Domingo. El Periódico de Catalunya, 16 de octubre de 2011
“Los cincuenta
de Fukushima”, “héroes de Fukushima”, “héroes sin rostro”, “héroes anónimos”,
“liquidadores”, “samuráis” y hasta “kamikaze”. Fuera de Japón les hemos llamado
de formas diversas, todas ellas con una gran carga de significado y algunas con
una evidente falta de conocimientos de historia. En su país, en cambio,
prefieren referirse a ellos de forma neutra como “Fukushima genpatsu fukkyu sagyou no sagyouin”, es decir,
“trabajadores que se encargan de la recuperación de la central nuclear de
Fukushima”. Son los galardonados con el Premio Príncipe de Asturias a la
Concordia 2011, los que, según el jurado, “pusieron en riesgo la propia vida al
afrontar, en la central siniestrada y su entorno, las tareas que evitaron una
tragedia humana y ambiental de mayores dimensiones, dando al mundo un ejemplo
de coraje ante la adversidad, sentido del deber, defensa del bien común y
conciencia cívica”.
¿Quiénes son los “héroes de Fukushima”?
El 11 de
marzo de 2011 un gran terremoto sacudió el noreste de la isla japonesa de
Honshu y, minutos después, una ola gigante arrasó buena parte de la región,
mató a unas veinte mil personas y dañó gravemente la central nuclear Fukushima
Daiichi. El riesgo de una gran catástrofe obligó a evacuar o confinar a la
población de los alrededores y a la gran mayoría de los trabajadores de la
central. Pero cincuenta operarios se quedaron intentando evitar o minimizar los
daños. Más tarde se unieron a ellos otros operarios de la central, además de bomberos,
policías y militares, que participaron en las tareas de desescombro, extinción
de incendios, refrigeración del material radiactivo, inspección desde el aire,
acordonamiento de la zona y evacuación de la población del área. El día 21
cinco de ellos recibirán el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia en
Oviedo. Son el capitán de bomberos Toyohiko Tomioka, los superintendentes de
policía Yoshitsugu Oigawa y Masami Watanabe, el coronel Shinji Iwakuma y el
teniente coronel Kenji Kato, ambos de las fuerzas armadas.
El coronel
Iwakuma es, además de un héroe, un verdadero superviviente de Fukushima. Su
vida corrió grave peligro a causa de las explosiones de hidrógeno que se
produjeron cuando participaba con sus hombres en las tareas de refrigeración
del reactor número 3 de la central siniestrada. El coronel pertenece a una
unidad especial de lucha contra armas biológicas y nucleares, y no esperaba que
fuera el hidrógeno lo que pudiera causarle la muerte. “Los escombros estuvieron
cayendo durante decenas de segundos, pero la sensación fue que aquello duró
mucho tiempo”, explicó Iwakuma en junio.
Ningún trabajador de Tepco
No acudirá a
recoger el premio ningún trabajador de la central. Ni de esos primeros
“cincuenta de Fukushima” ni de los que los han ido relevando hasta hoy en turnos
de cincuenta y con un límite de tres horas diarias. Tres de ellos han muerto
ya, aunque Tepco, la compañía propietaria de la central, atribuye sus
fallecimientos a causas distintas de la radiación.
El primer
muerto fue un hombre de 60 años en mayo y la causa oficial del deceso un
infarto de miocardio. El segundo tenía 40 años y falleció en agosto a causa de
una leucemia fulminante. Trabajaba en las instalaciones de control de
descontaminación por las que pasan los trabajadores y se sabe que el examen
médico previo a su contratación no había detectado ningún problema de salud y
que la autopsia no reveló dosis de radiactividad anormales. En cuanto al
tercero, un hombre de 50 años fallecido en octubre, pasó 46 días en el exterior
de la central instalando un tanque para tratar el agua contaminada. Por deseo
de la familia, no se ha comunicado la causa de su muerte, pero según Tepco no
fue ni la radiación ni un exceso de trabajo.
Además de
estas tres víctimas mortales, la compañía ha reconocido que algunos de sus
trabajadores han estado expuestos a dosis de radiación muy altas, pero no ha
revelado qué efectos ha tenido sobre su salud. Tepco tiene un largo historial
de mentiras y medias verdades, por lo que es difícil creer que no se conozcan ya
consecuencias graves de la radiación sobre la salud de sus trabajadores.
Como una condena a muerte
Durante
los días que siguieron al tsunami, las informaciones directas sobre la
situación real de los “héroes de Fukushima” se limitaron prácticamente a un
correo electrónico en que un trabajador de la central le agradecía desde dentro
a un compañero de Tokio su apoyo y le decía: “solo quiero que se sepa que hay
mucha gente luchando en la central bajo condiciones muy duras”.
Además,
la televisión pública NHK desveló un correo mandado por la hija de un
trabajador de la central que decía: “Mi padre trabaja en Fukushima Daiichi.
Todavía está ahí, intentando con todas sus fuerzas controlar la situación.
Finalmente, hemos podido confirmar que está bien. Pero creemos que están
sufriendo mucho por falta de comida. Les dicen que se resignen, como si los
hubieran condenado a muerte.”
Pocos rostros
De todas
esas personas que tendrán que vivir con gran inquietud el resto de sus vidas, conocemos
el rostro o los nombres de muy pocos. Uno de ellos es el capitán del cuerpo de
bomberos de Tokio, Toyohiko Tomioka, uno de los “héroes” que estarán en Oviedo.
Junto a sus compañeros Yasuo Sato y Yukio Takayama, Tomioka participó en las
tareas de extinción dentro de la central durante la primera semana de crisis.
Los tres ofrecieron una rueda de prensa el 19 de marzo, a su vuelta a la
capital. En ella explicaron las duras condiciones en que tuvieron que trabajar,
sobre todo por las altas temperaturas, las dificultades que suponen los trajes
especiales que llevaban para protegerse y el hecho de estar afrontando una
situación totalmente nueva para todos ellos.
“Vi que era
algo muy distinto a lo que habíamos hecho en las prácticas, pero regresé con el
convencimiento de que los hombres con que contaba podrían hacer algo. Lo más
duro para mí fue decidir quiénes entraban. Todos eran muy conscientes de lo que
suponía e hicieron cuanto pudieron. Pero yo tengo que pedir disculpas a sus
familias”, dijo el capitán Tomioka emocionado.
Por su
parte, el capitán Takayama explicó que la gran novedad para los bomberos fue
tener que estar pendientes, sobretodo, de su propia seguridad: “Nuestra
principal preocupación fue que cada hombre estuviera expuesto a la radiación el
mínimo tiempo imprescindible. Miembros expertos en energía nuclear estaban en
todo momento a nuestro lado indicándonos los niveles de radiación”.
Salvar Japón
Takayama
también contó que, antes de partir, se había despedido de su familia mandando
un correo electrónico desde el cuartel de bomberos en el que decía: “He
recibido una orden y me voy a la central nuclear de Fukushima. Estad
tranquilos, porque regresaré”. Su mujer respondió con un escueto “Confiamos en
ti y te esperamos”. Más directo, si cabe, fue el intercambio de correos entre
el capitán Sato y su esposa. Ante el “Me voy a Fukushima” del jefe de bomberos,
su mujer reaccionó con una petición que parece una sentencia: “Sé uno de los
salvadores de Japón”.
Los tres
capitanes hablaron ante los medios como representantes de sus hombres. Y con
ello se convirtieron en tres de las escasas caras conocidas de los “héroes de
Fukushima”. Ese protagonismo quizá se lo permitió estar bajo las órdenes del
gobernador de Tokio, el populista Shintaro Ishihara, un político que no pierde oportunidad
de ser foco de atención. Ishihara aprovechó el acto para dedicarles una
declaración pública de agradecimiento. “Gracias de verdad. Habéis decidido el
destino de este país. Como representante del pueblo, os muestro nuestra
gratitud y os pido que sigáis ejerciendo esta profesión tan noble”, dijo el
gobernador.
Un jornal diez veces más alto
Según el
periodista y profesor de la universidad Nanzan de Nagoya, Arturo Escandón, la
atención que han merecido en Japón los “héroes de Fukushima” ha sido más bien
escasa. “Es posible que en España el tema siga vivo por el premio Príncipe de
Asturias. Pero aquí, de los héroes, ya se habla poco. En los programas
nocturnos de televisión se hizo algún reportaje con trabajadores anónimos. Al
comienzo de la crisis, se habló sobre el estrés de esa gente, lo que comían, y cómo
se las arreglaban para vivir. Pero ahora hay mucha menos información. Sí se
dice que, aparte de los voluntarios, hay muchos que van a Fukushima porque el
jornal es 10 veces más alto que el de un trabajador normal. Además, fuera de
Japón quizás se les trate como a héroes, pero ya se sabe que aquí el sacrificio
es gratuito”, explica Escandón.
En
cualquier caso, tanto el jurado de los premios Príncipe de Asturias como los medios nacionales e internacionales
han coincidido en atribuir el carácter de heroico al colectivo, aunque el
sacrificio lo hayan hecho individuos. Si comparamos este homenaje con los
dispensados a los bomberos y policías muertos en Nueva York el 11-S, vemos
claramente como en América se les pone rostros, nombres y apellidos, mientras
en Japón permanecen casi todos en el anonimato. Es algo coherente con la gran
importancia que le dan los japoneses a la pertenencia al grupo. Y también
recuerda su alto sentido del honor y del deber. Lo que lleva a preguntarse
hasta qué punto su heroicidad es una opción.
Mientras muchos
japoneses siguen trabajando en Fukushima por heroismo, obligación o dinero, la
preocupación es que, al hacerlo, siguen expuestos a la radiación que emiten los
tres núcleos fundidos. Puede que no sea ya tan grande como en las primeras
horas, pero sí suficiente para producir graves efectos sobre su salud.
Consecuencias fatales
“La falta de información no deja más salida que prever lo que puede pasar
con los trabajadores de Fukushima a partir de lo que sucedió en Chernóbil”,
afirma el profesor Eduard Rodríguez Farré, investigador del CSIC y experto en
los efectos de la radiación en los seres vivos. “Por ejemplo, sabemos que la
mayoría de pilotos de helicóptero que participaron entonces en las operaciones
desde el aire murió. Y la situación en Fukushima es muy similar. A unos les
llamaron liquidadores y a otros les llaman héroes, pero tan héroes eran unos
como los otros. Hay muchas similitudes entre Chernóbil y Fukushima, lo que pasa
es que, como los soviéticos eran entonces los malos y los japoneses son buenos,
la percepción es distinta”.
El profesor no cree que las protecciones que llevaban los “héroes” de
Fukushima les hayan sido muy útiles: “Los trajes y las máscaras solo sirven
para evitar la exposición a partículas metálicas suspendidas en el aire, pero
no para frenar la radiación que producen los rayos gamma. Contra estos no hay
nada que hacer. Por supuesto, todo depende de la radiación a que alguien haya
sido expuesto. Por ejemplo, lo pilotos de helicóptero recibieron grandes dosis
de radiación”.
Rodríguez Farré advierte sobre lo que se puede prever que les pase ahora a
los héroes: “Es de imaginar que se producirán a corto plazo casos de náuseas y
pérdida de cabello, y una pérdida de las defensas inmunológicas; y que irá en
aumento durante años el número de tumores y de casos de cáncer sobretodo de tiroides
y leucemias. Lo que sí es cierto es que desde Chernóbil los tratamientos médicos
han mejorado. Por eso es importante que se les haga un seguimiento continuado,
como parece que se ha empezado a hacer con los niños del área de Fukushima”.
Heroicidad y tradición
El experto en religiones Tetsuo Yamaori publicó el 16 de
abril un artículo en la revista AERA donde defiende que la visión que los
japoneses tienen sobre la heroicidad de los Cincuenta de Fukushima muestra un
cambio en su sistema de valores. Según la tradición, tan japonés sería el
sacrificio de los héroes como la voluntad del pueblo de salvarlos y compartir
su destino.
Ha sido la adopción del sistema de valores anglosajón lo
que ha hecho que se espere el sacrificio de los “Cincuenta de Fukushima” para
salvar a los demás: “Según la idea tradicional japonesa del carácter
transitorio de la vida, en Japón podemos optar entre estas dos decisiones:
dejamos que los Cincuenta de Fukushima se sacrifiquen y salven nuestro país, o
los sacamos a todos de la central nuclear en el momento en que la situación se
convierta en demasiado peligrosa y dejamos que la totalidad de la población
afronte las consecuencias”.
La serenidad mostrada tras el terremoto se explica
precisamente a partir de su tradicional aceptación de la transitoriedad:
“Cuando la Madre Naturaleza arrasaba, los japoneses bajaban la cabeza y se
agachaban, en lugar de luchar en su contra, y se ponían a pensar en cómo podían
rehacer sus vidas”.