acudido en diversas ocasiones.
En cuanto a la política a seguir con Corea del Norte, Abe defiende la línea dura tanto respecto a su programa de armamento nuclear como a los ciudadanos nipones secuestrados en los años 80, sobre algunos de los cuales Pyongyang no ha conseguido dar una respuesta satisfactoria. Tras los últimos ensayos balísticos de Corea del Norte, Abe llegó a declarar que Japón debería pensar en dotarse de la capacidad militar para realizar ataques preventivos.
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