martes, mayo 20, 2008

Sushi bajo los cerezos en flor

Picnic en un parque de Kioto. JJuste
El símbolo indiscutible de la primavera japonesa es la sakura, o flor del cerezo. Los japoneses sienten verdadera devoción por ella. Por eso, todo el país está repleto de diferentes clases de cerezos, cuya finalidad principal es ofrecerles durante unos días la oportunidad de reunirse con los amigos y disfrutar de su belleza efímera mientras degustan alguna delicia alimentaria y, a menudo, beben alcohol en grandes cantidades.
Como Japón es un país con una gran variedad de latitudes, desde el norte de Hokaido hasta el sur de Okinawa, y una variada orografía, los cerezos van floreciendo sucesivamente en las distintas partes del país. Para saber cuándo se producirá la eclosión cerca de casa y poder programar el picnic, no es necesario ni ser ingeniero agrónomo ni comprarse un almanaque. Basta con leer el periódico o ver las noticias de la televisión que informan con detalle de los días exactos en que las flores se van abrir. Cuando se produce el fenómeno en una zona, esta se tiñe de blanco, y uno se da cuenta de la enorme cantidad de cerezos que llega a albergar el país.
En Kioto, por ejemplo, es impresionante pasear por la orilla del Kamo, donde kilómetros y kilómetros de cerezos de la misma especie florecen simultáneamente a primeros de abril. En Osaka, quizá el sitio más popular para ir a ver los cerezos sea el parque del castillo. Y en Tokio, destacan los jardines del santuario de Yasukuni, así como los del palacio imperial para los privilegiados que acuden a la recepción oficial que ofrece el emperador.
En todo el país hay miles de lugares reputados por sus cerezos. El problema es que en Japón también hay mucha gente y el tiempo para ir a ver las sakura es muy limitado. Si hoy están en su máxima eclosión, mañana sus pétalos empezarán a desprenderse y, especialmente si aparece la lluvia, en cuestión de horas, las copas pasarán del blanco al verde. Por eso, los lugares donde es fácil extender un lienzo bajo los árboles están disputadísimos. En muchos casos, varios miembros de un grupo se levantan de madrugada para ir a coger sitio, e incluso hay profesionales que se dedican a guardar el espacio a cambio de una propina. En los jardines de Yoyogi, en Tokio, o en el parque Maruyama, en Kioto, a primera hora de la mañana ya casi no queda espacio libre.
A menudo, la fiesta bajo el cerezo se celebra sobre un horroroso plástico azul. Es un ejemplo más de la necesidad de focalizar la vista para disfrutar de la sutil belleza japonesa, muchas veces rodeada de la más basta fealdad. Las cubiertas azules sobre las que muchos comensales se sientan, siempre descalzos, a comer y beber se venden en cualquier gran superficie y son las mismas que se usan para tapar provisionalmente los tejados estropeados o que los sin techo utilizan durante todo el año para proteger sus enseres en los parques donde habitan. Son baratos, prácticos y resistentes, pero no pegan con los cerezos en flor, así que, para dejar gozar al espíritu, no queda más remedio que anestesiarlo con mucho alcohol, o elevar la mirada hacia las copas emblanquecidas y el cielo, que a veces también es de color azul.

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