28/4/2007 CRÓNICA DESDE NARA// JORDI JUSTE
La ciudad de Nara, que fue la primera gran capital de Japón, entre los años 710 y 784, alberga numerosos tesoros históricos y artísticos, entre los cuales se cuentan siete lugares incluidos en la lista de patrimonio de la humanidad de la Unesco. Por ello, y por su gran belleza natural, muchos extranjeros de visita en el país se escapan como mínimo un día desde la vecina Kioto. Según datos del Gobierno provincial, unos 300.000 visitan Nara cada año. Ahora las autoridades locales están aplicando un plan para poder llegar al millón de visitantes de ultramar coincidiendo con el 1.300° aniversario de la fundación, que se cumple en el año 2010.
La ciudad de Nara, que fue la primera gran capital de Japón, entre los años 710 y 784, alberga numerosos tesoros históricos y artísticos, entre los cuales se cuentan siete lugares incluidos en la lista de patrimonio de la humanidad de la Unesco. Por ello, y por su gran belleza natural, muchos extranjeros de visita en el país se escapan como mínimo un día desde la vecina Kioto. Según datos del Gobierno provincial, unos 300.000 visitan Nara cada año. Ahora las autoridades locales están aplicando un plan para poder llegar al millón de visitantes de ultramar coincidiendo con el 1.300° aniversario de la fundación, que se cumple en el año 2010.
Nara fue establecida siguiendo el modelo de la ciudad china de Chang'an (la actual Xi'an) y en ella florecieron durante los 74 años de capitalidad los templos budistas y los santuarios sintoístas, como el Todaiji, que alberga la imagen del gran Buda Vairocana, y Kasuga Taisha, el santuario al que se accede por un camino escoltado por miles de toro, las grandes lámparas que semejan guardianes de piedra. Ambos recintos son el recordatorio de la enorme influencia que la religión ejercía en la corte de Nara, algo que impulsó al emperador Kammu a trasladar la capital a Kioto a finales de siglo VIII.
La pérdida de la capitalidad supuso una relativa decadencia política y económica, pero Nara se mantuvo a lo largo de los siglos como un importante centro de poder político y religioso, gracias en parte a sus monjes guerreros, y cultural. Ya en el Japón contemporáneo, su proximidad a Osaka y a Kioto le ha permitido desarrollarse fundamentalmente como ciudad residencial y mantenerse como un importantísimo centro de atracción de turistas nacionales, especialmente durante la primavera y el otoño y para la celebración de fechas importantes como el Año Nuevo o, en verano, el Bon, la festividad budista de los difuntos. Muchos turistas visitan además el Museo Nacional, uno de los cuatro con que cuenta Japón, donde se guardan numerosas piezas de arte religioso.
La pérdida de la capitalidad supuso una relativa decadencia política y económica, pero Nara se mantuvo a lo largo de los siglos como un importante centro de poder político y religioso, gracias en parte a sus monjes guerreros, y cultural. Ya en el Japón contemporáneo, su proximidad a Osaka y a Kioto le ha permitido desarrollarse fundamentalmente como ciudad residencial y mantenerse como un importantísimo centro de atracción de turistas nacionales, especialmente durante la primavera y el otoño y para la celebración de fechas importantes como el Año Nuevo o, en verano, el Bon, la festividad budista de los difuntos. Muchos turistas visitan además el Museo Nacional, uno de los cuatro con que cuenta Japón, donde se guardan numerosas piezas de arte religioso.
Además de las ruinas históricas, los grandes monumentos arquitectónicos y los centros de culto, uno de los principales atractivos de Nara son los más de mil ciervos que campan libremente por el enorme parque, que se extiende por más de 500 hectáreas, desde la estación central del ferrocarril hasta pasados el Todaiji y Kasuga Taisha. Una de las actividades casi obligadas en la antigua capital es darles de comer las tradicionales galletas sembe, que se venden en los numerosos puestos de recuerdos. Los ciervos son los señores de la fauna de Nara gracias a su condición de animal totémico de la ciudad, debida a la leyenda que dice que el dios protector Takemikasuchi llegó montado en uno de color blanco.
Nara es una ciudad con muchísimos atractivos y con turistas de sobra, pero parece haber sucumbido a la obsesión generalizada por aumentar el número de visitantes. Para conseguirlo, ahora se prepara con medidas como la formación de guías voluntarios, aprovechando sobre todo que cuenta con una creciente proporción de jubilados entre sus casi 400.000 habitantes.