La concesión del Nobel de literatura a Bob Dylan
ha servido para recuperar el endémico tema de los límites entre inspiración y
plagio en la creación artística. La obra del cantautor de Minnesota está
repleta de referencias explícitas a otros artistas, de homenajes y hasta de préstamos
literales. Unas veces se trata de compases, otras de frases enteras incrustadas
en las letras de sus canciones. Y no siempre han merecido el reconocimiento
explícito de Dylan a sus deudores.
Las listas de acreedores de la inspiración
de Dylan elaboradas por los conocedores de su obra son diversas, pero suelen
coincidir en algunos autores, entre los que destacan Woody Guthrie, Jack Kerouac,
Allen Ginsberg, William Burroughs, William Blake, Bertolt Brecht, Arthur Rimbaud,
Ezra Pound, Lev Tolstoi y Junichi Saga. Los nueve primeros son conocidos por
gran cantidad de lectores en todo el mundo; el último no es famoso ni entre los
amantes de la literatura japonesa. Y, sin embargo, Saga es uno de las fuentes
más indiscutibles de las que ha bebido Dylan.
Junichi Saga
Junichi Saga es un médico rural jubilado con sensibilidad
y talento literario. En Memorias de un yakuza nos relata sus conversaciones
con Eiji Ijichi, padrino de una familia clásica de la mafia japonesa dedicada
al juego ilegal. El personaje tiene tanta fuerza que podría ser una creación
ficticia, pero no lo es. Ijichi nos atrapa con su propio carácter y nos
presenta un elenco de personajes secundarios de gran interés que pasan por su
vida: otros jefes de la yakuza,
esbirros, jugadores empedernidos, policías, carceleros, mineros
revolucionarios, militares, fiscales despiadados, bandidos, asesinos de alma
cándida, vendedores ambulantes, comerciantes ricos y pobres, barqueros,
estibadores, jornaleros, traficantes de droga, geishas, hijas de buena familia, carabinas, concubinas,
prostitutas, camareras, prestamistas, adivinos, vividores...
Se trata de un mundo fascinante y bastante apartado de la
imagen de la yakuza que han forjado
la literatura y el cine. El moribundo Ijichi no es un asesino despiadado. Tampoco
un bandido arrepentido. Simplemente es una persona consciente de haber tenido
una vida excepcional. Y que la cuenta con autenticidad, sin ganas de
embellecerla ni de justificarla. Eso es lo que atrapa de un libro repleto de
frases memorables que suenan con naturalidad. Tantas que es fácil imaginarse a
un gran lector como Dylan doblando sus páginas, subrayando frases y añadiendo
comentarios al margen. Su uso posterior en su álbum Love and Theft es innegable, más allá de que se pueda considerar
legítimo o espurio desde un punto de vista artístico.
Love and Theft
Love and Theft es el álbum
número 43 en la discografía de Dylan. Apareció en 2001 y fue bien recibido por
la crítica especializada. David Fricke dijo en el resumen del año para la
revista Rolling Stone que «la
agresiva claridad de Dylan en Love and
Theft es el arte de un hombre embravecido, no amenazado, por la edad y la
crisis»; y añadía que su sonido, «en una nación de repente redefinida por la
pérdida» (estamos en la América del 9/11), era «un gran consuelo, inspiración y
entretenimiento».
Nadie habló entonces de Junichi Saga.
Tuvieron que pasar un par de años para que Chris Johnson, un profesor de inglés
originario también de Minnesota y residente en Japón, leyera Confessions of a Yakuza, la traducción
de John Bester de Asakusa bakuto ichidai.
Al parecer, a Johnson, fan de Dylan, le llamó la atención la descripción que el
protagonista hace de su padre en una de las primeras páginas del libro: «My old man would sit there like a feudal
lord». Rápidamente le recordó la frase «My
old man, he’s like some feudal lord» que aparece en el tema Floater, del álbum de su paisano. A partir del hallazgo, Johnson se dedicó a
escrutar el álbum y el libro en busca de otras semejanza y llegó a identificar
hasta doce bastante obvias que hizo públicas en la página web Dylanchords.
Deuda no reconocida
El descubrimiento tuvo repercusión en
algunos medios japoneses y estadounidenses, generó la polémica que todavía dura
y sirvió para que se relanzara el interés por la obra de Saga. Dylan nunca ha
querido comentar específicamente el caso. Mikal Gilmore se lo planteó
explícitamente en la entrevista que le hizo en 2012 para Rolling Stone, pero el cantante respondió de forma genérica,
explicó que la cita es algo común en el mundo de la música y trató de cobardes
a los que le acusan de plagio.
El doctor Junichi Saga admitía ya en 2003 al
Wall Street
Journal que le
gustaría que Dylan reconociera su influencia. También que no tenía ninguna
intención de demandarlo. Al contrario, Saga siempre se ha mostrado «halagado»
por el uso que Dylan hizo de Memorias de
un yakuza en Love and Theft. Seguramente,
sin este disco, el relato de la vida del oyabun
Eiji Ijichi habría pasado sin pena ni gloria, nos hubiéramos perdido un libro
excelente y casi nadie sabría quién es Junichi Saga. Dylan y Saga tienen deudas
cruzadas. El doctor ha reconocido la suya, esperemos que el cantautor no tarde
en hacerlo (ambos tienen ya 75 años).