Jordi Juste
Unas sesenta mil personas se reunieron el 19 de septiembre en Tokio para pedir el fin de la energía nuclear. Visto desde Europa, puede parecer un grupo reducido en una metrópolis de casi treinta millones de habitantes. Pero es una reunión extraordinaria en Japón donde, en las últimas décadas, las protestas masivas se limitaban prácticamente al movimiento contrario a las bases militares estadounidenses en la isla de Okinawa. En los años cincuenta y sesenta las calles de Tokio vivieron una gran agitación política, centrada en la oposición al tratado de cooperación militar con Estados Unidos. Pero a principios de los setenta la juventud nipona disfrutaba ya de las comodidades aportadas por el crecimiento económico y estaba desengañada de algunos movimientos izquierdistas, que se oponían al imperialismo americano pero cerraban los ojos ante el soviético. La resaca de aquellos días han sido décadas de un conformismo generalizado que ahora podría estar terminando.
Los
manifestantes reunidos el día 19 en el parque Meiji de Tokio respondían al
llamamiento del grupo Sayonara Genpatsu
(adiós a las centrales nucleares) http://sayonara-nukes.org/english/ encabezado por nueve intelectuales que
quieren conseguir diez millones de firmas para un manifiesto contra la energía
nuclear. El documento inicial lo suscriben, entre otros, el premio Nobel de
literatura Kenzaburo Oe, el músico Ryuichi Sakamoto y la monja budista de 89
años Jakucho Setouchi. Incluye tres peticiones: que se cancele la construcción
de nuevas plantas de generación, que se eliminen de forma planificada las
actuales y que se cierren las instalaciones de reproceso de plutonio. “Siempre hemos sabido que los seres humanos
no pueden convivir con la energía nuclear. Lamentamos profundamente que, aunque
lo sabíamos, nuestras voces de protesta y nuestras acciones contra la energía
nuclear han sido, de largo, demasiado débiles”, afirma
el manifiesto.
Parece
que el tsunami que el 11 de marzo asoló la región de Tohoku y el desastre de la
central nuclear de Fukushima han hecho que muchos japoneses despierten después
de las décadas de sueño acrítico aceptando el credo atómico impuesto por las
compañías eléctricas con la anuencia de gran parte de las élites económica,
política y cultural. Cuando todavía se trabaja por enfriar los reactores
dañados en Fukushima para poder sellarlos, algunas encuestas sitúan en más del
setenta por ciento a los japoneses opuestos a esta forma de generación de
electricidad, cuando antes de la catástrofe eran mayoría los que la aceptaban,
ya fuera con entusiasmo -por ser una solución limpia y barata- o simplemente
como una más de las fatalidades que asuelan el archipiélago.
Siempre
ha habido japoneses opuestos a la energía nuclear en el único país que ha
sufrido un bombardeo atómico. Sin embargo, su voz fue haciéndose inaudible a
medida que la repulsa a lo nuclear, provocada por el recuerdo de las masacres de
Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945, fue quedando arrinconada
por el deseo de crecimiento económico rápido que siguió a la posguerra, y por
el hecho incuestionable que Japón es un país con casi nulas reservas de
combustibles fósiles. Los que alertaban del peligro del átomo en una tierra que
siempre tiembla fueron tomados durante décadas por quijotes que luchaban contra
molinos de viento.
Uno de
los que se han pasado la vida intentando despertar la conciencia de sus
compatriotas es Kenzaburo Oe, que ahora ve como sus palabras tienen mayor
repercusión en una población ávida de liderazgo moral. En un artículo publicado
recientemente, el novelista afirmaba: “Estamos
descargando unilateralmente nuestras responsabilidades sobre las generaciones
venideras”, y a continuación se preguntaba: “¿Cuándo abandonó la humanidad la moral que nos debería haber frenado?”.
Por su
parte la monja budista Jakucho Setouchi, autora de numerosos textos sobre temas
de actualidad, afirmaba recientemente: “No
solo los japoneses, sino quizás toda la humanidad se ha vuelto engreída. Piensa
que con su conocimiento lo puede vencer todo. Pero esta vez se nos ha enseñado
que el conocimiento humano es realmente insignificante. No podemos morirnos y
dejarle este horror a la gente joven, a los niños que quedarán. Yo estoy
dispuesta a sacrificarme para oponerme a la energía nuclear”.
Otra de las voces que hasta hace poco parecían clamar en el desierto y
ahora son escuchadas es la de Ryuichi Sakamoto. En su biografía La música os hará libres -escrita antes
del terremoto de Tohoku y que está a punto de aparecer en España- el músico se
lamenta sobre la falta de líderes de opinión en Japón: “Había personas
de carácter que -más allá de que fueran conservadores o progresistas- eran
capaces de decirle claramente a la sociedad lo que pensaban. Pero ahora ya no
hay.” Sakamoto lleva tiempo mostrando su oposición a la energía nuclear. En
2006 puso en marcha el proyecto Stop Rokkasho, para alertar sobre el peligro
que supone la planta de reproceso de combustible situada en la provincia de
Aomori. Recientemente, consciente del pecado de soberbia que ha cometido la
humanidad, afirmaba: “es necesario que
temblemos de miedo ante la indiferencia de la naturaleza, ya que a menudo
olvidamos que vivimos en ella, que somos parte de ella”.
Más allá del manifiesto de Sayonara Genpatsu, son numerosos los
intelectuales que en el medio año que ha transcurrido desde el tsunami han
levantado su voz contra el error que supuso confiar en la energía nuclear. Uno
de los más destacados ha sido el novelista Haruki Murakami, cuyo discurso de
aceptación del Premi Internacional Catalunya tuvo una gran repercusión en su
país y provocó una enorme cantidad de comentarios en las redes sociales.
Murakami acusó claramente en su alocución a las compañías eléctricas de haber
optado por la energía nuclear por la posibilidad de obtener mayores beneficios
económicos, pero se quejó también de la falta de espíritu crítico general como
causante del desastre: “Ahora
criticamos a la compañía eléctrica y al Gobierno. Es justo y necesario que lo
hagamos. Pero a la vez también nos hemos de echar las culpas a nosotros mismos.
Somos víctimas y culpables a la vez. Es una cuestión que debemos plantearnos
seriamente. Si no, puede ser que el error se repita en algún lugar”.
Tanto Murakami
como Sakamoto y muchos otros de los intelectuales que han mostrado su opinión
tras el desastre de Fukushima no se han limitado a criticar que Japón haya
llegado al extremo de producir un treinta por ciento de la energía que consume
en plantas nucleares, sino que han destacado la oportunidad que supone la
actual situación para que un país que cuenta con unos fabulosos recursos
tecnológicos y organizativos se vuelque en el desarrollo de formas de
generación, transporte y consumo de electricidad más limpias y seguras.
Versión original del artículo aparecido en el Cuaderno del Domingo de El Periódico de Catalunya del 25 de septiembre de 2011