CRÓNICA DESDE KIOTO// JORDI JUSTE
Jordi JUSTE
Es 25 de diciembre, Navidad, pero en Japón ya han recogido papanoeles, abetos y letreros de Merry Christmas y han reanudado los preparativos del cambio de año. Hasta 1873 el Año Nuevo llegaba a Japón, como en China, a principios de la primavera. La adopción del calendario gregoriano fue un paso en la homologación con Occidente, pero 133 años después los japoneses siguen manteniendo numerosas costumbres propias.
Jordi JUSTE
Es 25 de diciembre, Navidad, pero en Japón ya han recogido papanoeles, abetos y letreros de Merry Christmas y han reanudado los preparativos del cambio de año. Hasta 1873 el Año Nuevo llegaba a Japón, como en China, a principios de la primavera. La adopción del calendario gregoriano fue un paso en la homologación con Occidente, pero 133 años después los japoneses siguen manteniendo numerosas costumbres propias.
Durante todo diciembre, grupos de amigos, compañeros de estudio o trabajo y miembros de asociaciones se han reunido para celebrar el bonenkai (literalmente, reunión para olvidar el año), cenas regadas con abundante alcohol --que a menudo sirven para confesar que uno ha estado 12 meses aguantándose-- y terminan con varios comensales bordeando la pérdida de conciencia.
En casas, escuelas, templos y otros locales, diciembre es el mes del osoji, la limpieza en profundidad, en que se levantan tatamis, se retiran armarios y se da lustre a objetos para purificar los lugares y prepararlos para la llegada de Toshigami, el dios del Año Nuevo, que reparte felicidad. Hacia el día 25 se disponen en las entradas de las casas los kadomatsu, adornos vegetales que combinan cañas de bambú, ramas de pino y diversos arbustos. En puertas de casas y parachoques de muchos coches se cuelgan shimekazari, adornos que incluyen una cuerda sagrada y una mandarina. Y ya en el interior de las casas, en un lugar destacado, se coloca el kagamimochi, dos bollos de pasta de arroz con una mandarina encima que simbolizan el año que se va y el que llega y la dualidad de la naturaleza.
A finales de mes todos van a correos a echar los nengajo, las postales con las que se felicita el Año Nuevo y que el día 1 se encargarán de repartir cientos de miles de carteros. En los últimos años ha disminuido el número de nengajo, pero todavía rondan los 4.000 millones, o, lo que es lo mismo, más de 30 por habitante. Suelen incluir un número de lotería y una imagen del animal que corresponde según el horóscopo chino (el del 2007 es el jabalí). Además, desde hace unos años se ha generalizado la impresión, en un lugar preferente, de una fotografía familiar.Los últimos días del año los comercios están llenos de clientes que hacen acopio de los ingredientes para preparar las comidas típicas. Para despedir el año se comen fideos de trigo sarraceno toshikoshisoba (literalmente, fideos para atravesar el año) y para dar la bienvenida al nuevo se prepara lo que se conoce como osechi ryori, un conjunto de comidas artísticamente presentadas en unas preciosas cajas de madera lacada.
El fin de año es una celebración familiar. Generalmente se cena en casa, y de sobremesa se ven programas de entretenimiento por televisión. El año que termina, el 18 de la era Heisei (la del emperador Akihito), ha sido un año de cambio de liderazgo político, de inquietud por la prueba nuclear norcoreana, de consagración de Japón como campeón mundial de béisbol, de nacimiento de un heredero al trono del crisantemo, de escándalos financieros, de confirmación del declive demográfico y de un crecimiento económico esquivo para la mayoría.
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