lunes, abril 28, 2008

Un signo de la globalización

Un momento del discurso. Foto: Jin Juste
CRÓNICA DESDE KIOTO
Este año me ha tocado asistir a la ceremonia de ingreso de la escuela primaria de mi barrio en calidad de padre de uno de los nuevos alumnos y como presidente de la AMPA. Dicen que es la primera vez que un extranjero preside una institución de este tipo en Kioto y posiblemente una de las primeras en todo el país. Un signo de la globalización que, por el momento, no ha encontrado ningún reparo y sí muchas reacciones de alivio por parte de los que saben que, si este año yo presido, no tienen que hacerlo ellos.
El cargo es más bien protocolario y las que trabajan de verdad son las madres que integran la junta, todas japonesas. Ellas están dispuestas a dar el callo por la escuela, pero no la cara, así que mi primer trabajo importante ha sido subirme al estrado del gimnasio y leer, ante niños, padres y autoridades locales, un discurso lleno de expresiones honoríficas y frases hechas. Con poco margen para la creatividad y un gran miedo a salirme ni siquiera un milímetro del guión. Solo quien haya pasado por semejante trago será capaz de imaginarse cómo pueden bailar los caracteres japoneses sobre el papel.
Además de en una lectura correcta, el éxito de la actuación en la ceremonia radica en tener muy claro cuándo y hacia dónde hay que saludar, con la inclinación adecuada del tronco. Según mis cuentas, en mi caso son ocho reverencias desde que me levanto tembloroso de mi silla en la zona de autoridades hasta que regreso aliviado a ella.
Si uno no tiene un papel protagonista, estas celebraciones son un espectáculo interesante, que puede llegar a ser divertido. El decorado presenta mínimas variaciones: siempre lo presiden la bandera nacional y la local, hay un gran jarrón con flores y muchas veces un biombo dorado. Uno de los momentos más emotivos es el canto del himno nacional, esa canción que en muchos sitios de Asia recuerdan como símbolo de atrocidades. Para la mayoría de los japoneses el Kimigayo es hoy en día solo una muestra de su sentimiento de pertenencia, aunque queda una minoría que se resiste a mostrarle un respeto que cree que no merece. Normalmente, todos los congregados se ponen en pie y la mayoría lo entonan con una maestría que prueba, tanto como su patriotismo, la buena formación musical.
Otro de los puntos importantes es el discurso del director. El nuestro es un hombre entrañable, amante de Europa y devoto de su trabajo. Tiene cierto aire cómico, vestido con frac y dirigiéndose a niños de 6 años, gesticulando y vocalizando. Les habla de las tres semillas que a partir de hoy tendrán que hacer crecer: valentía, ganas de hacer y buena salud.
Los verdaderos protagonistas, los aproximadamente 60 nuevos alumnos de la escuela, lo escuchan intentando ver esas semillas en la palma del profesor. Van vestidos todos muy elegantemente y representan su papel a la perfección. Entran, se sientan, se levantan, hacen reverencias, se sientan de nuevo, se vuelven a levantar... Todo en un orden que ya han tenido oportunidad de ensayar en la gran cantidad de ceremonias que han vivido en el parvulario y que perfeccionarán en las que les aguardan en su vida en Japón.

jueves, abril 10, 2008

Gigantes en apuros

Momentos previos al combate. Foto JJuste
El sumo, la lucha tradicional japonesa, va de escándalo en escándalo
El año pasado un joven luchador murió después de una paliza en su gimnasio
Osaka. Jordi Juste
En los últimos tiempos la lucha tradicional japonesa se ha visto envuelta en una serie de controversias que incluye acusaciones de combates amañados, vetos machistas, comportamientos impropios dentro y fuera del ring, lesiones sospechosas y una muerte que ha descubierto que detrás de la fortaleza de los luchadores se esconde un rudo submundo que a menudo consiste en puro maltrato.
Momentos finales del combate entre el yokozuna Hakuho y Miyabiyama. Foto JJuste
Muerte en el gimnasio
En febrero la policía arrestó en Aichi a tres luchadores y al jefe del gimnasio donde en junio murió Takashi Saito, un luchador novicio de 17 años. La policia estableció que la causa había sido un paro cardíaco, pero una autopsia mostró que Saito había sido golpeado repetidamente con objetos contundentes poco antes de perecer. La policía se vió obligada a abrir una investigación y el caso se convirtió rápidamente en noticia nacional. El jefe del gimnasio admitió haberle dado un “golpecito” a su pupilo, pero se ha podido establecer que lo golpeó repetidamente en la cabeza con una botella de cerveza. Después indicó a otros luchadores que se lo llevaran al ring para terminar de darle una lección por haber intentado abandonar el gimnasio y su carrera en el sumo.
La muerte causó una gran conmoción pública y sirvió para descubrir que el uso de la violencia para domesticar a los novicios es una práctica extendida. Para la mayoría de japoneses las intimidades del mundo del sumo son casi un mito. Se sabe que los luchadores viven en establos o gimnasios donde se entrenan y viven en comunidad bajo las órdenes de un jefe, el oyakata, un antiguo luchador. La vida en estos recintos es siempre austera y a menudo dura, con un régimen alimenticio orientado a ganar peso rápidamente y detalladas normas de vida que se basan en un estricto respeto a la jerarquía. También se sabe que los ex luchadores tienen una esperanza de vida diez años menor a la media nacional y que muchos sufren diabetes o enfermedades cardíacas.
El yokozuna Asashoryu acaba de ganar su combate. Foto JJuste
Sorpresa e indignación
A la sorpresa por la muerte de Saito se añadió rápidamente la indignación por la negligencia policial y la lentitud en la reacción de la Asociación Japonesa de Sumo. Hasta el primer ministro, Yasuo Fukuda, se vió obligado a pronunciarse sobre el asunto: “Que esto haya sucedido en el sumo, el deporte nacional y símbolo de Japón, es un asunto grave”. La presión del gobierno obligó a la entidad que rige el sumo a pedir disculpas y a expulsar al jefe del gimnasio, una acción que para muchos es insuficiente y llegó tarde. “La asociación de sumo debería aceptar miembros externos y recomenzar. De otro modo, los jóvenes que aspiran a convertirse en luchadores profesionales se mostrarán reacios y los aficionados abandonarán el deporte”, concluía recientemente el diario Asahi Shinbun su editorial.
Prejuicios machistas
Algunos historiadores remontan el nacimiento del sumo a los orígenes del país, aunque adoptó su forma actual en la época de Edo (siglos XVII a XIX). Sus rituales están emparentados con los del sintoísmo, la religión ancestral de Japón, con la que comparte creencias como la impureza de la mujer. Esto provocó el inicio de una larga controversia en 2000, cuando Fusae Ohta se convirtió en la primera mujer gobernadora de Osaka, provincia donde se celebra uno de los cinco grandes torneos anuales. La Asociación de Sumo no permitió a Ohta durante sus ocho años en el cargo subir al dohyo (ring) para entregar la copa al vencedor.
Escándalos periódicos
La muerte del joven Saito es la crisis más grave que ha vivido el sumo últimamente, pero no la única. Las sospechas de combates amañados reaparecen periódicamente. En la última ocasión apuntaban al yokozuna (gran campeón) Asashoryu, un mongol de 28 años que ya ha alcanzado el quinto puesto en el ranking de luchadores de todos los tiempos. Además, Asashoryu ha protagonizado enfrentamientos con periodistas y provocado la indignación de los tradicionalistas por protestar decisiones de los árbitros o no mostrar respeto a los contrincantes. El año pasado fue noticia tras ser sorprendido jugando al fútbol en Mongolia, adonde había acudido para recuperarse de una misteriosa lesión. El sumo profesional ha vivido en las últimas décadas un influjo constante de luchadores extranjeros, provenientes de lugares con luchas similares, como Hawai, Polinesia, Bulgaria, Rusia o Mongolia y en estos momentos hay unos 20 no japoneses en las dos máximas categorias. En 2002 se limitó a uno por gimnasio el número máximo de foráneos, pero cada vez resulta más difícil convencer a niños y padres japoneses para que entren en un mundo que exige sacrificios extremos.
Yumitori, ritual con el que se cierra cada día de torneo. Foto JJuste

martes, abril 08, 2008

La torre Eiffel japonesa cumple medio siglo

La Tokyo Tower. JORDI Juste
En 1958 Japón confirmaba al mundo su renacimiento tras la segunda guerra mundial con la terminación en Tokio de una gran antena metálica blanca y naranja de 333 metros de altura, diseñada a semejanza de la torre Eiffel de París, a la que supera en 13 metros. Se pensaron diversos nombres para la estructura, que oficialmente se denomina Nihon Denpa To (torre japonesa de ondas eléctricas), pero el pueblo rápidamente la bautizó como Tokyo Tower y la adoptó como el símbolo de la capital y uno de sus principales destinos recreativos.
En este medio siglo a la torre han acudido no solo millones de turistas, extranjeros y nacionales, sino también muchísimos toquiotas que la han elegido como marco de sus citas amorosas o de sus salidas familiares. Además, ha sido escenario de numerosas obras de ficción e incluso ha sido destruida muchas veces por la imaginación de autores de cómics, dibujos animados y películas apocalípticas de monstruos de serie B.
En el 2005, el ilustrador Lily Franky publicó la novela Tokyo Tawa: Okan to boku, to tokidoki, Oton (Tokyo Tower: mamá, yo, y a veces, papá), donde la torre es más que nunca el símbolo de la gran ciudad, el faro que atrae a los japoneses humildes de provincias en busca del éxito. El libro vendió más de un millón de ejemplares en su primer año y dio lugar a una película y una serie de televisión que contribuyeron a poner de nuevo de moda la estructura entre la gente joven.
La Tokyo Tower está en el distrito de Minato, relativamente cerca del corazón de la ciudad. Por eso, cualquiera de sus dos observatorios sirve para tener una visión de 360 grados de esta megaurbe, que se extiende mucho más allá de los límites administrativos de la prefectura de Tokio y cuya población se sitúa ya en más de 30 millones de habitantes. Desde el observatorio superior, a 250 metros de altitud, se puede comprobar que la ciudad y sus alrededores no son solo grises; también tienen el azul del mar, el verde de los jardines del palacio imperial y del santuario de Meiji y hasta, a veces, el blanco de la nieve, ya que en días claros se llega a divisar la cima del monte Fuji. Pero, sobre todo, la torre es una atalaya perfecta para percibir el abigarramiento de la metrópolis nipona, el aparente caos de callejuelas, ríos, autopistas urbanas, vías de tren elevadas... Nada que ver con los Campos de Marte, que desde lo alto de la Torre Eiffel parecen un tapiz.
Desde hace cinco años es posible ver la torre como un juguete metálico de colorines enmedio del hormigón, subiéndose a lo alto de la torre Mori, en Roppongi Hills. El edificio solo alcanza los 238 metros de altura pero, al estar situado en un cerro, ha sustituido a la Tokyo Tower como el observatorio más alto de la ciudad. Sin embargo, esta mantiene un encanto que difícilmente puede superar un rascacielos, ya que lo que buscan los turistas y los enamorados que quieren pasear su romance no es tanto ver la ciudad como estar dentro de su símbolo. Posiblemente esa condición emblemática no la perderá ni siquiera en el 2011, cuando esté terminada en el distrito de Sumita la New Tokyo Tower, que tendrá 613 metros de altura.
La Tokyo Tower. JORDI Juste

jueves, abril 03, 2008

Los homeless japoneses se hacen más visibles

Según el gobierno 19.000 personas viven en la calle
La revista The Big Issue ofrece una salida a más de un centenar de personas
Osaka. Jordi Juste
Desde hace cuatro años no hace falta ir a los parques o barrios degradados de Japón para ver a los sin techo. Algo más de un centenar de ellos están apostados en las esquinas más transitadas de las grandes metropolis del país blandiendo un ejemplar The Big Issue, la replica de la revista fundada en 1991 en Londres para dar una oportunidad profesional a las personas que no tienen un lugar digno donde vivir. Se trata de un negocio social, que se gestiona profesionalmente y aspira a no perder dinero aunque su ojetivo no sea ganarlo.
“Yo nunca me habría imaginado que terminaría dedicándome a ayudar a los sin hogar, pero una tercera parte de los que hay en Japón están en Osaka. Como persona nacida y criada aquí, como miembro de la sociedad que los veía cada día, me di cuenta de que había que hacer algo para ayudar a resolver el problema. Entonces supe lo que se hacía en Inglaterra y decidí poner en marcha el proyecto”, explica su máximo responable, Shoji Sano.
Según el gobierno, en la actualidad hay 19.000 personas sin hogar en Japón, unas 6.000 menos que hace cinco años. Es posible que la mejora en las cifras refleje en parte la reducción del paro durante el quinquenio, pero para Sano la cuestión se explica por el criterio que usan las autoridades para definir al colectivo: “Si lo que se cuenta es realmente los que viven en la calle o en parques, es posible que su número haya disminuido. Ahora bien, si se tiene en cuenta a las personas que pasan la noche en lugares como los cibercafés o en hoteles baratos y que no tienen un lugar fijo para vivir, entonces ha aumentado”.
Después de la burbuja económica de los años 80, los trabajos en la construcción y en la industria descendieron drásticamente y con ello aumentó el número de personas sin hogar. El empleo ha crecido en los últimos años hasta situar el paro en el 4%, aunque a costa de aumentar el número de los que pasan apuros para llegar a fin de mes a pesar de trabajar los siete días de la semana. La mayoría de los sin hogar proceden de sectores cada vez más mecanizados, como la construcción, o de negocios que van quedando desfasados en la nueva economía, como pequeños comercios y hostales tradicionales, donde algunos además de trabajar vivían.
Kenzo Nitta, de 57 años, vende The Big Issue frente a la estación central de Osaka desde hace cuatro años. Antes trabajaba como mecánico en una bolera, pero ésta cerró y ya no puedo encontrar un nuevo trabajo, en parte por la edad. “Es duro, pero sin trabajo no se puede vivir. Al principio me daba vergüenza, pero cuando llevas mucho tiempo vas acostumbrándote. Pienso seguir hasta que encuentre otro trabajo.”, explica Nitta, que recientemente ha empezado a vivir en un piso junto a dos vendedores más.
Otro veterano de The Big Issue es Imamura, un ex librero de viejo de 50 años que defiende con vehemencia la dignidad de su trabajo: “Me daría vergüenza tener que pedir limosna, no lo aceptaría, pero con esto me gano mi comida y un lugar para dormir. Me gustaría ahorrar y poder encontrar otro trabajo pero, sin tener una dirección registrada, en Japón eso es muy difícil”, explica Imamura, que regala una fotocopia con sudokus preparados por él mismo a cada cliente.
The Big Issue es bimensual y se vende a 300 yenes (unos dos euros), de los cuales 160 van directamente al bolsillo del vendedor. La revista tiene una circulación de unos 30.000 ejemplares y en todos los números ofrece artículos sobre ocio y asuntos sociales y una entrevista o reportaje sobre algún personaje famoso de la escena internacional, gracias a su sindicación con una red mundial de revistas similares
Para vender The Big Issue se necesita ser una persona atrevida, comprometerse con un código de buena conducta y no tener un lugar estable de residencia, aunque esta última condición se aplica con flexibilidad y se permite seguir como vendedores a los que ya han encontrado un lugar donde vivir pero no un empleo mejor. Algunos, como Imamura y Nitta, llevan vendiendo la revista desde su inicio, pero muchos otros lo dejan después de un año y medio, a veces sin dejar rastro. Según la empresa, de los 600 vendedores que ha tenido en cuatro años, un 10% ha encontrado otro trabajo.