31/3/2007 CRÓNICA DESDE KIOTO// JORDI JUSTE
En Japón el año escolar comienza en abril. Por eso en las últimas semanas del mes de marzo millones de japoneses celebran sus ceremonias de graduación y de entrada en la nueva etapa escolar. Las hay para los párvulos, para los niños de sexto de primaria, para los de tercero de secundaria y de bachillerato y para los de cuarto de carrera en la universidad. No se trata de simples trámites para cambiar de fase en el proceso educativo, sino de sofisticadas puestas en escena cargadas de simbolismo socializador.
En Japón el año escolar comienza en abril. Por eso en las últimas semanas del mes de marzo millones de japoneses celebran sus ceremonias de graduación y de entrada en la nueva etapa escolar. Las hay para los párvulos, para los niños de sexto de primaria, para los de tercero de secundaria y de bachillerato y para los de cuarto de carrera en la universidad. No se trata de simples trámites para cambiar de fase en el proceso educativo, sino de sofisticadas puestas en escena cargadas de simbolismo socializador.
Empezando por las de los párvulos y terminando por las de los universitarios, las ceremonias de graduación y de apertura son actos solemnes, con los protagonistas, sus familiares y sus profesores formalmente vestidos y casi todos los pasos ensayados al milímetro. Son celebraciones casi litúrgicas, donde el director de la escuela o el rector de la universidad ejerce de sumo sacerdote y los participantes le siguen según un guión que se repite desde tiempo inmemorial.
Exagerando muy poco, se podría decir que los japoneses se pasan la vida asistiendo a actos en los que pulen sus célebres dotes de organización y de ceremonia. Entenderlo es fundamental para comprender muchas de las numerosas diferencias de comportamiento entre ellos y nosotros. Para los japoneses es algo tan natural que se les hace muy difícil creer que uno no recuerde haber tenido una ceremonia de ingreso o de graduación en toda su vida estudiantil y, lo que es todavía más raro, que no la eche en falta.
De entre las ceremonias de graduación, las más sonadas son las de las universidades. La inmensa mayoría de los estudiantes japoneses deciden sus empleos futuros a finales del tercer año de universidad o durante el cuarto. Así es que, llegado marzo, ya saben que les será muy difícil reencontrarse con sus compañeros. Muchos conocen los destinos a los que tendrán que trasladarse para pasar un periodo de aprendizaje en la empresa a la que se han atado de por vida, que complementará los cuatro años de facultad, dedicados principalmente a aprender a socializarse y a trabajar en equipo en los clubs y círculos de estudiantes y, en menor medida, a adquirir unos conocimientos muy generales.
En ciudades con un gran número de universidades, como Tokio, Osaka y Kioto, estos días es fácil ver a chicos y chicas sonrientes con su título de licenciatura bajo el brazo. Ellos visten traje oscuro y la mayoría han olvidado el tinte del cabello y han recuperado el color negro natural, al tiempo que algunos intentan disimular esos agujeros que se hicieron en las orejas cuatro años atrás, cuando tal vez aún creían que no iban a seguir la estela conformista de sus padres.Entre las chicas ya es más común que mantengan el cabello teñido en la ceremonia de graduación e incluso en su acceso al mundo laboral, siempre que se trate de colores que no revelen demasiado afán de notoriedad. Para ellas la graduación es una excelente ocasión para ponerse el furisode, el quimono de mangas largas que estrenaron a los 20 años para celebrar su mayoría de edad en otra ceremonia.