Entrada de la exposición. JJuste
JORDI Juste
El novelista Yasunari Kawabata le pidió al pintor Kaii Higashiyama en los años 60: "Si no pintas Kioto ahora, desaparecerá. Mientras estés en Kioto, pinta, por favor". La petición fue el principio de una fructífera amistad. Higashiyama le hizo caso y creó la serie de cuadros Keiraku shiki (Las cuatro estaciones de Kioto), que recogían la esencia del paisaje que Kawabata se resistía a ver desaparecer. En una de las exposiciones más interesantes de los últimos años, el Museo de Kioto acaba de mostrar la relación epistolar que se estableció entre los dos hombres, centrada en su amor por la antigua capital, y algunas de las obras que dió como fruto.
JORDI Juste
El novelista Yasunari Kawabata le pidió al pintor Kaii Higashiyama en los años 60: "Si no pintas Kioto ahora, desaparecerá. Mientras estés en Kioto, pinta, por favor". La petición fue el principio de una fructífera amistad. Higashiyama le hizo caso y creó la serie de cuadros Keiraku shiki (Las cuatro estaciones de Kioto), que recogían la esencia del paisaje que Kawabata se resistía a ver desaparecer. En una de las exposiciones más interesantes de los últimos años, el Museo de Kioto acaba de mostrar la relación epistolar que se estableció entre los dos hombres, centrada en su amor por la antigua capital, y algunas de las obras que dió como fruto.
Quizás a bastantes lectores les suena el nombre de Kawabata, premio Nobel de literatura en 1968 gracias a novelas como País de Nieve o La Antigua Capital, pero seguramente muy pocos han oído hablar de Kaii Higashiyama. Y, sin embargo, en Japón ambos son igualmente famosos.Kawabata recibió una gran influencia de la literatura europea pero su obra dejó un conjunto de retratos eminentemente japoneses, de un Japón a la vez bello y triste, que languidecía aplastado por el vulgar mundo moderno; una serie de anécdotas que, a modo de haikus, pretendían atrapar la esencia de las cosas a través de una impresión sensorial. Algunos de esos retazos de vida que Kawabata atrapó con palabras estaban en el Kioto que no lograba salvarse del desarrollismo.
"Yo andaba por Kioto e iba murmurando "no se ven las montañas, no se ven las montañas", y me iba entristeciendo. Se iban construyendo edificios feos y desde la ciudad se iban dejando de ver las montañas. Para mí una ciudad desde la que no se veían las montañas no podía ser Kioto, y me lamentaba. Ahora ya me he acostumbrado a esta ciudad, Kioto, desde donde no se ven las montañas. Pero quiero que el perfil de la antigua ciudad se quede así por largo tiempo. Es lo que ruego hoy", le escribía el novelista al pintor para agradecerle que hubiera llegado a tiempo de salvar el antiguo paisaje.
Por su parte, Higashiyama comenzó su carrera en el ámbito del nihonga, la pintura tradicional japonesa, y fue incorporando influencias del arte europeo del siglo XIX hasta encontrar un estilo personal deudor en gran medida del romanticismo alemán. Sus peores pinturas rozan peligrosamente el cromo cursi, pero en sus obras maestras logró captar como pocos la esencia de la naturaleza japonesa en general, y en especial la de Kioto.
"Nada como la vida cotidiana de los habitantes de Kioto ejemplifica una unión tan íntima con las cuatro estaciones. Desde la antigüedad esa es la base, el apoyo y la señal del sentimiento de belleza de los japoneses. Ahora está a punto de desaparecer buena parte de eso", se lamentaba Higashiyama en una carta.
Ambos tenían razón, a juzgar por la gran cantidad de edificios feos que se pueden ver hoy en Kioto. Sin embargo, lo bello todavía abunda en la ciudad, las montañas se ven desde muchas calles y pervive algo de esa comunión entre la vida cotidiana y la naturaleza que tanto admiraban Kawabata y Higashiyama.
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