La manera más
sencilla de resumir la milenaria historia de las relaciones entre China y Japón
es recordar que China ha aportado muchas cosas positivas a Japón mientras que
las aportaciones niponas a la historia china han sido menores y
mayoritariamente negativas. O esta es, como mínimo, la interpretación
contemporánea y popular del pasado en común de los dos países. No hay que
olvidar que por algo el nombre de China significa, también en japonés, país del
centro (Chugoku) y que Japón es solo el origen del sol, el país del sol
naciente (Nihon). Esa centralidad china es geográfica –al este de Japón está el
inmenso océano– y ha sido también cultural y económica durante la la mayor
parte de la historia.
Japón es un país
insular, un archipiélago fomado por miles de islas, pero su historia se
desarrolla a partir de la mayor de las cuatro islas principales, Honshu. Ahí
llegan desde el continente los primeros pobladores de raza mongólica y desde
allí desplazan hacia al norte a los anteriores habitantes. Los recién llegados
del continente traen costumbres que luego desarrollan para trasnformarlas en
algo singular, diferenciado del original. Y esa será una constante a lo largo
de la historia nipona. La escritura, la religión o muchas costumbres culinarias
llegarán a Japón desde China para transformarse en algo distinto, japonés. Por
eso los japoneses escriben con carácteres chinos, muchos de ellos profesan
ramas chinas del budismo y comen habitualmente una gran cantidad de platos surgidos
en China, pero la lengua japonesa tiene poco más que ver con la china que la
grafía, la religiosidad japonesa no se entiende sin la aportación del sintoísmo,
la religión autóctona, y prácticamente no hay plato chino que los japoneses no
hayan transformado, según ellos para mejorarlo.
Las primeras
referencias escritas a Japón se encuentran en China en el primer siglo de
nuestra era. Hablan de la entrega de un sello por parte del emperador chino al
representante de Wa –Japón- que se considera un reino vasallo. A partir de ahí
se establece una relación donde el flujo es casi siempre de China hacia Japón. El
archipiélago sigue desarrollándose a base de adaptar aspectos de la
organización china, como la administración imperial centralizada, pero lo hace
de forma independiente. Al mismo tiempo, adopta importantes aspectos culturales
que le llegan del continente, entre ellos la escritura antes hacia el siglo V o
el budismo a partir del siglo VII. Además, no dejará de mandar estudiantes al
continente que volverán a su país con el hatillo repleto de ciencia, filosofía
o literatura y tendrán una gran influencia en la vida cultural nipona. Es más
que probable que ellos dejaran también alguna huella en la cultura China, pero
esta fue poco profunda o se borró con el tiempo.
La primera guerra
en la que se ven involucradas China y Japón en bandos rivales se produce en el
siglo VII en el contexto de las luchas por la supremacía en la península de
Corea. Sin embargo, este conflicto parece un anécdota con la perspectiva de los
siglos. A partir de entonces se
establece una relación comercial y cultural fluida entre ambos países con
algunos sustos importantes como los intentos de invasión de Japón desde el
continente en el siglo XIII por parte de los mongoles. Trescientos años más tarde
el intento de ocupación fue en sentido inverso, protagonizado por Toyotomi
Hideyoshi, envalentonado después de haber logrado la unificación de Japón.
Siguieron más de
dos siglos de reclusión japonesa bajo el régimen feudal de los Tokugawa.
Durante este período los intercambios con China fueron mínimos. Pero Japón se
despertó de su letargo en 1868 con la Revolución Meiji y se encontró con una
China que estaba siendo saqueada por las potencias occidentales. Los líderes
nipones se ocuparon primero de asegurar que podían garantizar la independencia
de su país; y cuando se sintieron suficientemente fuertes se lanzaron a
conquistar la parte de Asia que consideraban que les correspondía. Así llegó la
anexión de Taiwán tras la primera guerra sinojaponesa de 1894, la ocupación de
Manchuria en 1931 y la guerra de invasión total del país en 1937, tras el
incidente de Mukden, del que ayer se conmemoró el 81 aniversario.
Japón logró
subyugar gran parte de China a base de hacer correr mucha sangre, y China forjó
su nacionalismo contemporáneo en la resistencia antijaponesa. Terminó la guerra
con una enorme herida abierta entre los dos países. En los años 70, las
conveniencias estratégicas de Pekín y Tokio, provocadas por la Guerra Fría,
hicieron posible el restablecimiento de relaciones y el inicio de una época de
colaboración económica. Sin embargo, nunca se ha producido una reconciliación
verdadera. Japón y China tienen una fuerte dependencia económica mútua, pero
también una desconfianza muy difícil de superar.