miércoles, noviembre 29, 2006

Shichi-go-san, la “primera comunión” sintoísta


Crónica desde Kioto
Jordi Juste
El 15 de noviembre es el día de Shichi-go-san (literalmente, siete-cinco-tres), la fecha en que las familias japonesas llevan a sus hijas de 3 o 7 años y a sus hijos de 5 al santuario sintoísta para celebrar un rito en que se ruega a los kami (dioses) por la salud de los niños. La costumbre es acudir al santuario más próximo al domicilio, pero en los últimos tiempos muchas familias escogen otros más famosos, como Meiji o Yasukuni, en Tokio, y Heian o Yasaka, en Kioto. Como no es día festivo, la celebración se prolonga durante todo el mes, especialmente durante los fines de semana.
La ceremonia dura menos de media hora, pero sirve para que los niños tengan su primer contacto importante con el shinto (camino de los dioses), la religión autóctona de Japón, a excepción del Omiyamairi, que se celebra cuando todavía son bebés. Hoy en día los familiares acuden normalmente al santuario elegantemente vestidos, al estilo occidental casi todos los hombres y la mayoría de mujeres. Los protagonistas, en cambio, suelen ir con quimono (haori y hakama en el caso de los niños), aunque es posible también ver a algunos vestidos como si fueran a hacer la primera comunión en una iglesia católica.
En realidad, el carácter religioso de Shichigosan es muy relativo. El papel de la religión en la vida de la mayoría de japoneses es escaso. Su rol primordial es el de facilitar los ritos de paso que marcan las etapas importantes de la existencia. Por eso los japoneses eligen la religión que ofrece el ceremonial más adecuado para cada caso, de modo que se dice a menudo que son sintoístas al nacer, cristianos al casarse y budistas al morir.
La celebración de Shichi-go-san es una tradición originada en la corte hace más de mil años, que posteriormente pasó a la clase samurái y de esta al pueblo llano. Los números 3, 5 y 7 son consistentes con la numerología japonesa, que considera de buena suerte los impares y evita a toda costa el 4 porque en japonés se pronuncia shi, que también significa “muerte”.
El rito se celebra en el honden, el edificio principal, donde un sacerdote procede a purificar a los asistentes y luego lee una pregaria en la que se incluye el nombre del niño para desearle salud. A la salida del honden el santuario obsequia a los niños con chitoseame (caramelos de los mil años), para asegurar su longevidad, y con diversos omamori (amuletos). La celebración posterior depende de cada familia, aunque es habitual comer con los más allegados.
Shichi-go-san es también una fiesta importante para los fotógrafos, que prestan sus servicios en estudios o en el recinto del santuario para inmortalizar uno de los momentos importantes en la vida de cualquier japonés. Las cámaras digitales han puesto las cosas fáciles a las familias para ahorrarse el gasto del fotógrafo, pero todavía son muchas las que contratan los servicios de profesionales.
La vida urbana moderna ha eliminado, también aquí, muchas de las celebraciones ligadas a los ciclos de la naturaleza y la vida humana, pero algunas como Shichi-go-san permanecen. En Japón cada vez hay menos niños y menos adultos creyentes, pero parece que los padres siguen sintiendo la inclinación de ir al santuario a rogar a los kami por la salud de sus hijos.

viernes, noviembre 17, 2006

Japón legisla el patriotismo en la escuela


Kioto. Jordi Juste
El pleno de la Cámara Baja del Parlamento nipón aprobó ayer la reforma de la Ley Básica de Educación, que insta a los profesores a enseñar a sus alumnos a “respetar la tradición y la cultura y amar la nación y la patria”. La aprobación se hizo con los votos de los gubernamentales Partido Liberal Democrático (PLD) y Nuevo Komeito, y con los escaños de los partidos de la oposición vacíos en señal de protesta. Ahora el proyecto pasará al Senado, donde PLD y Komeito también cuentan con la mayoría absoluta.
El proyecto ha generado numerosas críticas y dudas entre los profesores sobre la posibilidad de enseñar el amor a la patria, lo que ha llevado al gobierno a intentar rebajar el tono en sus explicaciones sobre los objetivos de la nueva ley. “No se evaluará si los niños tienen o no sentimiento patriótico, pero sí si han estudiado e investigado suficientemente sobre las tradiciones y la cultura del país” declaró el primer ministro, Shinzo Abe.
Con su ausencia durante la votación, el Partido Democrático de Japón (PDJ) y los partidos Comunista y Socialista protestan por lo que consideran una actitud prepotente de la mayoría al no querer alargar las deliberaciones para discutir los diversos problemas que aquejan las escuelas japonesas, como la plaga de suicidios por acoso escolar.
La oposición también denuncia el irregular proceso de información del proyecto. En los últimos días se ha sabido que las reuniones públicas de miembros del gobierno con ciudadanos, supuestamente para conocer sus inquietudes sobre la educación, habían sido minuciosamente ensayadas, con individuos pagados preparados para hacer justamente las preguntas y comentarios que interesaban a las autoridades.
El asunto más polémico de la nueva ley, que supone la reforma de la aprobada en 1947, todavía bajo la ocupación aliada que siguió a la segunda guerra mundial, es el uso de la escuela para la promoción del patriotismo. Los críticos ven en ello un nuevo paso en el camino de retorno al nacionalismo de Estado que tanto sufrimiento causó en Asia en la primera mitad del siglo XX. En la misma línea de promoción del amor a la patria estarían las leyes aprobadas durante el gobierno de Junichiro Koizumi para legalizar el hinomaru y kimigayo como bandera e himno nacionales y el proyecto del nuevo primer ministro, Shinzo Abe, de una nueva consitución que elimine la declaración pacifista y convierta las Fuerzas de Autodefensa en un ejército normal.
Comunistas y socialistas se oponen tanto al patriotismo en la escuela como a la reforma constitucional y al uso de símbolos que recuerdan el nefasto pasado imperialista del país. Sin embargo, el PDJ proponía un proyecto de ley alternativo que, en lo tocante al patriotismo, distaba poco del aprobado ayer por la mayoría, lo que ha llevado a algunos críticos a relacionar la actitud del principal partido de la oposición con la elección este fin de semana del gobernador de Okinawa, donde su candidato tiene posibilidades de vencer sobre el del PLD.

lunes, noviembre 13, 2006

Gueisas en la calle, el escenario y la red


CRÓNICA DESDE KIOTO // JORDI JUSTE

JORDI Juste
Del 3 al 12 de noviembre, cualquier persona puede ver bailar a las gueisas de Kioto (o geiko) por el módico precio de 3.500 yenes (25 euros). La oportunidad la brindan las representaciones de las Gion Odori (danzas de Gion), una de las cinco ocasiones al año en las que salen al escenario. Las otras cuatro son en primavera, así que si alguien desea ver en otoño a estas reliquias vivientes en acción, y no es una persona con buenas conexiones y billetero abultado, tiene que ir al teatro Gion Kaikan o cenar en uno de los hoteles que ofrecen breves actuaciones.

Ahora bien, si de lo que se trata es de ver de cerca y fotografiar a una maiko (aprendiz de geiko), le bastará con pasearse por el barrio de Gion poco antes del atardecer, eso sí, con la atención de un cazador que espera a que salte la liebre. Y es que, aunque saben que son un reclamo turístico, las maikos no se ofrecen a posar, que para eso ya están las sesiones organizadas, en que los interesados pagan por el derecho a retratarlas junto a los arces enrojecidos o bajo los cerezos en flor. Cuando uno menos lo espera, ellas aparecen en la calle, enfundadas en sus costosos quimonos y con las caras cubiertas de maquillaje blanco, saliendo o entrando de su okiya (casa para la que trabajan y donde viven) o en apresurados desplazamientos entre los locales donde han sido contratadas. Así que si uno quiere inmortalizarlas debe tener la cámara bien preparada.

Sus apariciones fugaces contribuyen a mantener el misterio que envuelve todavía la vida de estas mujeres. Se sabe quiénes son, dónde están y hasta qué hacen y qué no hacen, pero siempre queda esa duda, ese morbo que solo pueden satisfacer unos pocos privilegiados. A los demás les queda el mito que han contribuido a fomentar el cine y la literatura, unas veces con más acierto que otras. Según la fundación que agrupa los cinco hanamachi (distritos de geiko) de Kioto, el filme Memorias de una Geisha (basado en la novela de Arthur Golden), ha sido la última contribución al equivoco de que las gueisas son prostitutas víctimas del tráfico de mujeres. Ellas insisten en que son expertas en el arte de entretener a base de su sofisticada apariencia física, su conversación y sus dotes como músicas y bailarinas.

Hacerse gueisa supone iniciar una vida basada en la abnegación y en códigos de conducta todavía más estrictos que los que rigen para el resto de los japoneses. Por eso, la modernización de Japón ha supuesto un constante declive del número de geiko, que si en 1965 eran 500 en Kioto, ahora no pasan de 200.

Ahora, para promover su negocio y deshacer malentendidos, las okiya se han decidido a usar internet y son ya varias las que tienen página en la red para explicar su sistema de contratación. Pero la gran sensación la ha causado la bitácora de Ichimame, una maiko de 18 años que explica sus experiencias y que dice haber atraído una media diaria de 1.000 visitantes desde que empezó a escribirlo, en diciembre. Varias veces por semana, Ichimame relata, en el elegante dialecto de Kioto, su trabajo, y revela aspectos de su vida privada que la acercan a cualquier chica japonesa de su edad, como que dedica los días libres a ir al cine.

jueves, noviembre 09, 2006

Emergencia en Japón: faltan médicos


La medicina japonesa está al borde del colapso
Jordi Juste. Kioto
El 8 de agosto Mika Takahashi, de 32 años, murió después de ser rechazada en 18 hospitales. La mujer entró en coma tras sufrir convulsiones mientras se preparaba para dar a luz en el hospital de Oyodo, en la provincia de Nara. Los doctores que la atendían, tras darse cuenta de que la situación superaba su capacidad, contactaron con el hospital provincial, pero su personal declinó hacerse cargo de la paciente alegando falta de camas libres. Tras esta negativa, se pusieron en contacto con 17 hospitales más, pero todos se negaron, también por problemas de capacidad. Finalmente, seis horas después de perder la consciencia, un hospital de la provincia de Osaka aceptó a Mika, que fue intervenida de urgencia por una hemorragia cerebral y para practicarle una cesárea. Los médicos lograron extraer sano y salvo al hijo de Mika, pero ella murió ocho días después sin haber recobrado el conocimiento.

Un sistema indigno de un país rico
Este trágico caso ha puesto más de manifiesto las deficiencias de un sistema de salud a todas luces impropio de la segunda potencia económica mundial. Japón cuenta con médicos y enfermeras excelentes y buenos hospitales dotados con lo último en tecnología médica, pero el sistema de salud se sustenta en pequeños hospitales y clínicas, la mayor parte privados, gestionados a veces a base de escatimar al máximo los recursos humanos. La calidad de la atención varía enormemente según se trate de un centro asociado a una de las facultades de medicina públicas (las mejores) o a una de las privadas, donde muchas veces el dinero y el apellido abren las puertas que cierra la falta de vocación y de estudio.
Lo paradójico del caso es que la situación de emergencia se ha visto exacerbada por la introducción en 2004 del sistema de residencia obligatoria en centros de libre elección para mejorar la formación de los facultativos. El resultado ha sido que las facultades de medicina no han podido competir y se han quedado sin licenciados, es decir, sin el personal que mandaban a los hospitales que se encontraban en situación de apuro por falta de personal.
La situación es muy grave en las zonas rurales y en especialidades como la obstetricia o la pediatría. En muchos lugares del país, las mujeres embarazadas tienen que recorrer grandes distancias para ser recononcidas o para dar a luz. Igualmente, los servicios urgentes de pediatría son cada vez más escasos, incluso en las grandes ciudades, y como consecuencia los pocos que van quedando están cada vez más colapsados.
Aunque existan causas circunstanciales para explicar la actual escasez y mala distribución de los médicos, es incuestionable que el número de médicos por habitante es desde hace tiempo muy bajo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Japón cuenta con menos de dos médicos por cada mil habitantes, mientras que la proporción en España es de más de 3 por mil. Para agravar la situación, Japón es un país con una esperanza de vida muy alta, por lo que las necesidades de atención sanitaria crecen sin parar.

Número de médicos limitado por ley
Por su parte, el gobierno ha venido limitando desde los años 80 el número de alumnos admitidos en las facultades universitarias de medicina, aduciendo la necesidad de reducir el gasto sanitario. Este año, como medida de urgencia ha autorizado a diez provincias a aumentar en 10 estudiantes cada una el número de aspirantes a médico en los próximos diez años, una cifra que parece claramente insuficiente pero que satisface los intereses corporativos. “En cuanto a la Asociación Médica Japonesa, representa a médicos en ejercicio que no quieren que la competencia se intensifique”, explica Yoshihiro Kumasaka, alcalde de una ciudad de 60.000 habitantes en el norte de Japón y médico de profesión.
Para paliar el défict se han propuesto varias soluciones, como aumentar los salarios en las zonas más abandonadas, obligar a los médicos a ocupar un puesto en una zona rural antes de poder establecerse libremente o crear consorcios hopitalarios. Pero el alcalde de Miyako insiste en algo más obvio y esencial: “El gobierno tiene que dejar de lado su idea de que existe una saturación de médicos”.

lunes, noviembre 06, 2006

La torre del milagro cumple 50 años


Crónica desde Osaka
Jordi Juste
En el sur de Osaka, en el centro del barrio llamado Shinsekai (nuevo mundo), se alza desde hace cincuenta años Tsutenkaku (la torre que llega al cielo), una estructura metálica de 103 metros de altura en la que destacan los neones publicitarios de una famosa marca de productos electrónicos. No es especialmente bonita ni alta, pero para la gente de Osaka tiene un gran valor simbólico. Tsutenkaku representa el afán de superación japonés y el espíritu comercial de la región de Kansai. Las bodas de plata han servido para sacarle lustre a la torre y para recordar el llamado “milagro” que convirtió un país vencido y debastado en la segunda potencia económica mundial.


Hace medio siglo Japón salía de las ruinas en las que lo habían dejado convertido los bombardeos aéreos al final de la segunda guerra mundial. En 1945 los ataques de los B-29 se habían cebado especialmente en las zonas industriales del país, entre ellas Osaka. Japón fue derrotado y la mayoría de sus ciudades arrasadas, pero en pocos años sus factorías volvían a echar humo y sus industriales se preparaban para el asalto a los mercados internacionales. Al mismo tiempo, en el sur de Osaka, los comerciantes de Shinsekai se unían para levantar de nuevo Tsutenkaku en el lugar donde había estado desde 1912 hasta 1943, cuando el gobierno decidió desmantelarla para negarle a la aviación americana un valiosos punto de referencia.


Regreso al pasado
Como tantas cosas en Japón, el nombre del barrio que rodea Tsutenkaku se presta a engaño. Más que un nuevo mundo, Shinsekai parece una máquina del tiempo que nos acerca a ese 28 de octubre de 1956 en que se inauguró la nueva torre. En sus callejuelas encontramos vetustos locales para jugar al shogi, al go o al mahjong , bares para beber y comer de pie donde suenan viejas canciones, barberías como las de antes, tiendas de ropa anticuada, bicicletas oxidadas y muchos hombres solitarios. “La mayoría de la gente que va a divertirse a Shinsekai quiere disfrutar de la soledad”, explica el novelista Toshizo Namba. Otro rasgo que define el barrio son los olores: a sudor, a sake, a cerveza, a kushikatsu (pinchos de carne asada), a sopa de fideos, a polvo, a ropa vieja y a óxido.


Además de la torre, Shinsekai tiene dos símbolos, el enorme fugu (pez globo) que cuelga de la fachada del restaurante Tsuboraya y Biliken, un muñeco con aspecto de duende que tiene su origen en los Estados Unidos de principios de siglo XX y que es venerado aquí como dios de la felicidad y de “las cosas como deben ser”.


El fugu y Biliken son como los dos guardianes deformes que vigilan la entrada a un mundo masculino, hortera, kitsch y ramplón, pero con sabor, que sigue conviviendo con el Japón de las sutilezas artísticas, de los grandes rascacielos y del tren bala. En un mundo dominado por la experiencia virtual y donde las ciudades parecen cada vez más parques temáticos para turistas, Tsutenkaku es como un faro para los aventureros que buscan sensaciones auténticas.