CRÓNICA DESDE KIOTO
Este año me ha tocado asistir a la ceremonia de ingreso de la escuela primaria de mi barrio en calidad de padre de uno de los nuevos alumnos y como presidente de la AMPA. Dicen que es la primera vez que un extranjero preside una institución de este tipo en Kioto y posiblemente una de las primeras en todo el país. Un signo de la globalización que, por el momento, no ha encontrado ningún reparo y sí muchas reacciones de alivio por parte de los que saben que, si este año yo presido, no tienen que hacerlo ellos.
El cargo es más bien protocolario y las que trabajan de verdad son las madres que integran la junta, todas japonesas. Ellas están dispuestas a dar el callo por la escuela, pero no la cara, así que mi primer trabajo importante ha sido subirme al estrado del gimnasio y leer, ante niños, padres y autoridades locales, un discurso lleno de expresiones honoríficas y frases hechas. Con poco margen para la creatividad y un gran miedo a salirme ni siquiera un milímetro del guión. Solo quien haya pasado por semejante trago será capaz de imaginarse cómo pueden bailar los caracteres japoneses sobre el papel.
Además de en una lectura correcta, el éxito de la actuación en la ceremonia radica en tener muy claro cuándo y hacia dónde hay que saludar, con la inclinación adecuada del tronco. Según mis cuentas, en mi caso son ocho reverencias desde que me levanto tembloroso de mi silla en la zona de autoridades hasta que regreso aliviado a ella.
Si uno no tiene un papel protagonista, estas celebraciones son un espectáculo interesante, que puede llegar a ser divertido. El decorado presenta mínimas variaciones: siempre lo presiden la bandera nacional y la local, hay un gran jarrón con flores y muchas veces un biombo dorado. Uno de los momentos más emotivos es el canto del himno nacional, esa canción que en muchos sitios de Asia recuerdan como símbolo de atrocidades. Para la mayoría de los japoneses el Kimigayo es hoy en día solo una muestra de su sentimiento de pertenencia, aunque queda una minoría que se resiste a mostrarle un respeto que cree que no merece. Normalmente, todos los congregados se ponen en pie y la mayoría lo entonan con una maestría que prueba, tanto como su patriotismo, la buena formación musical.
Otro de los puntos importantes es el discurso del director. El nuestro es un hombre entrañable, amante de Europa y devoto de su trabajo. Tiene cierto aire cómico, vestido con frac y dirigiéndose a niños de 6 años, gesticulando y vocalizando. Les habla de las tres semillas que a partir de hoy tendrán que hacer crecer: valentía, ganas de hacer y buena salud.
Los verdaderos protagonistas, los aproximadamente 60 nuevos alumnos de la escuela, lo escuchan intentando ver esas semillas en la palma del profesor. Van vestidos todos muy elegantemente y representan su papel a la perfección. Entran, se sientan, se levantan, hacen reverencias, se sientan de nuevo, se vuelven a levantar... Todo en un orden que ya han tenido oportunidad de ensayar en la gran cantidad de ceremonias que han vivido en el parvulario y que perfeccionarán en las que les aguardan en su vida en Japón.
Este año me ha tocado asistir a la ceremonia de ingreso de la escuela primaria de mi barrio en calidad de padre de uno de los nuevos alumnos y como presidente de la AMPA. Dicen que es la primera vez que un extranjero preside una institución de este tipo en Kioto y posiblemente una de las primeras en todo el país. Un signo de la globalización que, por el momento, no ha encontrado ningún reparo y sí muchas reacciones de alivio por parte de los que saben que, si este año yo presido, no tienen que hacerlo ellos.
El cargo es más bien protocolario y las que trabajan de verdad son las madres que integran la junta, todas japonesas. Ellas están dispuestas a dar el callo por la escuela, pero no la cara, así que mi primer trabajo importante ha sido subirme al estrado del gimnasio y leer, ante niños, padres y autoridades locales, un discurso lleno de expresiones honoríficas y frases hechas. Con poco margen para la creatividad y un gran miedo a salirme ni siquiera un milímetro del guión. Solo quien haya pasado por semejante trago será capaz de imaginarse cómo pueden bailar los caracteres japoneses sobre el papel.
Además de en una lectura correcta, el éxito de la actuación en la ceremonia radica en tener muy claro cuándo y hacia dónde hay que saludar, con la inclinación adecuada del tronco. Según mis cuentas, en mi caso son ocho reverencias desde que me levanto tembloroso de mi silla en la zona de autoridades hasta que regreso aliviado a ella.
Si uno no tiene un papel protagonista, estas celebraciones son un espectáculo interesante, que puede llegar a ser divertido. El decorado presenta mínimas variaciones: siempre lo presiden la bandera nacional y la local, hay un gran jarrón con flores y muchas veces un biombo dorado. Uno de los momentos más emotivos es el canto del himno nacional, esa canción que en muchos sitios de Asia recuerdan como símbolo de atrocidades. Para la mayoría de los japoneses el Kimigayo es hoy en día solo una muestra de su sentimiento de pertenencia, aunque queda una minoría que se resiste a mostrarle un respeto que cree que no merece. Normalmente, todos los congregados se ponen en pie y la mayoría lo entonan con una maestría que prueba, tanto como su patriotismo, la buena formación musical.
Otro de los puntos importantes es el discurso del director. El nuestro es un hombre entrañable, amante de Europa y devoto de su trabajo. Tiene cierto aire cómico, vestido con frac y dirigiéndose a niños de 6 años, gesticulando y vocalizando. Les habla de las tres semillas que a partir de hoy tendrán que hacer crecer: valentía, ganas de hacer y buena salud.
Los verdaderos protagonistas, los aproximadamente 60 nuevos alumnos de la escuela, lo escuchan intentando ver esas semillas en la palma del profesor. Van vestidos todos muy elegantemente y representan su papel a la perfección. Entran, se sientan, se levantan, hacen reverencias, se sientan de nuevo, se vuelven a levantar... Todo en un orden que ya han tenido oportunidad de ensayar en la gran cantidad de ceremonias que han vivido en el parvulario y que perfeccionarán en las que les aguardan en su vida en Japón.