11/10/2007 CRÓNICA DESDE KIOTO // JORDI JUSTE El lunes anterior al 10 de octubre es festivo en Japón porque se celebra el día del deporte (taiku no hi). Desde hace ya algunos años, en este país los festivos intersemanales se trasladan automáticamente al primer día de la semana, para no perjudicar los calendarios laborales y escolares y como forma de permitir que los japoneses disfruten de al menos tres días seguidos de vacaciones, algo que de otro modo muchos solo podrían hacer alrededor del 15 de agosto o por Año Nuevo.
Durante las semanas que rodean al taiku no hi, en una gran parte de los centros educativos de Japón se celebran los undo kai, las fiestas del deporte. Los organizadores no son solo las propias guarderías, parvularios, escuelas primarias y secundarias y universidades, sino también empresas y asociaciones de vecinos. En todos los casos la organización implica a un gran número de personas que se movilizan para que todo funcione a la perfección. Vistos con los ojos de un extranjero, los undo kai, más que fiestas para disfrutar del deporte en sí mismo, parecen ejercicios para poner a prueba la salud de la sociedad como conjunto de seres humanos que colaboran para conseguir un objetivo común.
En las escuelas, los alumnos se suelen dividir en dos o tres equipos que integran a chavales de varios cursos. Estos compiten por llegar los primeros a la meta o por meter más bolas que el contrario en el cesto, pero en todo el momento pesa en el aire un espíritu de censura a la alegría excesiva por la victoria. Los niños se preparan durante semanas bajo el sofocante calor de finales de verano, pero más que para ganar, lo hacen para aprender cuál es su sitio en el equipo. El tópico de que lo importante es participar es elevado a la categoría de sentido común.
En los undo kai de barrio, en cuestión de minutos las carpas de las distintas asociaciones participantes están en pie, las banderolas ondeando, las líneas de cal marcadas con precisión milimétrica, y la megafonía revisada y en perfecto funcionamiento. Durante horas se suceden bajo la supervisión de los voluntarios del equipo organizador, actividades en las que participan cientos de personas, desde niños de preescolar hasta ancianos, todas ellas dedicadas a dar lucimiento al trabajo de equipo. Se tira de la cuerda, se corre por tríos con las piernas atadas a los compañeros o se participa en los relevos de mukade, palabra que significa ciempiés y que en este caso se refiere a dos tablas con estribos sobre las que corren cinco personas obligadas a hacer avanzar sus piernas exactamente al mismo tiempo. Normalmente, la copa para el equipo ganador es la misma cada año y solo se añade una cinta de colores con su nombre. Además, hay premios para casi todos los participantes.
Terminado el acto, casi nadie se escaquea y a menudo sobran brazos para guardar los bártulos, reunir hasta la muestra más ínfima de basura y rastrillar el terreno hasta que parezca que nadie lo haya pisado en meses. Al final del día, la impresión que queda es que la sociedad japonesa ha entonado su musculatura y se ha reafirmado en el convencimiento de que lo que realmente importa es organizar.
Durante las semanas que rodean al taiku no hi, en una gran parte de los centros educativos de Japón se celebran los undo kai, las fiestas del deporte. Los organizadores no son solo las propias guarderías, parvularios, escuelas primarias y secundarias y universidades, sino también empresas y asociaciones de vecinos. En todos los casos la organización implica a un gran número de personas que se movilizan para que todo funcione a la perfección. Vistos con los ojos de un extranjero, los undo kai, más que fiestas para disfrutar del deporte en sí mismo, parecen ejercicios para poner a prueba la salud de la sociedad como conjunto de seres humanos que colaboran para conseguir un objetivo común.
En las escuelas, los alumnos se suelen dividir en dos o tres equipos que integran a chavales de varios cursos. Estos compiten por llegar los primeros a la meta o por meter más bolas que el contrario en el cesto, pero en todo el momento pesa en el aire un espíritu de censura a la alegría excesiva por la victoria. Los niños se preparan durante semanas bajo el sofocante calor de finales de verano, pero más que para ganar, lo hacen para aprender cuál es su sitio en el equipo. El tópico de que lo importante es participar es elevado a la categoría de sentido común.
En los undo kai de barrio, en cuestión de minutos las carpas de las distintas asociaciones participantes están en pie, las banderolas ondeando, las líneas de cal marcadas con precisión milimétrica, y la megafonía revisada y en perfecto funcionamiento. Durante horas se suceden bajo la supervisión de los voluntarios del equipo organizador, actividades en las que participan cientos de personas, desde niños de preescolar hasta ancianos, todas ellas dedicadas a dar lucimiento al trabajo de equipo. Se tira de la cuerda, se corre por tríos con las piernas atadas a los compañeros o se participa en los relevos de mukade, palabra que significa ciempiés y que en este caso se refiere a dos tablas con estribos sobre las que corren cinco personas obligadas a hacer avanzar sus piernas exactamente al mismo tiempo. Normalmente, la copa para el equipo ganador es la misma cada año y solo se añade una cinta de colores con su nombre. Además, hay premios para casi todos los participantes.
Terminado el acto, casi nadie se escaquea y a menudo sobran brazos para guardar los bártulos, reunir hasta la muestra más ínfima de basura y rastrillar el terreno hasta que parezca que nadie lo haya pisado en meses. Al final del día, la impresión que queda es que la sociedad japonesa ha entonado su musculatura y se ha reafirmado en el convencimiento de que lo que realmente importa es organizar.
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