Un pequeño cementerio rodeado de viviendas en Kioto. JJusteLa concesión a
Okuribito del Oscar a la mejor película de habla no inglesa ha servido para atraer la atención internacional sobre la industria funeraria japonesa, un sector que factura unos 8.000 millones de euros al año y que tiene ante sí un futuro muy próspero gracias al envejecimiento de la población, que ha elevado ya a más de un millón las muertes anuales.
No es la primera vez que el cine nipón se inspira con éxito en los ritos mortuorios. En 1984, Itami Juzo dirigió
Ososhiki (El funeral), que mostraba los preparativos y ritos budistas que siguen a la muerte. Ahora
Okuribito, dirigida por Yojiro Takita, se centra en la figura de Daigo Kobayashi, un violoncelista que se ve empujado a trabajar en una funeraria preparando para los ritos los cuerpos de los difuntos. Al principio, el nuevo trabajo le supone el rechazo de sus más allegados por el tabú que considera la muerte algo impuro.
Reconocimiento mundial
Daisuke Yoneyama, de la funeraria Hart Full Ceremony de Tokio, afirma:
"Me siento feliz y orgulloso de que una película que trata la muerte, un tema que tiende a ser tabú, y toma como motivo los funerales tradicionales japoneses sea acogida en el extranjero. Además, el título de Okuribito
fuera de Japón, Departures,
expresa que el reconocimiento de que la muerte no es el final sino un punto de partida está en la conciencia no solo de los japoneses, sino de todo el mundo".El tabú de la muerte es una fuente de conflictos entre las instituciones locales, las funerarias y los residentes de las zonas donde están o quieren estar ubicadas. Una gran mayoría de los 128 millones de habitantes de Japón residen en las escasas zonas llanas del país, por lo que el espacio está muy disputado, tanto para los vivos como para los muertos. Más del 99% de los cadáveres se incineran, pero en muchos casos las cenizas acaban depositadas en tumbas que ocupan mucho espacio, a menudo en pequeños cementerios rodeados de viviendas.
En los últimos años se ha extendido algo la práctica de esparcir las cenizas, todavía muy minoritaria, en parte porque la ley especifica que los restos deben depositarse en cementerios. Mutsuhiko Yamada, presidente de la Asociación para la Promoción de la Libertad de Esparcir Cenizas, expresa sus recelos:
"¿Por qué ignora el Gobierno los diversos valores y sentimientos religiosos de los ciudadanos? No puedo evitar preguntarme si no está protegiendo los intereses de ciertas organizaciones religiosas y negocios a cambio de trabajos lucrativos para burócratas jubilados en las compañías que gestionan cementerios".La obligación de usar terrenos designados ha llevado a una funeraria de Tokio a comprar Kazurashima, una isla deshabitada de un kilómetro cuadrado, para que cada año 100 de sus clientes puedan esparcir cenizas. El límite se ha establecido con el fin de no dañar el medio ambiente, ya que la isla forma parte del parque nacional Daisen-Oki.
La preocupación por la contaminación ha motivado otras iniciativas, como la comercialización de ataúdes de cartón o el cálculo del CO2 emitido en todo el proceso funerario para que el usuario pueda compensar el daño mediante donativos.
"Nosotros, los humanos, podemos vivir gracias al medio ambiente. Lo que proponemos es mostrar nuestra gratitud en el momento de marcharnos", explica Nyokai Matsushima, responsable de una organización que promueve funerales ecológicos.
Lo que de momento parece tener difícil solución es la escasez de incineradoras. Muchas de las más de 1.500 en funcionamiento en todo el país están al límite de su capacidad, pero su ampliación se enfrenta a la oposición de los vecinos. Por ello, en Tokio existe un proyecto para realizar las incineraciones en alta mar en un ferri que transportaría 10 hornos crematorios.
Coches fúnebres depresivos
En tierra firme, uno de los problemas es que, según el calendario tradicional, en Japón hay días considerados
tomobiki, es decir que tiran de los amigos, y los japoneses los evitan para los funerales, lo que aumenta la saturación de los hornos en algunas fechas. Otro obstáculo son las condiciones que imponen los vecinos para permitir su funcionamiento. En algunos lugares del país, por ejemplo, asociaciones de vecinos han conseguido que se prohíba el uso de los
miyagata, coches fúnebres tradicionales con extravagantes tejados que asemejan una pagoda. Argumentan que la visión de estos vehículos tiene un efecto depresivo. De todos modos, incluso en los municipios donde se permite su uso, cada vez circulan menos, posiblemente por la tendencia a tratar la muerte como un trámite que hay que cumplir sin hacer ostentación.
Pasaron los tiempos en que los trabajos funerarios se reservaban a los
burakumin, la casta que hasta el siglo XIX vivía segregada, pero el trato con los muertos acarrea aún un estigma.
"Estar presente en el lugar de la separación de los difuntos, y ayudar en su partida; este trabajo está lleno de cariño", dice Kobayashi, el protagonista de
Okuribito, que ya han visto más de tres millones de japoneses.