Estos días tengo el placer de acompañar a un equipo de fútbol japonés de categoría cadete (14 años), que realiza una breve estancia formativa en nuestro país. El tsunami del día once los sorprendió, como quien dice, preparando las maletas para venir a vivir una experiencia que consideran muy importante para su educación como futbolistas y como personas.
Aunque viven en Yokohama, una zona que sufrió poco más que el susto del temblor y algunos inconvenientes -causados por la carestía de algunos productos los primeros días y por los cortes eléctricos- estuvieron a punto de cancelar el viaje, ya que el ambiente del país no parecía el más propicio para darse según qué alegrías. Pero pesó, más que ése, el argumento de que había que intentar recobrar la normalidad cuanto antes. Además, los chicos y su entrenador decidieron que aprovecharían la expedición para recaudar fondos y ánimos para los damnificados de Miyagi. La respuesta está siendo espectacular, tanto en euros depositados en las huchas como en dedicatorias escritas en una bandera traída al efecto.
Ahí donde van, los veintiún jóvenes y su entrenador reciben no solo apoyos sino también elogios por su excelente comportamiento dentro y fuera del campo. Se mueven con orden, escuchan cuando se les dan instrucciones, no dejan rastros de basura a su paso y se dejan la piel en cada entreno como si fuera la final de un Mundial. A muchos espectadores, que acuden con la idea de ver a unos simpáticos niños asiáticos jugando un fútbol de segunda categoría, los sorprenden su técnica y la eficacia con la que juegan. En cambio, algunos entrenadores locales, que llevan ya varios años preparando sesiones para los jóvenes japoneses, saben que estos chavales tienen de sobras la técnica y la capacidad de sacrificio y de trabajar en equipo tan importantes en el fútbol. Pero también saben que a la mayoría todavía les falta capacidad de decisión individual, un elemento crucial para marcar las diferencias en un enfrentamiento que no deja de ser de once personas contra once personas.
Algunos comentan: “A estos chicos lo único que les falta es lo que les sobra a demasiados de nuestros jugadores: el instinto de tomar las riendas e ir a por el gol”. Y es que están perfectamente posicionados, corren de principio a fin y se pasan la pelota con mucho oficio, pero todavía son pocos los que intentan desbordar al contrario e ir hacia la meta.
Su entrenador es consciente de esta carencia. Por eso los trae aquí, los expone a nuevas experiencias y los obliga constantemente a tomar decisiones. Sabe que este aprendizaje les será de gran ayuda en el futuro, sigan o no jugando al fútbol, y confía en que los haga más capaces de aportarle a su sociedad lo que le falta. Tiene claro que la organización y la capacidad de sacrificio son claves para el buen funcionamiento de cualquier grupo humano, y no quiere que las pierdan. Pero también cree que, sin individuos con capacidad de tomar decisiones bajo presión, lo que parece harmonía puede convertirse en un ejercicio estéril, de gran belleza pero sin capacidad de asegurar el futuro. Toda una lección sobre la fortaleza y la debilidad del Japón actual. Un ejemplo que permite mantener la esperanza en el futuro.