La bolsa de Tokio. Jordi Juste
Algunos lectores se habrán dado cuenta, gracias a la información bursátil, de que en Japón hay muchos lunes festivos. Esto es así desde el año 2000. Entonces habían pasado ya casi diez años desde el hundimiento de la burbuja inmobiliaria y la economía no terminaba de salir del agujero, así que el gobierno decidió trasladar una serie de celebraciones para que la gente tuviera fines de semana más largos y gastara más. En Japón los fines de semana y casi todos los días festivos nacionales todos los comercios están abiertos y son muchos los que no cierran más que dos o tres días al año.
Durante los años 80 los precios de las propiedades no pararon de subir, el índice Nikkei de la bolsa de Tokio rozó los 40.000 puntos, los potentados nipones compraron símbolos de Occidente, como el Rockefeller Center de Nueva York, y los japoneses de a pie se lanzaron a llenar sus casas de electrodomésticos nacionales y productos de lujo de importación. Pero a finales de la década la burbuja explotó, mucha gente se quedó atrapada por hipotecas impagables, el Nikkei comenzó su caída hacia los 7.000 puntos y miles de empresas redujeron sus plantillas. Y los japoneses dejaron de gastar.
Las cuentas de los grandes bancos fueron reparándose poco a poco, a base de fusiones y ayudas del gobierno. Pero los japoneses habían recobrado su devoción por las hormigas y se dedicaban a guardar para el día de mañana, con lo que la economía, cada vez más basada en el consumo interno, no acababa de ponerse a andar. Entonces el gobierno decidió forzar a los trabajadores a descansar con la esperanza de que gastaran más.
Se cambiaron fiestas como el Día de los Nuevos Adultos, el del Mar, el de Mostrar Respeto a los Ancianos o el del Deporte, que pasaron de celebrarse en un día fijo del mes a hacerlo en uno de sus lunes. En cambio, se salvaron del nuevo orden celebraciones marcadas por el calendario natural, como Año Nuevo y los equinoccios, o las que conmemoran efemerides, como la fundación del país, la aprobación de la Constitución o el cumpleaños del Emperador (en caso de caer en domingo se recuperan también con un lunes festivo).
Para entender la importancia de la medida hay que tener en cuenta que muchos japoneses no toman vacaciones casi nunca. Por ley tienen derecho a un mes pagado, pero muchos usan, a lo sumo, una tercera parte, y siempre en períodos de menos de cinco días, a menudo a principios de enero o a mediados de agosto, coincidiendo con la fiesta budista de los difuntos.
Los motivos de esta conducta son variados y van desde el rechazo cultural a la vagancia hasta la escasa fuerza de los sindicatos, pasando por la gran identificación del japonés con su lugar de trabajo y su aversión a causar dificultades al grupo para satisfacer sus propios deseos. Muchos usan los días de vacaciones cuando están enfermos para no tener que pedir la baja (aunque para que un japonés normal se ausente de su lugar de trabajo tiene que estar muy mal de salud).
Por cierto, se desconoce el impacto económico de la medida, aunque el consumo terminó por aumentar –eso sí, sin la alegría de antaño– cuando la economía volvió a crecer y se habló de nuevo de la falta de mano de obra.
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