miércoles, octubre 24, 2007

El jardín oculto de Kioto

CRÓNICA DESDE KIOTO
Jordi Juste. Kioto
De casi cualquier ciudad del mundo se puede decir que tiene mucha belleza oculta. En el caso de las urbes japonesas suele ser especialmente cierto, ya que no tienen una monumentalidad apreciable desde la calle, si exceptuamos quizás algunos castillos y grandes edificios modernos. Para apreciar el santuario de Meiji en Tokio, el Gran Buda en Nara o el Templo del Pabellón Dorado en Kioto hay que entrar en un recinto y caminar un buen rato. En la antigua capital de Japón hay muchos más ejemplos, como el palacio shogunal de Nijo, el jardín zen de piedras de Ryoanji, el templo budista de Kiyomizu o el santuario sintoísta de Heian. En este último, además, se esconde el Shin’en, un fabuloso jardín de 33 kilómetros cuadrados que pasa desapercibido para la mayoría de turistas. La falta de visibilidad se explica porque en muchas guías ni siquiera aparece y, sobre todo, porque se accede desde una pequeña puerta que se encuentra en uno de los laterales de la enorme esplanada que hay delante del edificio principal del santuario.
En realidad, el Shin’en son cuatro jardines enlazados, cada uno con características diferentes pero todos ellos estructurados alrededor de su estanque. El jardín del oeste, que cuenta con una pequeña cabaña para realizar la ceremonia del té, alcanza su máxima belleza en verano, cuando los iris florecen junto al agua. El del sur fue diseñado pensando en las fiestas literarias de los nobles, en que competían escribiendo y leyendo sus poesías. Es especialmente bello en primavera, con los cerezos en flor, e incluye una curiosa sección en que se pueden apreciar especies botánicas que aparecen en las obras más destacadas de la literatura japonesa del período Heian (794-1185), como el Romance de Genji o el Libro de la Almohada.
En el tercer jardín, el del centro, se puede pasar entre las aguas del estanque saltando entre pedestales que fueron construidos aprovechando piedras de puentes que antiguamente se levantaban sobre el río Kamo. Por último, el del este es el que aprovecha mejor un rasgo común en muchos jardines japoneses, la armonización con el paisaje que lo rodea, en este caso las montañas que cierran la ciudad por el este, dando la sensación al visitante de que se encuentra enmedio de una porción escogida y domesticada de la naturaleza silvestre más que en un espacio diseñado por el hombre.
El Shin’en no es el misterioso jardín que busca el descendiente del príncipe Genji en la novela Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río, del escritor húngaro László Krasznahorkai, pero comparte con él la ubicación en Kioto y la capacidad de resumir algunas de las características fundamentales de la estética tradicional japonesa, como la sencillez y la naturalidad. Fue concebido como complemento al gran santuario de Heian, construido en 1895 imitando la estructura del palacio imperial para conmemorar el 1.100 aniversario de la fundación de la ciudad y para compensar la depresión que se vivía en Kioto casi tres décadas después de que la Corte Imperial se trasladara a Tokio. Paradójicamente, la visita al santuario se puede dar por hecha en pocos minutos. En cambio, el jardín merece ser disfrutado sin prisas.

viernes, octubre 12, 2007

Pocos accidentes de moto en Japón

Jordi Juste. Kioto
En 2005 murieron en Japón 603 personas por accidente de moto de más de 50 centímetros cúbicos, casi 400 menos que en 1995. La cifra de fatalidades es muy baja para un país de 127 millones de habitantes. Detrás de este dato hay una tasa de accidentes de tráfico baja, un parque de motocicletas pequeño, un sistema de licencias de conducción que funciona y una actitud responsable por parte de los conductores. “El sistema es bueno, está bien pensado, y el número de accidentes no es alto, en comparación con otros países. Lo más importante es la forma de conducir las motos. Recientemente, la edad de los conductores de motos grandes es bastante alta, entre 30 y 50 años, y no corren demasiado”, explica Yuichi Sakagami, de la Nippon Motorcycle Association.
En Japón se puede obtener la licencia de moto de hasta 400 centímetros cúbicos a los 16 años y la de cilindrada superior a los 18. Aunque en teoría es posible obtener el permiso pasando los exámenes teórico y práctico por libre, lo habitual es tomar clases en una autoescuela. De igual modo, no existe ninguna obligación de obtener primero el permiso para motos pequeñas antes de atreverse con las grandes, pero las autoescuelas recomiendan a sus alumnos ir paso a paso. Pocas motos
Honda, Yamaha, Suzuki y Kawasaki son marcas que hacen que muchos europeos imaginen las carreteras japonesas abarrotadas de motocicletas de gran cilindrada. La realidad es que en Japón hay 13 millones de vehículos de dos ruedas con motor, de los que 8 millones son ciclomotores y sólo unos 700.000 motos de más de 400 centímetros cúbicos. Motivos de carácter climático, histórico, económico o sociocultural explican esta relativa escasez. Por una parte, Japón es un país donde llueve mucho. Además, está muy generalizado el uso de la bicicleta, a menudo para conectar con los eficientes transportes públicos. A ello se añade que la imagen de la moto está asociada a los bosozoku, las bandas juveniles de moteros que se dedican a pasear en grupo a marcha lenta armando tanto ruido como pueden.
En los últimos años, sin embargo, ha aumentado el número de motos de gran cilindrada, sobre todo entre personas de entre 30 y 50 años con un poder adquisitivo medio o alto. A ello ha contribuido el relajamiento de las normas de industria y circulación. Por un lado, hasta julio había retsricciones de potencia y era imposible comprar en Japón una moto de 400 cc con más de 53 caballos de potencia y había que importarla. Por otra parte, en 2005 se legalizó llevar a un pasajero por autopista a los conductores de más de 20 años y con tres de experiencia, lo que abrió mucho las posibilidades recreativas en un país donde las carreteras secundarias son a menudo estrechas vías sin guardarraíl que cruzan campos o zonas residenciales sin aceras y festoneadas de aparatosos postes eléctricos.

jueves, octubre 11, 2007

En el deporte, lo importante es organizar

11/10/2007 CRÓNICA DESDE KIOTO // JORDI JUSTE El lunes anterior al 10 de octubre es festivo en Japón porque se celebra el día del deporte (taiku no hi). Desde hace ya algunos años, en este país los festivos intersemanales se trasladan automáticamente al primer día de la semana, para no perjudicar los calendarios laborales y escolares y como forma de permitir que los japoneses disfruten de al menos tres días seguidos de vacaciones, algo que de otro modo muchos solo podrían hacer alrededor del 15 de agosto o por Año Nuevo.
Durante las semanas que rodean al taiku no hi, en una gran parte de los centros educativos de Japón se celebran los undo kai, las fiestas del deporte. Los organizadores no son solo las propias guarderías, parvularios, escuelas primarias y secundarias y universidades, sino también empresas y asociaciones de vecinos. En todos los casos la organización implica a un gran número de personas que se movilizan para que todo funcione a la perfección. Vistos con los ojos de un extranjero, los undo kai, más que fiestas para disfrutar del deporte en sí mismo, parecen ejercicios para poner a prueba la salud de la sociedad como conjunto de seres humanos que colaboran para conseguir un objetivo común.
En las escuelas, los alumnos se suelen dividir en dos o tres equipos que integran a chavales de varios cursos. Estos compiten por llegar los primeros a la meta o por meter más bolas que el contrario en el cesto, pero en todo el momento pesa en el aire un espíritu de censura a la alegría excesiva por la victoria. Los niños se preparan durante semanas bajo el sofocante calor de finales de verano, pero más que para ganar, lo hacen para aprender cuál es su sitio en el equipo. El tópico de que lo importante es participar es elevado a la categoría de sentido común.
En los undo kai de barrio, en cuestión de minutos las carpas de las distintas asociaciones participantes están en pie, las banderolas ondeando, las líneas de cal marcadas con precisión milimétrica, y la megafonía revisada y en perfecto funcionamiento. Durante horas se suceden bajo la supervisión de los voluntarios del equipo organizador, actividades en las que participan cientos de personas, desde niños de preescolar hasta ancianos, todas ellas dedicadas a dar lucimiento al trabajo de equipo. Se tira de la cuerda, se corre por tríos con las piernas atadas a los compañeros o se participa en los relevos de mukade, palabra que significa ciempiés y que en este caso se refiere a dos tablas con estribos sobre las que corren cinco personas obligadas a hacer avanzar sus piernas exactamente al mismo tiempo. Normalmente, la copa para el equipo ganador es la misma cada año y solo se añade una cinta de colores con su nombre. Además, hay premios para casi todos los participantes.
Terminado el acto, casi nadie se escaquea y a menudo sobran brazos para guardar los bártulos, reunir hasta la muestra más ínfima de basura y rastrillar el terreno hasta que parezca que nadie lo haya pisado en meses. Al final del día, la impresión que queda es que la sociedad japonesa ha entonado su musculatura y se ha reafirmado en el convencimiento de que lo que realmente importa es organizar.

miércoles, octubre 10, 2007

Japón no pierde los papeles

7/10/2007 EFECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN ASIA
• El precio del cartón y del papel usados para reciclaje se dispara y crecen los robos y la competencia entre los recolectores
• La causa es la creciente demanda de China
JORDI JUSTE.KIOTO
La escasez de papel para reciclar, provocada por el aumento de la demanda en China, ha hecho que su precio se dispare en Japón y que se recrudezca la competencia entre los recolectores para llegar los primeros a los puntos de recogida. En distintos lugares del país se han producido robos de papel usado y en Tokio varios distritos han denunciado ya a empresas privadas por recogerlo sin contar con la autorización municipal, una falta por la que se enfrentan a multas de 200.000 yenes (unos 1.300 euros).
En general, la competencia ha hecho aumentar considerablemente la frecuencia de las visitas de los recolectores, tanto de los que cuentan con autorización oficial como de los considerados piratas.
Por su parte, algunos industriales se han quejado de que ahora las autoridades municipales quieran limitar una actividad que vienen llevando a cabo desde hace tiempo. "Se nos podrá mirar como a ladrones por hacer lo que hemos hecho durante tanto tiempo. Pero tenemos que ganarnos la vida", declaró recientemente al diario Asahi Shimbun Masamitsu Matsuzawa, presidente y fundador, hace 40 años, de una pequeña compañía que hoy opera con más de 125 camiones de recogida.
Grandes consumidores
Detrás de la actual lucha por hacerse con la preciada basura están la voracidad papelera de la industria y los consumidores japoneses y el surgimiento económico chino, que ha provocado que una parte importante del papel viaje ahora al país vecino para ser reciclado con unos costes mucho más bajos que los japoneses gracias a la enorme diferencia en salarios y protección del medio ambiente.
Japón es el cuarto consumidor mundial de papel por habitante, por detrás de Estados Unidos, Finlandia y Suecia. Cada japonés consume cerca de 250 kilos de papel al año, 77 más que los españoles y casi 200 por encima de la media mundial por persona, que es de 56. Para explicar esta considerable diferencia en consumo de papel hay que tener en cuenta datos como la circulación de la prensa, que en Japón alcanza los 70 millones de ejemplares diarios, así como hábitos comerciales como envolver los productos con diversas capas de papel y prácticas domésticas como el gran uso de servilletas y pañuelos desechables.
En cuanto a China, los datos disponibles indican un consumo de 42 kilos de papel por persona y año, por lo que se espera que en las próximas décadas la demanda no haga más que crecer y añada presión sobre el mercado japonés de papel usado para reciclar.
Alza de los costes
De momento, la industria se ha visto obligada a aumentar el precio que paga a los recolectores de papel hasta los 13 yenes (unos 8 céntimos de euro) por kilo, el doble que hace cinco años. "Si no aumentamos el precio de compra no podemos garantizarnos suficiente papel usado", declaró Shoichiro Suzuki, presidente de la patronal Japan Paper Asociation.
Paralelamente al aumento de la demanda de papel usado, ha surgido en el seno del Gobierno japonés una pugna entre los partidarios de promover el reciclaje a ultranza y los que defienden la necesidad de combinarlo con el uso de la madera obtenida en la limpieza de bosques. Desde 2001, el 100% del papel que se usa en las copiadoras de oficinas gubernamentales niponas tiene que ser reciclado. Sin embargo, ahora la Agencia Forestal defiende la necesidad de dar una salida a los más de 8 millones de toneladas de madera proveniente de la limpieza de bosques que permanece apilada sin uso y garantizar así la viabilidad de una práctica vital para prevenir incendios, riadas y desprendimientos de tierra.
Por su parte, el Ministerio de Medio Ambiente se opone a relajar una medida que considera emblemática de su política de promoción del reciclaje. "La regla del 100% tiene como objetivo mejorar el medio ambiente con dinero público. Reconsiderarla sería una retirada de todo el sistema. No lo podemos hacer tan fácilmente", aseguró recientemente un representante de Medio Ambiente.

martes, octubre 02, 2007

Bodas japonesas del siglo XXI

2/10/2007 CRÓNICA DESDE TOKIO // JORDI JUSTE Pasear por los grandes santuarios sintoístas reporta a veces la recompensa de presenciar la entrada o la salida de una comitiva nupcial. La visión es siempre impactante, especialmente en Meiji Jingu, el principal recinto sintoísta de Tokio, situado en el corazón de la metrópolis, a poca distancia de Harujuku, la meca de la moda juvenil, y del parque de Yoyogi, donde se dan cita músicos callejeros y estrafalarios aficionados.
La arquitectura sintoísta no es espectacular, ya que busca más la armonía con la naturaleza que el lucimiento de los edificios, al interior de los cuales solo se accede para participar en ceremonias. Por eso, las visitas a los santuarios se parecen más bien a un paseo por un parque. Uno está admirando algún gran árbol sagrado o leyendo las tabletas votivas colgadas por los feligreses cuando de repente se percibe algo especial en el ambiente, las voces se aquietan y las miradas se concentran en el lugar por donde avanza una hilera de personajes con semblante grave que parecen salir del túnel del tiempo. Y siempre hay turistas que se apresuran a aprovechar la ocasión de llevarse un recuerdo fotográfico único.
A la cabeza va un sacerdote con un imponente quimono y tocado con un largo gorro ceremonial, seguido de sus monaguillas, vestidas con falda roja y blusa blanca. En el corazón del cortejo están los contrayentes, la novia con quimono blanco o de colores y el novio con un sobrio hakama, compuesto por una falda pantalón gris y una chaqueta negra. Acompaña a la novia su madre o una amiga para ayudarla a desplazarse con un vestido de seda pesadísimo, que solo permite dar pasitos diminutos. Detrás de los novios puede haber un sacerdote o ayudante sosteniendo una gran sombrilla de papel. Y, finalmente, desfilan los familiares, los hombres con traje negro y camisa y corbata blancas y las mujeres con quimono o vestidas a la occidental, pero con colores poco llamativos. Todos se dirigen al honden, el edificio donde está el altar dedicado a la deidad principal del santuario. Allí, apartados de las miradas curiosas por tabiques de madera que sí dejan escapar las notas de los instrumentos tradicionales, tiene lugar una ceremonia de purificación y luego el rito del compromiso.
Hasta los años 80 estas escenas tenían poco de extraordinario, ya que la mayoría de los japoneses se casaban en algún santuario sintoísta. Sin embargo, la mayoría de las bodas siguen ahora algún rito más o menos cristiano. No importa que menos de un 1% de los japoneses declaren seguir el cristianismo en alguna de sus formas. La mayoría de los novios quieren vivir una boda al estilo de las que aparecen en las películas occidentales, con la novia más en el papel de emperatriz austríaca que de sumisa ama de casa japonesa. Se calcula que las bodas al estilo occidental son aproximadamente un 70%. En muchas ocasiones ni tan siquiera se celebran en iglesias reales o con curas de verdad, sino en las capillas con que cuentan los hoteles o grandes locales de banquetes y presididas por profesores extranjeros de idiomas que los fines de semana se enfundan la sotana y sueltan unos latinajos para sacarse un sobresueldo.