martes, octubre 25, 2011
Ryuichi Sakamoto. La música os hará libres.
lunes, octubre 17, 2011
Los héroes de Fukushima
El experto en religiones Tetsuo Yamaori publicó el 16 de abril un artículo en la revista AERA donde defiende que la visión que los japoneses tienen sobre la heroicidad de los Cincuenta de Fukushima muestra un cambio en su sistema de valores. Según la tradición, tan japonés sería el sacrificio de los héroes como la voluntad del pueblo de salvarlos y compartir su destino.
lunes, septiembre 26, 2011
Japón recupera la conciencia
Jordi Juste
Unas sesenta mil personas se reunieron el 19 de septiembre en Tokio para pedir el fin de la energía nuclear. Visto desde Europa, puede parecer un grupo reducido en una metrópolis de casi treinta millones de habitantes. Pero es una reunión extraordinaria en Japón donde, en las últimas décadas, las protestas masivas se limitaban prácticamente al movimiento contrario a las bases militares estadounidenses en la isla de Okinawa. En los años cincuenta y sesenta las calles de Tokio vivieron una gran agitación política, centrada en la oposición al tratado de cooperación militar con Estados Unidos. Pero a principios de los setenta la juventud nipona disfrutaba ya de las comodidades aportadas por el crecimiento económico y estaba desengañada de algunos movimientos izquierdistas, que se oponían al imperialismo americano pero cerraban los ojos ante el soviético. La resaca de aquellos días han sido décadas de un conformismo generalizado que ahora podría estar terminando.
miércoles, abril 06, 2011
Buena organización, falta de decisión
Estos días tengo el placer de acompañar a un equipo de fútbol japonés de categoría cadete (14 años), que realiza una breve estancia formativa en nuestro país. El tsunami del día once los sorprendió, como quien dice, preparando las maletas para venir a vivir una experiencia que consideran muy importante para su educación como futbolistas y como personas.
Aunque viven en Yokohama, una zona que sufrió poco más que el susto del temblor y algunos inconvenientes -causados por la carestía de algunos productos los primeros días y por los cortes eléctricos- estuvieron a punto de cancelar el viaje, ya que el ambiente del país no parecía el más propicio para darse según qué alegrías. Pero pesó, más que ése, el argumento de que había que intentar recobrar la normalidad cuanto antes. Además, los chicos y su entrenador decidieron que aprovecharían la expedición para recaudar fondos y ánimos para los damnificados de Miyagi. La respuesta está siendo espectacular, tanto en euros depositados en las huchas como en dedicatorias escritas en una bandera traída al efecto.
Ahí donde van, los veintiún jóvenes y su entrenador reciben no solo apoyos sino también elogios por su excelente comportamiento dentro y fuera del campo. Se mueven con orden, escuchan cuando se les dan instrucciones, no dejan rastros de basura a su paso y se dejan la piel en cada entreno como si fuera la final de un Mundial. A muchos espectadores, que acuden con la idea de ver a unos simpáticos niños asiáticos jugando un fútbol de segunda categoría, los sorprenden su técnica y la eficacia con la que juegan. En cambio, algunos entrenadores locales, que llevan ya varios años preparando sesiones para los jóvenes japoneses, saben que estos chavales tienen de sobras la técnica y la capacidad de sacrificio y de trabajar en equipo tan importantes en el fútbol. Pero también saben que a la mayoría todavía les falta capacidad de decisión individual, un elemento crucial para marcar las diferencias en un enfrentamiento que no deja de ser de once personas contra once personas.
Algunos comentan: “A estos chicos lo único que les falta es lo que les sobra a demasiados de nuestros jugadores: el instinto de tomar las riendas e ir a por el gol”. Y es que están perfectamente posicionados, corren de principio a fin y se pasan la pelota con mucho oficio, pero todavía son pocos los que intentan desbordar al contrario e ir hacia la meta.
Su entrenador es consciente de esta carencia. Por eso los trae aquí, los expone a nuevas experiencias y los obliga constantemente a tomar decisiones. Sabe que este aprendizaje les será de gran ayuda en el futuro, sigan o no jugando al fútbol, y confía en que los haga más capaces de aportarle a su sociedad lo que le falta. Tiene claro que la organización y la capacidad de sacrificio son claves para el buen funcionamiento de cualquier grupo humano, y no quiere que las pierdan. Pero también cree que, sin individuos con capacidad de tomar decisiones bajo presión, lo que parece harmonía puede convertirse en un ejercicio estéril, de gran belleza pero sin capacidad de asegurar el futuro. Toda una lección sobre la fortaleza y la debilidad del Japón actual. Un ejemplo que permite mantener la esperanza en el futuro.
Una sociedad normal
Si alguien ha conocido Japón a partir de las numerosas informaciones aparecidas desde el terremoto y el tsunami del 11 de marzo, quizá se haya formado la imagen de una sociedad ideal injustamente condenada por la naturaleza a sufrir. No en vano, el tema favorito de los medios de comunicación occidentales ha sido –a parte de la devastación causada por el seísmo y la alarma nuclear– el comportamiento ejemplar de la población japonesa.
Se ha escrito, de forma abundante, sobre su grado de preparación para hacer frente a los desastres, la solidaridad y el orden de los damnificados al repartir lo poco que les quedaba, la disciplina de los ciudadanos para hacer frente a los obligados cortes de luz, la capacidad –probada diversas veces en la historia reciente– de recuperarse de las hecatombes, la dignidad con la que afrontan la desgracia o la sobriedad con la que exteriorizan su dolor.
Sin embargo, aunque ciertos, esos aspectos de la sociedad japonesa son solo una parte de la realidad. Japón es un país grande, de larga historia y muy poblado. Es, por tanto, una realidad compleja, difícil de reflejar en unos pocos artículos periodísticos escritos con urgencia –y menos en uno solo de poco más de quinientas palabras.
Para equilibrar un poco el cuadro idílico que hemos pintado estos días, podemos hacer una lista de problemas que aquejan a la sociedad japonesa: adicciones; violencia física o psicológica en casa, en la escuela o en el trabajo; aumento del número de jóvenes que se encierran en su habitación y solo se conectan con el mundo a través del ordenador; prostitución relacionada al consumo de productos de lujo; alta tasa de suicidios; discriminación profesional por origen o género; enfermedad y muerte por exceso de trabajo; pérdida de la moral del sacrificio a favor de un mayor hedonismo; escasez de talento individual; desconfianza en el gobierno y en la administración; corrupción institucionalizada; profusión de fraudes que tienen como víctimas a los ancianos…
La anterior es solo una lista inacabada de elementos heterogéneos citados por los propios japoneses como males de su propia sociedad. Son problemas del mundo moderno, que Japón comparte con otros países. Posiblemente, algunos los afronta mejor y otros peor que sus vecinos, e incluso los hay que parecen tan enquistados que se diría que no tiene demasiado interés en solucionar. Está claro que la japonesa es una sociedad normal, donde los problemas se multiplican. Sin embargo, da la impresión de que resiste mejor que otras las tendencias disgregadoras de la modernidad.
A menudo se ha dicho que el secreto es la homogeneidad étnica de su población, que hace más fácil el funcionamiento cohesionado de la sociedad. Es verdad que la inmensa mayoría de ciudadanos japoneses son o se sienten miembros de un mismo grupo sociocultural con unas características básicas comunes, con unos códigos de conducta compartidos y en gran medida aceptados. Eso hace que la comunicación dentro del grupo sea más fácil con necesidad de menos palabras, y que el trabajo individual contribuya más al bien común. También hace que sea tan difícil para un extranjero llegar a ser considerado un miembro más de la sociedad. Aprender japonés o imitar las manifestaciones más superficiales del comportamiento nipón son tareas relativamente sencillas para cualquiera, pero interiorizar su código de valores es difícil para todos e imposible para muchos.
miércoles, marzo 23, 2011
Tsunami. ¿Gobierno culpable?
Jordi Juste, El Periódico de Catalunya, 23 de marzo de 2011
El chiste habla de dos ciudadanos italianos que cuando ven que llueve exclaman “Porco goberno”. En Japón a nadie se le ocurrirá acusar al gobierno de la lluvia ni, mucho menos, de un terremoto de nueve grados, seguido de un tsunami devastador que arrasa pueblos enteros y deja una central nuclear de seis reactores tan dañados que se convierten en una amenaza internacional. Al actual gobierno ni siquiera se le puede acusar de no haber obligado a las compañías eléctricas a estar preparadas para lo peor, ya que la administración del Partido Demócrata no lleva ni dos años en el poder y solo han pasado ocho meses desde que Naoto Kan substituyera a su correligionario Yukio Hatoyama como primer ministro.
Otra cosa es la crítica a la gestión de la crisis. La primera semana de unidad nacional sin fisuras significativas ha terminado con la negativa del principal partido de la oposición a sumarse a un gobierno de concentración nacional para hacer frente a la hercúlea tarea de levantar el país. Aunque también dijo que colaboraría con el gobierno desde la oposición, el no del líder del Partido Liberal Democrático, Sadakazu Tanigaki, a convertirse en vice primer ministro y compartir responsabilidades con su principal adversario augura que pronto empezaremos a oír críticas a la acción de Kan. Ahora bien, tendrán que ser razonables y mesuradas para no ser vistas como anti patrióticas por la mayoría de la población, consciente de la necesidad de arrimar el hombro para salir del socavón.
Las palabras de algunos comentaristas políticos, los debates espontáneos en las redes sociales y la experiencia de otras crisis hacen pensar que las críticas al gobierno se centrarán en la falta de firmeza, transparencia y valor. Firmeza para obligar a Tepco, la compañía eléctrica propietaria de la central, a tomar medidas expeditivas más rápidamente para minimizar los daños a la población sin reparar en los perjuicios económicos que ello pudiera ocasionarle. Transparencia para dar a los ciudadanos todos los datos y dejar que fueran estos los que decidieran el grado de gravedad de la crisis y actuaran en consecuencia. Y valor para tomar medidas conservadoras de la seguridad de la población aún a riesgo de excederse.
En Fukushima parece que se ha evitado lo peor, pero aún habrá que dejar pasar algún tiempo para saber con certeza lo que ha pasado estos días y así poder evaluar justamente la acción del gobierno.
Cuando llegue el momento, habrá que ver si el ejecutivo ha dejado, en algún momento de la crisis, que Tepco ponderara sus intereses económicos al decidir las medidas a tomar con los reactores dañados, cuando lo que le tocaba era olvidarlos por una vez a favor del bien común. También necesitaremos averiguar si el gobierno ha dejado de informar a la población con la claridad y la celeridad oportunas, teniendo en cuenta la obligada necesidad de un margen de tiempo razonable para recoger los datos e interpretarlos antes de hacerlos públicos. Por último, querremos ver si realmente hemos estado al borde de una hecatombe, y por lo tanto lo correcto hubiera sido evacuar Tokio, o ha sido cierto en todo momento que la situación era grave pero no tanto como para organizar el éxodo de más de treinta millones de personas.
domingo, marzo 20, 2011
El milagro japonés
Jordi Juste. Cuaderno del Domingo. El Peridico de Catalunya, domingo 20 de marzo de 2011
Un terremoto de nueve grados sacude el noroeste de Japón y hace temblar a Tokio, la metrópolis de más de treinta millones de habitantes; unos minutos después, el mar se abalanza sobre la costa de Miyagi, arrasa pueblos enteros y se lleva miles de vidas; se suceden las réplicas del seísmo y la devastación y el clima hacen que sea difícil atender y abastecer a los supervivientes; Tokio y su región viven apagones causados por la falta de suministro eléctrico; y, lo más terrible, una central nuclear de nueve reactores situada a unos 200 kilómetros de la capital permanece más de una semana en estado crítico.
En muchas áreas del planeta, cualquiera de esas circunstancias, extremamente graves, sería suficiente, por sí sola, para causar el pánico, la desesperación y el caos, y dar pie al pillaje y al sálvese quien pueda. Sin embargo, los japoneses reaccionaron con miedo pero con calma a la primera sacudida; se pusieron a trabajar en seguida para socorrer a las víctimas y reparar las infraestructuras; los supervivientes esperan ordenadamente a que les toque su turno para recibir la ración que les corresponde; los familiares lloran a sus muertos con pudor; los tokiotas ahorran obedientemente energía; y todos contemplan con preocupación, pero sin histeria, los esfuerzos por controlar la radiactividad en Fukushima.
Estas actitudes ejemplares sorprenden a quienes no conocen la historia y la realidad presente de Japón. El miércoles, en su alocución a la nación, hasta el emperador se hizo eco de la admiración internacional: “En el extranjero se comenta que los japoneses se ayudan mucho sin perder la calma en medio de esta tristeza tan grande. Espero que, a partir de ahora, todos se ayuden y cuiden unos de los otros y superen esta desagradable etapa”, dijo Aki Hito.
Para los japoneses y los extranjeros que hemos vivido o estudiado su cultura, las reacciones de estos días son las que cabe esperar de un pueblo preparado por la naturaleza y la historia para sufrir desastres de todo tipo y vencer a la adversidad desde el sacrificio individual puesto al servicio del bien colectivo.
Claves culturales
“La conciencia milenaria de la inestabilidad del territorio y la mutabilidad de los elementos ha tenido por respuesta eso que parece resignación y que es más bien entereza. Se puede rastrear la historia de ese sentimiento desde el Man'yoshu (la colección más antigua de poesía nipona). La disciplina cívica japonesa se formó en épocas más recientes: data de la época de Edo, pero también es, en parte, una respuesta a los accidentes naturales”, explica el poeta mexicano Aurelio Asiain, profesor en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kansai.
La mayoría de japoneses son conscientes de esos rasgos que caracterizan su cultura y su sociedad y que hacen que respondan a los acontecimientos de una forma particular. Un ejemplo de esa consciencia es Kenji Shinohara, realizador de televisión en Tokio y buen conocedor de las culturas española y coreana. “En Japón el budismo y el confucianismo, llegados desde Corea y China, se sumaron al sintoísmo preexistente y de ahí surgieron el bushido (código del samurái) y la moral japonesa, con la mentalidad de auto-sacrificio y consideración hacia el prójimo. En esa mentalidad, a diferencia de lo que pasaba en otros países, en lugar de buscar el propio interés, se sacrificaba todo por el feudo (las provincias de la época de Edo) o el líder. De ahí surge la consideración de la modestia y la generosidad como virtudes”, explica Shinohara.
Para el portorriqueño Roberto Negrón, profesor de español y de comunicación intercultural en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto, la explicación es sencilla: “Japón es una sociedad que aprecia la armonía y los japoneses evitan a toda costa las confrontaciones. Esa siempre ha sido su filosofía de vida desde tiempos antiguos y es lo que ha permitido al pueblo japonés unirse en situaciones difíciles, como durante la Segunda Guerra Mundial o el terremoto de Kobe, y ahora también”.
Aceptación de la fuerza de la naturaleza y aprecio de la armonía son, sin duda, características culturales del pueblo japonés. Pero, según la catalana Montse Marí, presidenta del Centre Català de Kansai, cuando hablamos de su reacción ante las adversidades, tenemos que contemplar dos perspectivas: “Una es la personal, la capacidad de contener, de perseverar y de tener paciencia. La otra es la de la relación con los demás. La lengua japonesa tiene como mínimo ocho caracteres chinos o combinaciones de estos que expresan la idea de paciencia, perseverancia, sacrificio y entereza. Una de les más utilizadas es la palabra “nintai” 忍耐, que evoca la virtud de perseverar y tener una paciencia activa, no derrotista o llorona”.
Los precedentes
Los japoneses están acostumbrados a las calamidades. En 1923 un gran terremoto mató a más de cien mil personas y destruyó parte de Tokio y en 1995 otro mató a más de cinco mil y asoló el centro de Kobe. Pero es que el país tiembla casi todos los días en algún punto de sus más de cuatro mil islas; cada año es azotado por tifones; y sufre, periódicamente, erupciones volcánicas, lluvias torrenciales y grandes incendios forestales. Además, en 1945 –después de haber causado grandes daños a sus vecinos asiáticos en su afán imperialista– sufrió severos bombardeos aéreos que causaron centenares de miles de víctimas civiles y arrasaron sus principales ciudades, los dos últimos con bombas atómicas que asolaron Hiroshima y Nagasaki.
Kobe, 1995
¿Preparados para las catástrofes?
La conciencia de vivir en un país azotado por la naturaleza y por la estupidez humana tiene que haber marcado por fuerza el carácter de este pueblo. Además, los japoneses no necesitan ver desgracias en los libros de historia o en los telediarios para recordar que tienen que estar preparados para lo peor: Cada año, en cualquier centro educativo, de trabajo o residencial, tienen lugar ejercicios de evacuación en los que la disciplina, el orden y la calma son esenciales, y por todo el país están señalizadas las áreas a las que hay que acudir en caso de emergencia. A eso hay que añadir que es difícil desplazarse unos quilómetros en cualquier dirección sin tropezar con una garita de policía o una estación de bomberos.
Con todo, esta vez la previsión no ha podido evitar el embate del océano. Pero quizás ha servido para evitar males mayores. Porque no es difícil imaginar la proporción del desastre si los más de cuarenta millones de personas afectadas desde Miyagi hasta la capital hubieran salido despavoridos de sus casas, se hubieran lanzado a robar comestibles o hubieran aprovechado la ocasión para vengarse de un vecino ausente o desprevenido.
Lecciones de la historia
La situación actual guarda similitudes y diferencias con los precedentes del siglo pasado. “En cuanto a la extensión de los daños a la ciudadanía, el terremoto de Tokio y de Kobe son distintos a la Segunda Guerra Mundial. Los daños de este se parecen a los de la guerra. Pero el perjuicio causado por la energía nuclear será para todos los países sobre la faz de la tierra. Y no se puede decir que sea un daño causado por la naturaleza”, explica Teru Shimamura, profesor de literatura japonesa en la universidad Ferris, de Yokohama, quien también recuerda que tras el terremoto de 1923 no todo el mundo mantuvo la calma: “Se produjeron asesinatos de ciudadanos coreanos y chinos a manos de la turba (tras difundirse rumores que los acusaban de provocar incendios). Se aprendió la lección de la historia y en esta ocasión no han sucedido cosas de ese tipo”.
No han sucedido porque la sociedad japonesa es muy distinta a la de principios de siglo XX. A pesar de las llamadas de sectores nacionalistas a que el país adopte una actitud más desafiante en política exterior, la mayoría de japoneses se han acostumbrado a la paz y al orden, detestan el descontrol y desean recuperar cuanto antes unos niveles de prosperidad que el profesor Shimamura califica de forma crítica como “una realidad hecha sobre una central nuclear construida sobre la arena”.
Salir adelante
¿Qué va a pasar a partir de ahora? ¿Podrá ese carácter de los japoneses hacer que el país salga fortalecido? ¿Perderán la fe en esa técnica que los ha convertido en una potencia económica? “Creo que Japón también saldrá adelante en esta ocasión, y que la gente no perderá la confianza en la capacidad del país, responde el historiador Yukitaka Inoue, profesor de la universidad Senshu, de Tokio.
Por su parte, el catedrático emérito de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto Àngel Ferrer, ve la catástrofe como una oportunidad: “El 200 por ciento del PIB en deuda pública, el problema de los jóvenes que se encierran en sus casas y otros desastres actuales han situado el país en una especie de marasmo. Estoy seguro de que este enorme latigazo será una vez más el acicate que les hará, recordando las palabras del emperador Hiro Hito, soportar lo intolerable”.
También lo tiene claro Kenji Shinohara: “Por supuesto, Japón saldrá adelante. Pero, para que eso ocurra, los que no hemos sufrido daños tenemos que ser muy conscientes. Depende de cuánto podamos esforzarnos los que estamos bien para tirar de los que no pueden. Por contra, si nos acomodáramos y nos aprovecháramos de la situación para ganar dinero o para mejorar nuestra posición, sería el fin de Japón. Persiste la tristeza por la gente que ha sufrido daños y sus familias y se mantendrá quizás por más de una década. Cuando ellos se levanten y miren hacia el futuro podremos decir que Japón se encamina hacia la recuperación.”
La escritora Yuiko Asano ilustra con un ejemplo la reacción japonesa típica ante una calamidad:
“La mayoría de la gente, si está en un restaurante o en una tienda, hay un terremoto y los empleados dicen que salgan a refugiarse sin pagar, lo hacen. Pero más tarde vuelven para pagar.
Su explicación del civismo nipón: “El que estemos juntos, que compartamos este espacio, forma parte de nuestro destino. Por eso somos considerados con los demás y nos ayudamos unos a los otros. Yo me siento orgullosa, como japonesa, de haber sido educada así”.
El profesor Àngel Ferrer, testigo de la recuperación de Japón tras la guerra, recortó el otro día una foto y la pegó en su diario. En ella se ve a una chica japonesa triste sentada, con la mirada perdida entre los escombros dejados por el tsunami. Al lado de la imagen, el profesor añadió el siguiente comentario en verso:
T S U N A M I T I D E
Vaig veure un país que pujava a la glòria
Després d’una guerra inhumana i cruel :
Alerta i conscient d’assolir la victòria
Si la pau compartia amb constància i anhel.
Tsunamítide trista, del somni desperta!
Si ara és la Natura que us ha bandejat
Mantindreu amb dolor l’esperança incerta
Fins a fer del somni una realitat.
¿Seguidismo o responsabilidad?
sábado, marzo 19, 2011
Muertos invisibles
Una semana después de que la tierra temblara y el mar se abalanzara sobre el noreste de Japón, el número de muertos por la catástrofe confirmados alcanza casi los siete mil. Los primeros días fueron apareciendo cadáveres a centenares entre los escombros o en las playas y dicen las crónicas locales que las funerarias de la zona no dan todavía abasto y los hornos crematorios no dejan de echar humo. Sin embargo, apenas se han visto fotografías o imágenes de televisión de cadáveres, y en las que hay se hace necesario imaginar que aparece un cuerpo humano sin vida.
Esta invisibilidad de los muertos no es nada nuevo en Japón, donde los medios de comunicación de masas casi nunca muestran imágenes de restos mortales. En parte, se puede explicar la ausencia de cadáveres por el antiguo tabú existente en la sociedad nipona y en su religión ancestral, el sintoísmo, que consideraba impuros los cuerpos sin vida de personas y animales, y reservaba las labores funerarias y el trabajo con reses muertas a su casta más baja, que vivía segregada del resto de la población.
Posiblemente, ese prejuicio se interiorizó en la cultura y ha automatizado una prevención hacia los cuerpos muertos en generaciones que ya no conocen de castas. Lo cierto es que la exposición de cadáveres en que se prodigan los medios occidentales es algo que deja perplejos a los japoneses de hoy en día. “¿Por qué ponen esta fotografía?” “¿La gente quiere ver esto?” “¿Qué aporta?” “¿Qué pensaran los familiares o amigos al verla?” “¿Te gustaría que te mostraran así?”, te preguntan los japoneses ante una imagen de una masacre o un accidente con víctimas en un periódico occidental.
La última cuestión –¿Te gustaría que te mostraran así? – es importante. Porque en Japón la muerte no se oculta: Quien haya visto la película Despedidas, ganadora de un Oscar en 2009, sabrá que en los ritos funerarios nipones el cuerpo del finado tiene una presencia mucho más central que en los occidentales. Pero el aspecto del fallecido es esencial, ya que la ceremonia es una oportunidad de mostrarle respeto y despedirlo con la dignidad que merece. Ese es el motivo por el que no hemos visto despojos humanos y por el que sí hemos visto a familiares y amigos llorando, pero casi siempre sin desesperación, sin perder el decoro.
viernes, marzo 18, 2011
Mangueras contra la radiactividad
Señor del cielo y padre de la gran familia japonesa
(Photo: Mainichi)http://www.kunaicho.go.jp/eindex.html
Muchos japoneses no saben ni que el emperador de Japón se llama Aki Hito ni que su padre se llamaba Hiro Hito. De hecho, muchos ni siquiera tienen consciencia de que el símbolo viviente de su nación sea un emperador. Pero no es porque desconozcan su existencia sino porque, en vida, se refieren a él como “Tenno”, que literalmente significa “señor del cielo”, y una vez muerto le añaden el nombre que recibe su era. Así, Hiro Hito es el Showa Tenno (tenno de la armonía ilustrada) y Aki Hito será un día Heisei Tenno (tenno de la paz generalizada).
Por ahora, Aki Hito es, según la Constitución, “símbolo del Estado y de la unidad del pueblo”, y no tiene ninguna atribución política más allá de la representación nacional en el exterior y la legitimación de las leyes mediante su rúbrica. Un papel similar al de cualquier monarca constitucional europeo, con la gran diferencia de su legitimidad histórica, que no se remonta a ningún cambio de dinastía más o menos reciente sino al momento mítico del nacimiento de Japón. Hoy en día solo queda un puñado de fanáticos que se crean el origen mítico del país o que consideren a Aki Hito un semi-dios, pero él sigue estando en la cúspide simbólica del sintoísmo, la religión ancestral del país, basada en el culto a la naturaleza y a la familia.
Akihito es jefe del Estado por ley y padre de la gran familia japonesa por costumbre. Por supuesto, entre los 128 millones de japoneses hay muchos que cuestionan ambos roles, pero para la mayoría el tenno es una figura positiva, como mostraban ayer mismo las redes sociales de internet en los muchos mensajes de reacción a su alocución de apoyo a los damnificados por el terremoto: “Muchas gracias. Las palabras de su majestad infunden coraje y ayudan a mucha gente”; “Su majestad se preocupa más que nadie por la felicidad de los japoneses”; “Sus palabras me han calado en el corazón. Estoy orgulloso de ser japonés”.
Más allá del grado de adhesión a su figura, las apariciones públicas de Aki Hito, marcadas siempre por la ceremonia y un estricto sentido de la dignidad de su cargo, sirven a los japoneses para recordarles su pertenencia al grupo, a esa gran familia que es Japón, y hacer que se sientan apoyados frente a la adversidad.