Jordi Juste
Kioto
Japón tiene 127 millones de habitantes, de los que unos dos millones somos extranjeros. De estos, casi una tercera parte son coreanos nacidos en Japón, hijos, nietos o bisnietos de los cientos de miles de trabajadores que cruzaron el mar de Japón entre principios del siglo XX y 1945. Muchos fueron llevados por la fuerza, aunque algunos estudiosos sostienen que los que se quedaron fueron mayoritariamente los que habían llegado voluntariamente. Desde el fin de la segunda guerra mundial hasta la década de los ochenta se produjeron repatriaciones masivas.
Existen todavía concentraciones importantes de coreanos, como el barrio de Tsuruhashi, en el sur de Osaka, famoso por su mercado rico en especialidades culinarias del país vecino, como el kimuchi, y por sus numerosos restaurantes de carne asada. Paseando por sus callejuelas es fácil todavía oir hablar en coreano a dependientes y clientes. Sin embargo, en la mayoría de los casos los coreanos residentes en Japón pasan desapercibidos para la mayoría de la población. Muchos han adoptado nombres japoneses para su vida pública y reservan los coreanos para la intimidad o para sus relaciones con otros miembros de la comunidad, aunque últimamente también se han dado casos como el del Masayoshi Son, uno de los hombres más ricos de Japón, que adoptó la nacionalidad japonesa sin renunciar a su apellido coreano.
Dos comunidades
Hablar de “comunidad” en singular para referirse a los coreanos residentes en Japón es difícil, porque están tan divididos aquí como en la península de Corea. Con el fin de la ocupación aliada, en 1949, dejaron de tener la nacionalidad japonesa y recuperaron la coreana, igual que habían hecho antes el resto de sus compatriotas en Corea. Sin embargo, la división del país en dos estados afectó también a los residentes en Japón, que siguen hasta hoy organizados entorno a dos asociaciones, una pro Seúl, Mindan, y otra pro Pyongyang, Chongryon. Los miembros de la primera tienen la nacionalidad de la República de Corea, el único estado coreano reconocido oficialmente por Japón. Los de la segunda retienen la del estado que dejó de existir con la guerra de Corea. Actualmente, los partidarios del norte son una cuarta parte del total. Su número se ha visto reducido en los últimos años, especialmente tras reconocer Pyongyang el secuestro de japoneses durante los años 70 y 80 y saberse que miembros de la organización podrían estar implicados en varios casos.
A pesar de ser minoritarios, los coreanos fieles a Pyongyang son en muchos aspectos los más activos. Gestionan sesenta escuelas y numerosos locales de reunión, embajadas y consulados de facto ya que Japón no mantiene relaciones diplomáticas con la República Popular Democrática de Corea. Además, organizan viajes a Corea del Norte y tienen empresas especializadas en comerciar con su país, al que igualmente contribuyen económicamente con el envío de remesas a familiares. Frecuentemente se les ha acusado de exportar a Corea del Norte piezas y materiales que pueden haber sido usados en el programa de armamento nuclear.
También son, obviamente, los que más sufren los avatares de las relaciones internacionales. Más allá del impacto económico de las sanciones económicas impuestas por Japón en esta ocasión, cada paso de Pyongyang para dotarse de un arsenal nuclear supone una nueva oleada de amenazas teléfonicas, postales y directas. Sin ir más lejos, la semana pasada un ultraderechista nipón de 27 años fue detenido por la policía tras mandar a una de las sedes de Chongryon un trozo de uno de sus dedos junto con comentarios amenazantes.
Integrarse en Japón
Por su parte, los partidarios de Corea del Sur mantienen un perfil más bajo. Defienden los derechos de sus asociados y organizan actividades culturales dedicadas a conservar su identidad y a promover lo coreano entre los japoneses, pero, a diferencia de sus compatriotas del norte, son partidarios de integrarse en la sociedad japonesa. Por ejemplo, Mindan reclama el derecho de los coreanos a ser funcionarios y a votar en las elecciones locales, algo que rechaza Chongryon.
Posiblemente, esa voluntad de integrarse en la sociedad japonesa es la responsable de que cada año unos 10.000 coreanos adopten la nacionalidad japonesa, de que más del ochenta por ciento de los matrimonios se haga con japoneses y de que muchos ni siquiera hablen el idioma de su país de origen. Saheja, una coreana de 25 años que además de japonés habla español con fluidez, confiesa que cuando viajó a Corea por primera vez hace algunos años se sintió frustrada por no poderse comunicar en coreano. “En Japón los coreanos hablamos en japonés, también entre nosotros. En mi casa, por ejemplo, sólo usamos algunas palabras coreanas mezcladas con el japonés. Mis abuelos sí lo hablaban, pero mis padres ya no. Pero yo ahora lo estudio”, afirma mientras luce orgullosa su vestido tradicional en un festival multicultural de Kioto.
Kioto
Japón tiene 127 millones de habitantes, de los que unos dos millones somos extranjeros. De estos, casi una tercera parte son coreanos nacidos en Japón, hijos, nietos o bisnietos de los cientos de miles de trabajadores que cruzaron el mar de Japón entre principios del siglo XX y 1945. Muchos fueron llevados por la fuerza, aunque algunos estudiosos sostienen que los que se quedaron fueron mayoritariamente los que habían llegado voluntariamente. Desde el fin de la segunda guerra mundial hasta la década de los ochenta se produjeron repatriaciones masivas.
Existen todavía concentraciones importantes de coreanos, como el barrio de Tsuruhashi, en el sur de Osaka, famoso por su mercado rico en especialidades culinarias del país vecino, como el kimuchi, y por sus numerosos restaurantes de carne asada. Paseando por sus callejuelas es fácil todavía oir hablar en coreano a dependientes y clientes. Sin embargo, en la mayoría de los casos los coreanos residentes en Japón pasan desapercibidos para la mayoría de la población. Muchos han adoptado nombres japoneses para su vida pública y reservan los coreanos para la intimidad o para sus relaciones con otros miembros de la comunidad, aunque últimamente también se han dado casos como el del Masayoshi Son, uno de los hombres más ricos de Japón, que adoptó la nacionalidad japonesa sin renunciar a su apellido coreano.
Dos comunidades
Hablar de “comunidad” en singular para referirse a los coreanos residentes en Japón es difícil, porque están tan divididos aquí como en la península de Corea. Con el fin de la ocupación aliada, en 1949, dejaron de tener la nacionalidad japonesa y recuperaron la coreana, igual que habían hecho antes el resto de sus compatriotas en Corea. Sin embargo, la división del país en dos estados afectó también a los residentes en Japón, que siguen hasta hoy organizados entorno a dos asociaciones, una pro Seúl, Mindan, y otra pro Pyongyang, Chongryon. Los miembros de la primera tienen la nacionalidad de la República de Corea, el único estado coreano reconocido oficialmente por Japón. Los de la segunda retienen la del estado que dejó de existir con la guerra de Corea. Actualmente, los partidarios del norte son una cuarta parte del total. Su número se ha visto reducido en los últimos años, especialmente tras reconocer Pyongyang el secuestro de japoneses durante los años 70 y 80 y saberse que miembros de la organización podrían estar implicados en varios casos.
A pesar de ser minoritarios, los coreanos fieles a Pyongyang son en muchos aspectos los más activos. Gestionan sesenta escuelas y numerosos locales de reunión, embajadas y consulados de facto ya que Japón no mantiene relaciones diplomáticas con la República Popular Democrática de Corea. Además, organizan viajes a Corea del Norte y tienen empresas especializadas en comerciar con su país, al que igualmente contribuyen económicamente con el envío de remesas a familiares. Frecuentemente se les ha acusado de exportar a Corea del Norte piezas y materiales que pueden haber sido usados en el programa de armamento nuclear.
También son, obviamente, los que más sufren los avatares de las relaciones internacionales. Más allá del impacto económico de las sanciones económicas impuestas por Japón en esta ocasión, cada paso de Pyongyang para dotarse de un arsenal nuclear supone una nueva oleada de amenazas teléfonicas, postales y directas. Sin ir más lejos, la semana pasada un ultraderechista nipón de 27 años fue detenido por la policía tras mandar a una de las sedes de Chongryon un trozo de uno de sus dedos junto con comentarios amenazantes.
Integrarse en Japón
Por su parte, los partidarios de Corea del Sur mantienen un perfil más bajo. Defienden los derechos de sus asociados y organizan actividades culturales dedicadas a conservar su identidad y a promover lo coreano entre los japoneses, pero, a diferencia de sus compatriotas del norte, son partidarios de integrarse en la sociedad japonesa. Por ejemplo, Mindan reclama el derecho de los coreanos a ser funcionarios y a votar en las elecciones locales, algo que rechaza Chongryon.
Posiblemente, esa voluntad de integrarse en la sociedad japonesa es la responsable de que cada año unos 10.000 coreanos adopten la nacionalidad japonesa, de que más del ochenta por ciento de los matrimonios se haga con japoneses y de que muchos ni siquiera hablen el idioma de su país de origen. Saheja, una coreana de 25 años que además de japonés habla español con fluidez, confiesa que cuando viajó a Corea por primera vez hace algunos años se sintió frustrada por no poderse comunicar en coreano. “En Japón los coreanos hablamos en japonés, también entre nosotros. En mi casa, por ejemplo, sólo usamos algunas palabras coreanas mezcladas con el japonés. Mis abuelos sí lo hablaban, pero mis padres ya no. Pero yo ahora lo estudio”, afirma mientras luce orgullosa su vestido tradicional en un festival multicultural de Kioto.
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