CRÓNICA DESDE KIOTO
Jordi Juste. Kioto
Uno de los acontecimientos que señala la llegada del buen tiempo a la antigua capital de Japón es la apertura en mayo de las noryo yuka, las terrazas que se instalan cada temporada sobre el curso del Misosogi, el arroyo que discurre paralelo al río Kamo, entre las calles Gojo (quinta) y Nijo (segunda), en pleno centro de la ciudad. Unos noventa establecimientos, con locales interiores abiertos durante todo el año, montan a principios de primavera unas tarimas sobre las que colocan, según el estilo del negocio, mesas occidentales o las más tradicionales esteras y mesas bajas japonesas.
El verano en Kioto es muy caluroso, ya que la ciudad está en el interior y rodeada de montañas. Además, llega precedido del tsuyu, el mes de las lluvias, que algunos años supone que llueva, con escasas interrupciones, durante unas cuatro semanas, lo que deja la tierra empapada y la atmósfera húmeda hasta que a finales de la canícula llegan los tifones a ventilar.
Estas condiciones climáticas son las que se dice que impulsaron, en la época de Edo (1603-1868), a los comerciantes ricos de la ciudad a adoptar la costumbre de poner en verano mesas en el río para invitar a sus clientes, aprovechando la brisa que genera la corriente. Con el tiempo, el uso recreativo del río impulsó la apertura de puestos de comida y entretenimiento como los de las ferias en la orilla. De esos pequeños negocios se pasó a las terrazas en forma de tarimas que instalaron los restaurantes que tenían su parte trasera mirando al río. En 1934 un gran tifón provocó un desbordamiento y obligó a desviar parte del caudal del Kamo hacia el Misosogi, el arroyo que ahora queda cubierto en parte por las tarimas que entre mayo y septiembre permiten cenar con vistas al río.
Kioto tiene dos grandes ríos, el Katsura y el Kamo, pero es este último el que tiene un valor más emblemático para la ciudad, ya que pasa por su centro y sirve de nexo entre algunos de sus lugares de más importancia histórica. Además, sus amplios márgenes lo han convertido en el lugar al preferido por muchos kiotenses para pasar su tiempo de ocio al aire libre. Cuando el tiempo lo permite, hay gente que pasea a pie o en bicicleta, parejas sentadas sobre las espaldas de su lecho de piedra y fotógrafos capturando la gran cantidad de aves que pescan en sus aguas, como los patos salvajes que le dan su nombre.
En cuanto a la callejuela de Pontocho, que sirve de entrada para la mayoría de noryo yuka, se trata de una vía peatonal de poco más de dos metros de ancho que incluye restaturantes y clubes nocturnos de diversos estilos, además de diversas casas de geisas y el tearo Kaburenjo, donde estas artistas representan cada año las famosas Kamogawa Odori (danzas del río Kamo). A ellas también se las puede ver a veces en alguna terraza, sirviendo a clientes que han pagado sumas importantes para gozar de su compañía. Su presencia sirve para recordar que cenar en Kioto a la vera del río no ha dejado de ser un lujo.
Jordi Juste. Kioto
Uno de los acontecimientos que señala la llegada del buen tiempo a la antigua capital de Japón es la apertura en mayo de las noryo yuka, las terrazas que se instalan cada temporada sobre el curso del Misosogi, el arroyo que discurre paralelo al río Kamo, entre las calles Gojo (quinta) y Nijo (segunda), en pleno centro de la ciudad. Unos noventa establecimientos, con locales interiores abiertos durante todo el año, montan a principios de primavera unas tarimas sobre las que colocan, según el estilo del negocio, mesas occidentales o las más tradicionales esteras y mesas bajas japonesas.
El verano en Kioto es muy caluroso, ya que la ciudad está en el interior y rodeada de montañas. Además, llega precedido del tsuyu, el mes de las lluvias, que algunos años supone que llueva, con escasas interrupciones, durante unas cuatro semanas, lo que deja la tierra empapada y la atmósfera húmeda hasta que a finales de la canícula llegan los tifones a ventilar.
Estas condiciones climáticas son las que se dice que impulsaron, en la época de Edo (1603-1868), a los comerciantes ricos de la ciudad a adoptar la costumbre de poner en verano mesas en el río para invitar a sus clientes, aprovechando la brisa que genera la corriente. Con el tiempo, el uso recreativo del río impulsó la apertura de puestos de comida y entretenimiento como los de las ferias en la orilla. De esos pequeños negocios se pasó a las terrazas en forma de tarimas que instalaron los restaurantes que tenían su parte trasera mirando al río. En 1934 un gran tifón provocó un desbordamiento y obligó a desviar parte del caudal del Kamo hacia el Misosogi, el arroyo que ahora queda cubierto en parte por las tarimas que entre mayo y septiembre permiten cenar con vistas al río.
Kioto tiene dos grandes ríos, el Katsura y el Kamo, pero es este último el que tiene un valor más emblemático para la ciudad, ya que pasa por su centro y sirve de nexo entre algunos de sus lugares de más importancia histórica. Además, sus amplios márgenes lo han convertido en el lugar al preferido por muchos kiotenses para pasar su tiempo de ocio al aire libre. Cuando el tiempo lo permite, hay gente que pasea a pie o en bicicleta, parejas sentadas sobre las espaldas de su lecho de piedra y fotógrafos capturando la gran cantidad de aves que pescan en sus aguas, como los patos salvajes que le dan su nombre.
En cuanto a la callejuela de Pontocho, que sirve de entrada para la mayoría de noryo yuka, se trata de una vía peatonal de poco más de dos metros de ancho que incluye restaturantes y clubes nocturnos de diversos estilos, además de diversas casas de geisas y el tearo Kaburenjo, donde estas artistas representan cada año las famosas Kamogawa Odori (danzas del río Kamo). A ellas también se las puede ver a veces en alguna terraza, sirviendo a clientes que han pagado sumas importantes para gozar de su compañía. Su presencia sirve para recordar que cenar en Kioto a la vera del río no ha dejado de ser un lujo.