lunes, octubre 23, 2006

El inglés, una golosina para el cerebro de los niños japoneses


Jordi Juste
Bunmei Ibuki, ministro de Educación desde septiembre, se ha estrenado explicando con una metáfora su oposición a que se generalice la enseñanza del inglés en la escuela primaria. Según Ibuki, hay asignaturas, como la lengua japonesa, que contienen las proteínas e hidratos de carbono necesarios para el cerebro de los niños. En cambio, otras, como el inglés, son golosinas que pueden comer sólo después de ingerir el alimento necesario.


Su opinión era esperada porque en marzo un comité oficial recomendó que se imparta una hora semanal de inglés en quinto y sexto de primaria, es decir entre los 10 y 12 años. En la actualidad es obligatorio en la secundaria, desde los 13 años, y en el bachillerato, y normalmente se sigue estudiando en la Universidad. Los tres ciclos suman ocho años, a pesar de los cuales la mayoría se confiesa incapaz de usarlo hábilmente y los que lo necesitan se muestran frustrados por tener que invertir más tiempo y dinero.


Con la larguísima crisis de los noventa y la aceleración de la globalización, muchos japoneses tomaron consciencia de la importancia de saber inglés y hubo un boom de escuelas de conversación, hasta el punto de que es difícil encontrar una estación de tren transitada que no tenga enfrente alguna de las más de 600 delegaciones de Nova, el gran coloso del sector.


Hoy en día el inglés es omnipresente: Infinidad de palabras inglesas se cuelan cada día en los medios de comunicación, en alfabeto o en silabario katakana; en las grandes ciudades muchísimas indicaciones están en inglés; hay tres diarios nacionales con edición inglesa; los principales informativos de la televisión pública se emiten en dual; todos los equipos de béisbol cuentan con jugadores estadounidenses que sólo hablan en esa lengua...


Con todo, todavía quedan intelectuales que ponen en duda la necesidad de abrazar el inglés en detrimento de lenguas más cercanas como el chino, pero en general es un debate superado. Sin embargo, desde que el anterior primer ministro, Junichiro Koizumi, impulsó la creación del comité para estudiar la enseñanza precoz del idioma, surgieron opiniones a favor y en contra . En 2005 un estudio del Ministerio de Educación mostraba que un 71 por ciento de los padres apoyaba la medida, mientras que un 54 por ciento de profesores se oponía.


Koizumi habla inglés con fluidez y es un fan confeso de aspectos de la cultura popular estadounidense, como la música de Elvis Presley, lo que centró buena parte de la atención pública durante su mandato en la enseñanza de la lengua extranjera. En cambio, el nuevo primer ministro, Shinzo Abe, ha enfocado sus prioridades educativas en el patriotismo y en la necesidad de aumentar las habilidades escolásticas de los niños japoneses, por lo que es de preveer que los esfuerzos de su gobierno en materia lingüística se dirijan al japonés.


El estadounidense Michael Parrish, profesor de inglés en la universidad Ritsumeikan, de Kioto, y con experiencia en la primaria, se muestra comprensivo con los partidarios y los detractores de la enseñanza temprana del inglés: “No es tan importante el comenzar antes como el método. Si no dejan de lado la gramática y enseñan con profesores preparados, lo único que conseguirán es que los niños odien el inglés antes”.


Es cierto que un motivo de las dificultades de los japoneses con el inglés es que sufren todavía el método de gramática y traducción y estudian para aprobar exámenes sin uso práctico de la lengua. Pero hay otros, como la gran diferencia fonética con el japonés, que sólo tiene cinco vocales, idénticas a las del castellano, y donde todas las consonantes menos la ene van seguidas de una vocal. A esta razón, Mitsumasa Taniyama, jubilado residente en Nara, añade dos más, una psicológica y otra cultural: “Los japoneses somos tímidos. Además, hay un refrán que dice que el silencio es oro”.


Lo cierto es que las empresas importantes exigen ya el inglés a sus nuevos empleados y que las familias con consciencia y dinero suplementan con cursos, viajes o caros sistemas de aprendizaje doméstico las carencias de la educación pública. Dicho de otra forma: las golosinas del ministro Ibuki son sólo para los niños de familias con proteínas e hidratos de carbono en abundancia.

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