CRÓNICA DESDE KOYASAN
Jordi Juste. Koyasan (Wakayama)
A principios de verano se cumplirán tres años de la inclusión del monte Koya en la lista de patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. En este período, los 4.000 habitantes de la montaña han visto aumentar sin parar el número de turistas extranjeros. Muchos de ellos acuden por la belleza de su naturaleza y de sus numerosos lugares cargados de historia, y por la posibilidad de sentir de cerca la vida de casi mil monjes de la secta Shingon, una de las más importantes del budismo japonés. Según Junko Tanimoto, recepcionista del albergue del templo Shojoshin, más del 80 % de quienes pernoctaron en 2006 eran extranjeros. “Hasta 2003 no había tantos. Desde entonces el número ha aumentado cada año. Ahora esperamos que vengan también los japoneses”, explica Tanimoto.
Koyasan (o monte Koya), está situado en la provincia de Wakayama, al sur de Osaka, ciudad a la que está unida por una línea de tren que conecta con el cremallera que sube hasta la cumbre. Allí se encuentra un complejo de más de 100 templos y monasterios y un gran cementerio que sirve de acceso al lugar más sagrado, el Okunoin, donde se encuentra la tumba de Kukai, el monje fundador de la secta y del santuario.
Kukai (774–835), conocido póstumamente como Kobo Daishi, fue un joven estudiante que renunció a su carrera política en la capital para hacerse monje y vagar por Japón. Posteriormente viajó a China para estudiar y volvió hecho un maestro en el budismo esotérico, que defiende la posibilidad de alcanzar el Nirvana, o estado espiritual de paz absoluta, en el transcurso de la vida. Kukai se ganó el favor de la corte, lo que le permitió la fundación de templos en la capital, como el majestuoso Toji, y sobre todo la construcción del santuario del monte Koya, a la que dedicaría sus últimos años, hasta que, según la tradición, alcanzó él mismo el Nirvana, y se convirtió así en Buda, a los 62 años.
Desde su fundación, Koyasan ha sido protagonista, y a veces víctima, de los avatares de la política y la religión, dos esferas hasta hace poco íntimamente unidas. En numerosas ocasiones sus templos fueron destruidos por sus rivales y reconstruidos de nuevo. Su misterioso cementerio acoge, entre cedros enormes, tumbas de todas las épocas y estilos, muchas cubiertas de musgo. En la parte antigua destacan, entre pequeñas esculturas budistas, el mausoleo de la familia Tokugawa, que gobernó Japón durante casi tres siglos, y la tumba de Toyotomi Hideyoshi, uno de los samuráis que unificó el país a finales del siglo XVI. En la parte moderna se pueden encontrar rarezas como el mausoleo de una compañía comercializadora de café, con sus grandes esculturas en forma de taza, o el de una empresa aeronáutica, presidida por un cohete de cuatro metros de altura.
Más de la mitad de los templos de Koyasan cuentan con shukubo, o albergue para alojar peregrinos. En ellos se pueden escoger desde habitaciones muy simples hasta otras donde se tiene la sensación de estar experimentando el lujo del siglo IX. Eso sí, la comida que ofrecen es el shojin ryori vegetariano, aunque servido con una presentación y un esmero que hacen las delicias de los estetas más exigentes. Además, dormir en el shukubo permite asistir a la ceremonia ritual de la seis de la mañana, en que los monjes hacen la lectura ritual de los sutras, las escrituras que recogen las enseñanzas budistas.
Jordi Juste. Koyasan (Wakayama)
A principios de verano se cumplirán tres años de la inclusión del monte Koya en la lista de patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. En este período, los 4.000 habitantes de la montaña han visto aumentar sin parar el número de turistas extranjeros. Muchos de ellos acuden por la belleza de su naturaleza y de sus numerosos lugares cargados de historia, y por la posibilidad de sentir de cerca la vida de casi mil monjes de la secta Shingon, una de las más importantes del budismo japonés. Según Junko Tanimoto, recepcionista del albergue del templo Shojoshin, más del 80 % de quienes pernoctaron en 2006 eran extranjeros. “Hasta 2003 no había tantos. Desde entonces el número ha aumentado cada año. Ahora esperamos que vengan también los japoneses”, explica Tanimoto.
Koyasan (o monte Koya), está situado en la provincia de Wakayama, al sur de Osaka, ciudad a la que está unida por una línea de tren que conecta con el cremallera que sube hasta la cumbre. Allí se encuentra un complejo de más de 100 templos y monasterios y un gran cementerio que sirve de acceso al lugar más sagrado, el Okunoin, donde se encuentra la tumba de Kukai, el monje fundador de la secta y del santuario.
Kukai (774–835), conocido póstumamente como Kobo Daishi, fue un joven estudiante que renunció a su carrera política en la capital para hacerse monje y vagar por Japón. Posteriormente viajó a China para estudiar y volvió hecho un maestro en el budismo esotérico, que defiende la posibilidad de alcanzar el Nirvana, o estado espiritual de paz absoluta, en el transcurso de la vida. Kukai se ganó el favor de la corte, lo que le permitió la fundación de templos en la capital, como el majestuoso Toji, y sobre todo la construcción del santuario del monte Koya, a la que dedicaría sus últimos años, hasta que, según la tradición, alcanzó él mismo el Nirvana, y se convirtió así en Buda, a los 62 años.
Desde su fundación, Koyasan ha sido protagonista, y a veces víctima, de los avatares de la política y la religión, dos esferas hasta hace poco íntimamente unidas. En numerosas ocasiones sus templos fueron destruidos por sus rivales y reconstruidos de nuevo. Su misterioso cementerio acoge, entre cedros enormes, tumbas de todas las épocas y estilos, muchas cubiertas de musgo. En la parte antigua destacan, entre pequeñas esculturas budistas, el mausoleo de la familia Tokugawa, que gobernó Japón durante casi tres siglos, y la tumba de Toyotomi Hideyoshi, uno de los samuráis que unificó el país a finales del siglo XVI. En la parte moderna se pueden encontrar rarezas como el mausoleo de una compañía comercializadora de café, con sus grandes esculturas en forma de taza, o el de una empresa aeronáutica, presidida por un cohete de cuatro metros de altura.
Más de la mitad de los templos de Koyasan cuentan con shukubo, o albergue para alojar peregrinos. En ellos se pueden escoger desde habitaciones muy simples hasta otras donde se tiene la sensación de estar experimentando el lujo del siglo IX. Eso sí, la comida que ofrecen es el shojin ryori vegetariano, aunque servido con una presentación y un esmero que hacen las delicias de los estetas más exigentes. Además, dormir en el shukubo permite asistir a la ceremonia ritual de la seis de la mañana, en que los monjes hacen la lectura ritual de los sutras, las escrituras que recogen las enseñanzas budistas.
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