Hiroshima 2010. JJuste
Jordi Juste. Cuaderno del Domingo. El Peridico de Catalunya, domingo 20 de marzo de 2011
Un terremoto de nueve grados sacude el noroeste de Japón y hace temblar a Tokio, la metrópolis de más de treinta millones de habitantes; unos minutos después, el mar se abalanza sobre la costa de Miyagi, arrasa pueblos enteros y se lleva miles de vidas; se suceden las réplicas del seísmo y la devastación y el clima hacen que sea difícil atender y abastecer a los supervivientes; Tokio y su región viven apagones causados por la falta de suministro eléctrico; y, lo más terrible, una central nuclear de nueve reactores situada a unos 200 kilómetros de la capital permanece más de una semana en estado crítico.
En muchas áreas del planeta, cualquiera de esas circunstancias, extremamente graves, sería suficiente, por sí sola, para causar el pánico, la desesperación y el caos, y dar pie al pillaje y al sálvese quien pueda. Sin embargo, los japoneses reaccionaron con miedo pero con calma a la primera sacudida; se pusieron a trabajar en seguida para socorrer a las víctimas y reparar las infraestructuras; los supervivientes esperan ordenadamente a que les toque su turno para recibir la ración que les corresponde; los familiares lloran a sus muertos con pudor; los tokiotas ahorran obedientemente energía; y todos contemplan con preocupación, pero sin histeria, los esfuerzos por controlar la radiactividad en Fukushima.
Estas actitudes ejemplares sorprenden a quienes no conocen la historia y la realidad presente de Japón. El miércoles, en su alocución a la nación, hasta el emperador se hizo eco de la admiración internacional: “En el extranjero se comenta que los japoneses se ayudan mucho sin perder la calma en medio de esta tristeza tan grande. Espero que, a partir de ahora, todos se ayuden y cuiden unos de los otros y superen esta desagradable etapa”, dijo Aki Hito.
Para los japoneses y los extranjeros que hemos vivido o estudiado su cultura, las reacciones de estos días son las que cabe esperar de un pueblo preparado por la naturaleza y la historia para sufrir desastres de todo tipo y vencer a la adversidad desde el sacrificio individual puesto al servicio del bien colectivo.
Claves culturales
“La conciencia milenaria de la inestabilidad del territorio y la mutabilidad de los elementos ha tenido por respuesta eso que parece resignación y que es más bien entereza. Se puede rastrear la historia de ese sentimiento desde el Man'yoshu (la colección más antigua de poesía nipona). La disciplina cívica japonesa se formó en épocas más recientes: data de la época de Edo, pero también es, en parte, una respuesta a los accidentes naturales”, explica el poeta mexicano Aurelio Asiain, profesor en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kansai.
La mayoría de japoneses son conscientes de esos rasgos que caracterizan su cultura y su sociedad y que hacen que respondan a los acontecimientos de una forma particular. Un ejemplo de esa consciencia es Kenji Shinohara, realizador de televisión en Tokio y buen conocedor de las culturas española y coreana. “En Japón el budismo y el confucianismo, llegados desde Corea y China, se sumaron al sintoísmo preexistente y de ahí surgieron el bushido (código del samurái) y la moral japonesa, con la mentalidad de auto-sacrificio y consideración hacia el prójimo. En esa mentalidad, a diferencia de lo que pasaba en otros países, en lugar de buscar el propio interés, se sacrificaba todo por el feudo (las provincias de la época de Edo) o el líder. De ahí surge la consideración de la modestia y la generosidad como virtudes”, explica Shinohara.
Para el portorriqueño Roberto Negrón, profesor de español y de comunicación intercultural en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto, la explicación es sencilla: “Japón es una sociedad que aprecia la armonía y los japoneses evitan a toda costa las confrontaciones. Esa siempre ha sido su filosofía de vida desde tiempos antiguos y es lo que ha permitido al pueblo japonés unirse en situaciones difíciles, como durante la Segunda Guerra Mundial o el terremoto de Kobe, y ahora también”.
Aceptación de la fuerza de la naturaleza y aprecio de la armonía son, sin duda, características culturales del pueblo japonés. Pero, según la catalana Montse Marí, presidenta del Centre Català de Kansai, cuando hablamos de su reacción ante las adversidades, tenemos que contemplar dos perspectivas: “Una es la personal, la capacidad de contener, de perseverar y de tener paciencia. La otra es la de la relación con los demás. La lengua japonesa tiene como mínimo ocho caracteres chinos o combinaciones de estos que expresan la idea de paciencia, perseverancia, sacrificio y entereza. Una de les más utilizadas es la palabra “nintai” 忍耐, que evoca la virtud de perseverar y tener una paciencia activa, no derrotista o llorona”.
Los precedentes
Los japoneses están acostumbrados a las calamidades. En 1923 un gran terremoto mató a más de cien mil personas y destruyó parte de Tokio y en 1995 otro mató a más de cinco mil y asoló el centro de Kobe. Pero es que el país tiembla casi todos los días en algún punto de sus más de cuatro mil islas; cada año es azotado por tifones; y sufre, periódicamente, erupciones volcánicas, lluvias torrenciales y grandes incendios forestales. Además, en 1945 –después de haber causado grandes daños a sus vecinos asiáticos en su afán imperialista– sufrió severos bombardeos aéreos que causaron centenares de miles de víctimas civiles y arrasaron sus principales ciudades, los dos últimos con bombas atómicas que asolaron Hiroshima y Nagasaki.
Kobe, 1995
¿Preparados para las catástrofes?
La conciencia de vivir en un país azotado por la naturaleza y por la estupidez humana tiene que haber marcado por fuerza el carácter de este pueblo. Además, los japoneses no necesitan ver desgracias en los libros de historia o en los telediarios para recordar que tienen que estar preparados para lo peor: Cada año, en cualquier centro educativo, de trabajo o residencial, tienen lugar ejercicios de evacuación en los que la disciplina, el orden y la calma son esenciales, y por todo el país están señalizadas las áreas a las que hay que acudir en caso de emergencia. A eso hay que añadir que es difícil desplazarse unos quilómetros en cualquier dirección sin tropezar con una garita de policía o una estación de bomberos.
Con todo, esta vez la previsión no ha podido evitar el embate del océano. Pero quizás ha servido para evitar males mayores. Porque no es difícil imaginar la proporción del desastre si los más de cuarenta millones de personas afectadas desde Miyagi hasta la capital hubieran salido despavoridos de sus casas, se hubieran lanzado a robar comestibles o hubieran aprovechado la ocasión para vengarse de un vecino ausente o desprevenido.
Lecciones de la historia
La situación actual guarda similitudes y diferencias con los precedentes del siglo pasado. “En cuanto a la extensión de los daños a la ciudadanía, el terremoto de Tokio y de Kobe son distintos a la Segunda Guerra Mundial. Los daños de este se parecen a los de la guerra. Pero el perjuicio causado por la energía nuclear será para todos los países sobre la faz de la tierra. Y no se puede decir que sea un daño causado por la naturaleza”, explica Teru Shimamura, profesor de literatura japonesa en la universidad Ferris, de Yokohama, quien también recuerda que tras el terremoto de 1923 no todo el mundo mantuvo la calma: “Se produjeron asesinatos de ciudadanos coreanos y chinos a manos de la turba (tras difundirse rumores que los acusaban de provocar incendios). Se aprendió la lección de la historia y en esta ocasión no han sucedido cosas de ese tipo”.
No han sucedido porque la sociedad japonesa es muy distinta a la de principios de siglo XX. A pesar de las llamadas de sectores nacionalistas a que el país adopte una actitud más desafiante en política exterior, la mayoría de japoneses se han acostumbrado a la paz y al orden, detestan el descontrol y desean recuperar cuanto antes unos niveles de prosperidad que el profesor Shimamura califica de forma crítica como “una realidad hecha sobre una central nuclear construida sobre la arena”.
Salir adelante
¿Qué va a pasar a partir de ahora? ¿Podrá ese carácter de los japoneses hacer que el país salga fortalecido? ¿Perderán la fe en esa técnica que los ha convertido en una potencia económica? “Creo que Japón también saldrá adelante en esta ocasión, y que la gente no perderá la confianza en la capacidad del país, responde el historiador Yukitaka Inoue, profesor de la universidad Senshu, de Tokio.
Por su parte, el catedrático emérito de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto Àngel Ferrer, ve la catástrofe como una oportunidad: “El 200 por ciento del PIB en deuda pública, el problema de los jóvenes que se encierran en sus casas y otros desastres actuales han situado el país en una especie de marasmo. Estoy seguro de que este enorme latigazo será una vez más el acicate que les hará, recordando las palabras del emperador Hiro Hito, soportar lo intolerable”.
También lo tiene claro Kenji Shinohara: “Por supuesto, Japón saldrá adelante. Pero, para que eso ocurra, los que no hemos sufrido daños tenemos que ser muy conscientes. Depende de cuánto podamos esforzarnos los que estamos bien para tirar de los que no pueden. Por contra, si nos acomodáramos y nos aprovecháramos de la situación para ganar dinero o para mejorar nuestra posición, sería el fin de Japón. Persiste la tristeza por la gente que ha sufrido daños y sus familias y se mantendrá quizás por más de una década. Cuando ellos se levanten y miren hacia el futuro podremos decir que Japón se encamina hacia la recuperación.”
La escritora Yuiko Asano ilustra con un ejemplo la reacción japonesa típica ante una calamidad:
“La mayoría de la gente, si está en un restaurante o en una tienda, hay un terremoto y los empleados dicen que salgan a refugiarse sin pagar, lo hacen. Pero más tarde vuelven para pagar.
Su explicación del civismo nipón: “El que estemos juntos, que compartamos este espacio, forma parte de nuestro destino. Por eso somos considerados con los demás y nos ayudamos unos a los otros. Yo me siento orgullosa, como japonesa, de haber sido educada así”.
El profesor Àngel Ferrer, testigo de la recuperación de Japón tras la guerra, recortó el otro día una foto y la pegó en su diario. En ella se ve a una chica japonesa triste sentada, con la mirada perdida entre los escombros dejados por el tsunami. Al lado de la imagen, el profesor añadió el siguiente comentario en verso:
T S U N A M I T I D E
Vaig veure un país que pujava a la glòria
Després d’una guerra inhumana i cruel :
Alerta i conscient d’assolir la victòria
Si la pau compartia amb constància i anhel.
Tsunamítide trista, del somni desperta!
Si ara és la Natura que us ha bandejat
Mantindreu amb dolor l’esperança incerta
Fins a fer del somni una realitat.