martes, agosto 31, 2021

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Tokio 2020 (en 2021), los Juegos de la resignación

Tenían que ser unos Juegos Olímpicos para sacar pecho, para mostrarle al mundo que Japón se había recuperado del mazazo del tsunami y del accidente nuclear de Fukushima de marzo de 2011. Y, en cambio, serán las olimpiadas de la resignación, aplazadas por primera vez en la historia y con la mayoría de la población anfitriona deseando que se vuelvan a aplazar o se cancelen definitivamente. Ya no hay marcha atrás y, a menos que se produzca otra catástrofe —cosa que en Japón nunca se puede descartar— el pebetero del estadio olímpico se encenderá el próximo día 21, un año después de la fecha inicialmente prevista.

«La ciudadanía de Tokio está en contra de la celebración. Dicen que existe la posibilidad de que la cantidad de personas infectadas aumente con la llegada de tantos atletas desde el extranjero; y que, en este momento, no tienen ganas de disfrutar de un festival como los Juegos. Yo, como persona que sintió en su piel la emoción previa al Mundial de fútbol de 2002, no puedo creer que vayan a empezar dentro de unos días»,explica Shingo Sugawara, periodista deportivo de la cadena JSports.

Sugawara tiene 44 años, pero el sentimiento es parecido entre los jóvenes. «Antes de la pandemia, todo el mundo hablaba de los Juegos: de la lotería para conseguir entradas, de ir a visitar las obras del estadio... Estábamos muy ilusionados", explica Shunsuke Nakamura, de 25 años, que actúa como DJ con el nombre Joii Hill en clubs del distrito de Shibuya. «Después del aplazamiento, la gente fue perdiendo interés. Y ahora solo se oyen comentarios negativos como '¿En serio se van a hacer?' o '¿Se van a poder contener los contagios?'», añade antes de manifestar su pesimismo: «No creo que los Juegos vayan a ser un éxito. Mucha gente ha trabajado para prepararlos, y tengo la sensación de que su esfuerzo habrá sido un desperdicio»

La oposición de la mayoría de tokiotas es pasiva y se expresa solo en conversaciones privadas o encuestas de opinión. En la publicada en el periódico Asahi Shinbunel 17 de mayo, un 46 % de los ciudadanos de la capital se mostraban partidarios de la cancelación definitiva, un 30 % de un nuevo aplazamiento y solo un 21 % de que los Juegos se celebren este verano. 

A pesar de la tradicional resistencia nipona a mostrar desacuerdo en público, durante los últimos meses se han convocado manifestaciones para reclamar la cancelación. La más significativa congregó a cientos de personas el 23 de junio frente a la sede del gobierno provincial, donde se pudieron ver pancartas que destacaban la contradicción de celebrar, en plena pandemia, un evento al que llegaron a calificar de «Satsujin Gorin», es decir, olimpiada asesina.

Paralelamente, en mayo se lanzó la campaña de recogida de firmas Cancel The Tokyo Olympics to Protect our Lives, liderada por el abogado Kenji Utsunomiya, que advirtió que «si se celebran los Juegos, tendrán que desviarse recursos médicos de gran importancia». Por su parte, la Asociación de Médicos de Tokio, que agrupa a unos 6.000 profesionales, dirigió una carta a los organizadores en la que se explica por qué el evento no debería celebrarse: "Los virus se expanden mediante el movimiento de la gente. Japón tendrá una gran responsabilidad en el incremento de infectados y de muertes".

La pandemia ha tenido una incidencia menor que en otros países, tanto en número de infectados como de víctimas mortales, aunque hay que tomar estas estadísticas con cierto escepticismo por la escasa realización de pruebas PCR y la reticencia de los japoneses a reconocer que están enfermos y coger la baja. El número oficial de infectados es de algo más de 800.000, con casi 15.000 muertos, en una población de 125 millones de habitantes. Sin embargo, en las últimas semanas, el número de casos ha aumentado de forma exponencial. También se ha acelerado la vacunación, pero la proporción de vacunados (29 %) sigue por debajo de lo que cabría esperar. Más allá de los números, el principal problema es que el sistema sanitario se basa en los hospitales privados, reacios a ingresar a enfermos de covid para no perjudicar al resto de su actividad. 

Sin aficionados

En marzo la situación obligó a anunciar que los Juegos se celebrarán sin aficionados extranjeros. En junio se decidió que solo se ocuparía el 50 % del aforo de las sedes, con un máximo de 10.000 espectadores en las de mayor capacidad.

Tampoco se espera ambiente olímpico en la ciudad. Solo pueden ir a Japón atletas, periodistas y otras personas acreditadas. A todos se les conminará a permanecer en sus lugares de alojamiento y salir solo para lo estrictamente necesario. Aunque salgan, la población local no parece dispuesta a arriesgar su salud para confraternizar.

«Lo que normalmente se sentiría en un país que va a celebrar unas olimpiadas, como ilusión, alegría de recibir a gente de fuera, ambiente internacional..., no lo noto, siento que la gente está más pendiente de los casos de covid, que aumentan a medida que van llegando los atletas», explica Midori López, coordinadora de publicidad en Barcelona. Ella ha podido visitar a la familia gracias a su pasaporte japonés, pero ha pasado un calvario de trámites y controles antes de llegar a destino. 

Tampoco percibe entusiasmo Sergio Nespral, de Ponferrada, que trabaja en la Cámara de Comercio de España. «Estaba ilusionado, pero, hoy por hoy, creo que no va a haber diferencia entre estar en España, viendo los Juegos por la tele, y estar en Tokio. No habrá turistas, habrá muy poco público en los estadios, conseguir una entrada será casi más difícil que en condiciones normales, los atletas estarán recluidos en sus respectivas burbujas y se ha anunciado la cancelación de los public viewing». 

El impacto económico 

La ausencia de aficionados y las medidas para adaptarlo a la pandemia supondrán una carga negativa extra en el balance del evento. Pero son un mal menor comparado con su cancelación definitiva. Según el Nomura Reasearch Institute, esta supondría para Japón una pérdida de 14.000 millones de euros, el 0,33 % del PIB.

En diciembre, los organizadores anunciaron que el coste total sería de 13.000 millones de euros (Río 2016 costó 11.000 millones; Londres 2012, 12.000 millones). Estas cifras no incluyen todo lo que se ha gastado, ya que a veces es difícil discernir si una inversión se habría producido sin los Juegos. El Kaikeikensain, organismo  encargado de fiscalizar el gasto del gobierno, suma 8.000 millones de euros adicionales, a los que hay que añadir los 6.000 que el gobierno provincial anunció para «proyectos directa e indirectamente relacionados con los Juegos». En total, 27.000 millones de euros.

«Se ha realizado una gran inversión para albergar los Juegos. Ya no es posible que se recupere toda, pero sí parte de ella, siempre y cuando se celebren», opina Hajime Takiguchi, productor de la cadena WOWOW, responsable de la señal del tenis, que añade otra de las claves para que las Olimpiadas sigan adelante: «si no se celebran, el COI no obtiene ingresos, así que posiblemente no han contemplado la opción de cancelarlos». Se calcula que más de un 90 % de los ingresos del COI proviene de la venta de derechos de emisión.

Otra fuente de ingresos es la venta de entradas. Se habían presupuestado en unos 670 millones de euros, pero la cifra se quedará en nada. Además, los Juegos tenían que suponer un impulso para la economía mediante el incremento de la llegada de turistas, tanto para presenciar el evento como atraídos por la gran campaña publicitaria que representan. Japón acogió en 2019 a casi 32 millones de visitantes, y aproximadamente la mitad pasaron por la capital. 

La importancia de la imagen

La esperanza en que los Juegos mejoren la reputación de Japón es un punto de coincidencia entre los que apoyan la celebración. Como Fumiko Kato, directora general de WAmazing, agencia especializada en viajes por Japón para extranjeros. «Aunque los Juegos se hagan sin público, aunque a última hora se declare el estado de emergencia, quedarán grabados en la memoria mundial como 'especiales, únicos'», justifica Kato,que se muestra optimista con el resultado final:«Desde el sector turístico, queremos sacar el máximo provecho para la marca Japón. Mediante la televisión, esperamos llegar a todo el mundo y volver a atraer a visitantes impresionados con Tokio».

También defiende los Juegos Masahiro Yamamoto, empresario del sector de la alimentación:«no será posible recuperar directamente la inversión de capital y los gastos, el balance económico será negativo; pero servirán para que Tokio se promocione en todo el mundo; así que, si la llegada de visitantes se recupera después de la pandemia, el resultado acabará siendo positivo».

Más escéptico se muestra Takeshi Kawauchi, de 82 años, vinculado durante más de medio siglo a la telefónica NTT, donde entró en 1963, un año antes de los primeros Juegos de Tokio. Kawauchi recuerda la ilusión de 1964: «... los Juegos que experimenté fueron una época en la que Japón en su conjunto se inundó de energía joven». Más allá de la pandemia, esgrime razones para la desgana actual: «Ahora hay mundiales para cada deporte, y por la tele siempre se puede ver alguno. La emoción de las competiciones es extremadamente baja en comparación con 1964». Con todo, avisa de que la opinión de los japoneses es volátil: «Entonces también hubo oposición antes de la celebración, pero luego un 89,9 % dijo que habían sido un gran éxito».

Yuko Oda, profesora de costura tradicional japonesa, admite que ya es demasiado tarde para cancelar:«tendrían que haber tomado una decisión antes. Ya solo espero que terminen sin problemas». En 1964, Oda tenía 20 años, y recuerda el evento como «una gran celebración». «La tele entró en todos los hogares y aprendimos que el deporte era divertido», explica.«Esta vez, antes de la pandemia, estaba ilusionada. Cuando se decidió que se harían en Tokio, pensé que resucitaría la revitalizante sensación del 64. Pero ahora mi único sentimiento es de preocupación», reconoce con resignación.

 

 

Yoshihide Suga (72)

Primer ministro desde septiembre de 2020. Le ha tocado liderar el país durante la pandemia y la celebración de unos Juegos cuya organización ya seguía de cerca como jefe de gabinete de Shinzo Abe. Muestra poca paciencia con la oposición y con las preguntas de los periodistas.  Se le critica que no haya explicado claramente por qué no hay más remedio que celebrar los juegos.

Shinzo Abe (66)

Nieto e hijo de primer ministro y ministro, tenía que ser recordado por liderar el Japón que se recuperó del tsunami y el desastre nuclear de 2011. Los Juegos tenían que ser la guinda en su carrera. Pero se vio obligado a dimitir —por segunda vez— el año pasado, oficialmente debido a problemas de salud, que no escondieron que estaba asediado por diversos casos de corrupción.

Yuriko Koike (68)

Es la gobernadora de Tokio desde 2016. Tiene una larga carrera como política, y anteriormente como periodista e intérprete de árabe. Ha sabido mantener un alto índice de popularidad en los peores momentos de la pandemia, por lo que se hablaba de ella como futura primera ministra. El 30 de junio fue dada de alta después de una semana ingresada en un hospital por una crisis de fatiga.

Seiko Hashimoto (56)

Nació en 1964 y le pusieron Seiko por la similitud con seika,llama sagradaen japonés. Hizo su debut olímpico en patinaje de velocidad en Sarajevo 1984, y participó en Calgary 1988, Albertville 1992 (ganó el bronce) y Lillehammer. Como ciclista de velocidad, participó en Seúl 1988, Barcelona 1992 y Atlanta 1996. Está en política desde 1993. En 2019 la eligieron ministra encargada de Tokio 2020, y en 2021 sustituyó a Yoshiro Mori como presidenta del Comité Organizador de los Juegos. 

Yoshiro Mori (83)

Es una de las caras fijas de la política japonesa del último medio siglo. En abril de 2000 fue elegido primer ministro para sustituir a Keizo Obuchi cuando este sufrió un derrame cerebral. Un año después, tuvo que dimitir acosado por una bajísima popularidad ganada a base de constantes meteduras de pata. Se mantuvo como parlamentario hasta 2012. En 2014 fue elegido presidente del comité organizador de Tokio 2020, pero en 2021 se vio obligado a dimitir por decir que las mujeres hablan demasiado en las reuniones.