martes, abril 17, 2012

Tome usted sus verduras y pague, ciudadano honesto

El otro día vi en en la tele una información sobre los robos en huertos de los alrededores de Barcelona, que están poniendo en peligro muchas explotaciones agrícolas modestas. En una de las imágenes se veía a un hombre de edad avanzada, pero aspecto saludable, que llevaba una bolsa con verduras que acababa de robar, y al campesino persiguiéndolo para obligarle a dejarlas. Me dio la sensación de que no era un robo por necesidad.Conociendo el país, me puedo imaginar que el ladrón debería pensar que no hacía ningún mal a nadie saliendo a pasear y volviendo a casa con un buen kilito de alcachofas para hacer una deliciosa tortilla. Es cierto que su delito, por sí solo, no le debería causar ningún gran daño al propietario cultivador de aquel pedazo de tierra. Pero no hay que ser un genio para entender los efectos de la generalización de esa actitud. Lo más grave es que lo que hacía aquel hombre denota una falta de conciencia general. Posiblemente, él ni se considera un ladrón. No quiero decir que su crimen sea equiparable al de los grupos organizados que por la noche roban la maquinaria de los campesinos o se cargan la cosecha entera y la cargan en camiones para luego venderla. Quizá desde un punto de vista de la ética individual sea menos grave, pero desde el punto de vista de la moral colectiva me parece más preocupante.
Viendo esas imágenes, me acordé del mujin hanbai, es decir, el sistema de venta directa de muchos campesinos japoneses, que dejan una repisa junto al huerto con bolsas de productos con el precio indicado y una hucha o una caja para meter el importe. He disfrutado de el método muchas veces en las afueras de Kyoto, una ciudad de más de un millón de habitantes (lo especifico para que quede claro que no hablo de una remota zona rural donde todos se conocen).
 Tengo amigos japoneses que tienen huertos y me han contado que "de vez en cuando, hay alguien que no paga, o alguien que pone menos dinero del que cuesta el producto", pero una inmensa mayoría sí paga lo que toca. Siempre que los oigo, tengo que explicar, mal que me pese, que en España al cabo de un rato ya habría desaparecido todo el producto, y al final del día no quedaría ni la hucha ni la repisa.

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