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viernes, abril 13, 2012

¿Seguridad nuclear o empleo seguro tras la jubilación?


El desastre de Fukushima no se entiende sin el amakudari, la colocación de altos funcionarios jubilados en empresas relacionadas con las áreas de las que se encargaban desde la Administración. Es una práctica muy extendida, que cada nuevo gobierno de Japón se compromete públicamente a combatir, pero que se mantiene más allá de los habituales relevos en la jefatura del poder ejecutivo.


Ahora se ha sabido que la agencia de investigación nuclear ha concedido contratos por unos ochenta millones de euros a dieciséis compañías que emplean a algunos de sus antiguos trabajadores. Es un caso más de los centenares en los que se crean unos lazos de obligaciones entre la Administración y la industria que hacen de la primera un instrumento al servicio de la segunda.


Normalmente se trata se un problema de uso inmoral de lo que es público y debería imparcial al servicio de unos intereses privados parciales. Pero en el caso de la energía nuclear se corre el riesgo de que el beneficio de una parte se anteponga a la seguridad de todos. Se ha visto en Fukushima y en numerosos otros casos desde que Japón se entregó al uso civil de la energía nuclear.

lunes, octubre 17, 2011

Los héroes de Fukushima

Domingo. El Periódico de Catalunya, 16 de octubre de 2011
“Los cincuenta de Fukushima”, “héroes de Fukushima”, “héroes sin rostro”, “héroes anónimos”, “liquidadores”, “samuráis” y hasta “kamikaze”. Fuera de Japón les hemos llamado de formas diversas, todas ellas con una gran carga de significado y algunas con una evidente falta de conocimientos de historia. En su país, en cambio, prefieren referirse a ellos de forma neutra como “Fukushima genpatsu fukkyu sagyou no sagyouin”, es decir, “trabajadores que se encargan de la recuperación de la central nuclear de Fukushima”. Son los galardonados con el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia 2011, los que, según el jurado, “pusieron en riesgo la propia vida al afrontar, en la central siniestrada y su entorno, las tareas que evitaron una tragedia humana y ambiental de mayores dimensiones, dando al mundo un ejemplo de coraje ante la adversidad, sentido del deber, defensa del bien común y conciencia cívica”.

¿Quiénes son los “héroes de Fukushima”?
El 11 de marzo de 2011 un gran terremoto sacudió el noreste de la isla japonesa de Honshu y, minutos después, una ola gigante arrasó buena parte de la región, mató a unas veinte mil personas y dañó gravemente la central nuclear Fukushima Daiichi. El riesgo de una gran catástrofe obligó a evacuar o confinar a la población de los alrededores y a la gran mayoría de los trabajadores de la central. Pero cincuenta operarios se quedaron intentando evitar o minimizar los daños. Más tarde se unieron a ellos otros operarios de la central, además de bomberos, policías y militares, que participaron en las tareas de desescombro, extinción de incendios, refrigeración del material radiactivo, inspección desde el aire, acordonamiento de la zona y evacuación de la población del área. El día 21 cinco de ellos recibirán el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia en Oviedo. Son el capitán de bomberos Toyohiko Tomioka, los superintendentes de policía Yoshitsugu Oigawa y Masami Watanabe, el coronel Shinji Iwakuma y el teniente coronel Kenji Kato, ambos de las fuerzas armadas.
El coronel Iwakuma es, además de un héroe, un verdadero superviviente de Fukushima. Su vida corrió grave peligro a causa de las explosiones de hidrógeno que se produjeron cuando participaba con sus hombres en las tareas de refrigeración del reactor número 3 de la central siniestrada. El coronel pertenece a una unidad especial de lucha contra armas biológicas y nucleares, y no esperaba que fuera el hidrógeno lo que pudiera causarle la muerte. “Los escombros estuvieron cayendo durante decenas de segundos, pero la sensación fue que aquello duró mucho tiempo”, explicó Iwakuma en junio.

Ningún trabajador de Tepco
No acudirá a recoger el premio ningún trabajador de la central. Ni de esos primeros “cincuenta de Fukushima” ni de los que los han ido relevando hasta hoy en turnos de cincuenta y con un límite de tres horas diarias. Tres de ellos han muerto ya, aunque Tepco, la compañía propietaria de la central, atribuye sus fallecimientos a causas distintas de la radiación.

El primer muerto fue un hombre de 60 años en mayo y la causa oficial del deceso un infarto de miocardio. El segundo tenía 40 años y falleció en agosto a causa de una leucemia fulminante. Trabajaba en las instalaciones de control de descontaminación por las que pasan los trabajadores y se sabe que el examen médico previo a su contratación no había detectado ningún problema de salud y que la autopsia no reveló dosis de radiactividad anormales. En cuanto al tercero, un hombre de 50 años fallecido en octubre, pasó 46 días en el exterior de la central instalando un tanque para tratar el agua contaminada. Por deseo de la familia, no se ha comunicado la causa de su muerte, pero según Tepco no fue ni la radiación ni un exceso de trabajo.
Además de estas tres víctimas mortales, la compañía ha reconocido que algunos de sus trabajadores han estado expuestos a dosis de radiación muy altas, pero no ha revelado qué efectos ha tenido sobre su salud. Tepco tiene un largo historial de mentiras y medias verdades, por lo que es difícil creer que no se conozcan ya consecuencias graves de la radiación sobre la salud de sus trabajadores.

Como una condena a muerte
Durante los días que siguieron al tsunami, las informaciones directas sobre la situación real de los “héroes de Fukushima” se limitaron prácticamente a un correo electrónico en que un trabajador de la central le agradecía desde dentro a un compañero de Tokio su apoyo y le decía: “solo quiero que se sepa que hay mucha gente luchando en la central bajo condiciones muy duras”.
Además, la televisión pública NHK desveló un correo mandado por la hija de un trabajador de la central que decía: “Mi padre trabaja en Fukushima Daiichi. Todavía está ahí, intentando con todas sus fuerzas controlar la situación. Finalmente, hemos podido confirmar que está bien. Pero creemos que están sufriendo mucho por falta de comida. Les dicen que se resignen, como si los hubieran condenado a muerte.”

Pocos rostros
De todas esas personas que tendrán que vivir con gran inquietud el resto de sus vidas, conocemos el rostro o los nombres de muy pocos. Uno de ellos es el capitán del cuerpo de bomberos de Tokio, Toyohiko Tomioka, uno de los “héroes” que estarán en Oviedo. Junto a sus compañeros Yasuo Sato y Yukio Takayama, Tomioka participó en las tareas de extinción dentro de la central durante la primera semana de crisis. Los tres ofrecieron una rueda de prensa el 19 de marzo, a su vuelta a la capital. En ella explicaron las duras condiciones en que tuvieron que trabajar, sobre todo por las altas temperaturas, las dificultades que suponen los trajes especiales que llevaban para protegerse y el hecho de estar afrontando una situación totalmente nueva para todos ellos.
“Vi que era algo muy distinto a lo que habíamos hecho en las prácticas, pero regresé con el convencimiento de que los hombres con que contaba podrían hacer algo. Lo más duro para mí fue decidir quiénes entraban. Todos eran muy conscientes de lo que suponía e hicieron cuanto pudieron. Pero yo tengo que pedir disculpas a sus familias”, dijo el capitán Tomioka emocionado.
Por su parte, el capitán Takayama explicó que la gran novedad para los bomberos fue tener que estar pendientes, sobretodo, de su propia seguridad: “Nuestra principal preocupación fue que cada hombre estuviera expuesto a la radiación el mínimo tiempo imprescindible. Miembros expertos en energía nuclear estaban en todo momento a nuestro lado indicándonos los niveles de radiación”.  

Salvar Japón
Takayama también contó que, antes de partir, se había despedido de su familia mandando un correo electrónico desde el cuartel de bomberos en el que decía: “He recibido una orden y me voy a la central nuclear de Fukushima. Estad tranquilos, porque regresaré”. Su mujer respondió con un escueto “Confiamos en ti y te esperamos”. Más directo, si cabe, fue el intercambio de correos entre el capitán Sato y su esposa. Ante el “Me voy a Fukushima” del jefe de bomberos, su mujer reaccionó con una petición que parece una sentencia: “Sé uno de los salvadores de Japón”.
Los tres capitanes hablaron ante los medios como representantes de sus hombres. Y con ello se convirtieron en tres de las escasas caras conocidas de los “héroes de Fukushima”. Ese protagonismo quizá se lo permitió estar bajo las órdenes del gobernador de Tokio, el populista Shintaro Ishihara, un político que no pierde oportunidad de ser foco de atención. Ishihara aprovechó el acto para dedicarles una declaración pública de agradecimiento. “Gracias de verdad. Habéis decidido el destino de este país. Como representante del pueblo, os muestro nuestra gratitud y os pido que sigáis ejerciendo esta profesión tan noble”, dijo el gobernador.

Un jornal diez veces más alto
Según el periodista y profesor de la universidad Nanzan de Nagoya, Arturo Escandón, la atención que han merecido en Japón los “héroes de Fukushima” ha sido más bien escasa. “Es posible que en España el tema siga vivo por el premio Príncipe de Asturias. Pero aquí, de los héroes, ya se habla poco. En los programas nocturnos de televisión se hizo algún reportaje con trabajadores anónimos. Al comienzo de la crisis, se habló sobre el estrés de esa gente, lo que comían, y cómo se las arreglaban para vivir. Pero ahora hay mucha menos información. Sí se dice que, aparte de los voluntarios, hay muchos que van a Fukushima porque el jornal es 10 veces más alto que el de un trabajador normal. Además, fuera de Japón quizás se les trate como a héroes, pero ya se sabe que aquí el sacrificio es gratuito”, explica Escandón.
En cualquier caso, tanto el jurado de los premios Príncipe de Asturias  como los medios nacionales e internacionales han coincidido en atribuir el carácter de heroico al colectivo, aunque el sacrificio lo hayan hecho individuos. Si comparamos este homenaje con los dispensados a los bomberos y policías muertos en Nueva York el 11-S, vemos claramente como en América se les pone rostros, nombres y apellidos, mientras en Japón permanecen casi todos en el anonimato. Es algo coherente con la gran importancia que le dan los japoneses a la pertenencia al grupo. Y también recuerda su alto sentido del honor y del deber. Lo que lleva a preguntarse hasta qué punto su heroicidad es una opción.
Mientras muchos japoneses siguen trabajando en Fukushima por heroismo, obligación o dinero, la preocupación es que, al hacerlo, siguen expuestos a la radiación que emiten los tres núcleos fundidos. Puede que no sea ya tan grande como en las primeras horas, pero sí suficiente para producir graves efectos sobre su salud. 





Consecuencias fatales

“La falta de información no deja más salida que prever lo que puede pasar con los trabajadores de Fukushima a partir de lo que sucedió en Chernóbil”, afirma el profesor Eduard Rodríguez Farré, investigador del CSIC y experto en los efectos de la radiación en los seres vivos. “Por ejemplo, sabemos que la mayoría de pilotos de helicóptero que participaron entonces en las operaciones desde el aire murió. Y la situación en Fukushima es muy similar. A unos les llamaron liquidadores y a otros les llaman héroes, pero tan héroes eran unos como los otros. Hay muchas similitudes entre Chernóbil y Fukushima, lo que pasa es que, como los soviéticos eran entonces los malos y los japoneses son buenos, la percepción es distinta”.  
El profesor no cree que las protecciones que llevaban los “héroes” de Fukushima les hayan sido muy útiles: “Los trajes y las máscaras solo sirven para evitar la exposición a partículas metálicas suspendidas en el aire, pero no para frenar la radiación que producen los rayos gamma. Contra estos no hay nada que hacer. Por supuesto, todo depende de la radiación a que alguien haya sido expuesto. Por ejemplo, lo pilotos de helicóptero recibieron grandes dosis de radiación”.
Rodríguez Farré advierte sobre lo que se puede prever que les pase ahora a los héroes: “Es de imaginar que se producirán a corto plazo casos de náuseas y pérdida de cabello, y una pérdida de las defensas inmunológicas; y que irá en aumento durante años el número de tumores y de casos de cáncer sobretodo de tiroides y leucemias. Lo que sí es cierto es que desde Chernóbil los tratamientos médicos han mejorado. Por eso es importante que se les haga un seguimiento continuado, como parece que se ha empezado a hacer con los niños del área de Fukushima”.



Heroicidad y tradición
El experto en religiones Tetsuo Yamaori publicó el 16 de abril un artículo en la revista AERA donde defiende que la visión que los japoneses tienen sobre la heroicidad de los Cincuenta de Fukushima muestra un cambio en su sistema de valores. Según la tradición, tan japonés sería el sacrificio de los héroes como la voluntad del pueblo de salvarlos y compartir su destino.
Ha sido la adopción del sistema de valores anglosajón lo que ha hecho que se espere el sacrificio de los “Cincuenta de Fukushima” para salvar a los demás: “Según la idea tradicional japonesa del carácter transitorio de la vida, en Japón podemos optar entre estas dos decisiones: dejamos que los Cincuenta de Fukushima se sacrifiquen y salven nuestro país, o los sacamos a todos de la central nuclear en el momento en que la situación se convierta en demasiado peligrosa y dejamos que la totalidad de la población afronte las consecuencias”.
La serenidad mostrada tras el terremoto se explica precisamente a partir de su tradicional aceptación de la transitoriedad: “Cuando la Madre Naturaleza arrasaba, los japoneses bajaban la cabeza y se agachaban, en lugar de luchar en su contra, y se ponían a pensar en cómo podían rehacer sus vidas”. 

domingo, marzo 20, 2011

¿Seguidismo o responsabilidad?

Jordi Juste. El Periódico de Catalunya, domingo 20 de marzo de 2011
Esta semana han abandonado el área de Tokio miles de ciudadanos extranjeros, mientras que eran muy pocos los japoneses que se movían hacia el sur o el exterior en busca de refugio ante una posible nube radiactiva proveniente de Fukushima. Esta diferencia de actitud no ha respondido a una resignación suicida de los japoneses, sino a que la información que les llegaba en general hablaba de una situación preocupante, pero ni mucho menos de un estado de cosas que pusiera el país a un paso de la hecatombe. Muchos de ellos veían por internet los anuncios apocalípticos que se hacían en el extranjero, pero ante la disonancia con el discurso de los medios nacionales, se quedaban con este.
En cambio, los extranjeros residentes en Tokio veían por internet cómo los gobiernos y medios de comunicación de sus países anunciaban la inevitabilidad de un nuevo Chernóbil y cómo sus familias los conminaban a salir con lo puesto de la capital de Japón, y muchos han acabado por hacerles caso y marcharse. Algunos de ellos, indignados al ver en los medios extranjeros que en Japón había caos y un éxodo masivo, algo que con sus propios ojos comprobaban que no era cierto. Se preguntaban si esos mismos medios tenían credibilidad para anunciar el apocalipsis, pero cedían para tranquilizar a familiares y amigos.
En España, la colonia japonesa asistía perpleja a la enorme preocupación de sus vecinos, que los consolaban antes de hora por la tragedia que estaba a punto de acontecer, mientras sus familiares y amigos les decían desde Japón que no se preocuparan, que la situación en Fukushima era grave pero no para caer en la histeria, y menos en el caso de aquellos que viven en Japón a distancias de la central dañada iguales o superiores a la que hay entre Barcelona y Cádiz.
Los medios japoneses se han consagrado a la cobertura de los efectos del tsunami, primero mostrando la devastación y luego retransmitiendo casi en directo la crisis de Fukushima, cediendo gran parte de su espacio a transmitir tal cual las palabras del portavoz del Gobierno y de los representantes de la compañía eléctrica o a explicarlas para hacerlas más comprensibles para la audiencia. ¿Han actuado de forma irresponsable al contribuir a calmar a la población? ¿Deberían haber preparado a los ciudadanos para un desastre que si se llega a evitar habrá sido por muy poco? Aún tendremos que esperar algún tiempo para poder responder a esta pregunta. Pero, aunque podemos imaginar el dilema al que se han enfrentado, no tenían casi más remedio que fiarse de su Gobierno, de Tepco y de la mayoría de los expertos en centrales nucleares, que apostaban por mantener la calma.
Es cierto que también en Japón se han oído, aunque con sordina, algunas voces de científicos antinucleares conminando al Gobierno a «decir la verdad» y evacuar Tokio cuanto antes, pero para creerles era necesario también un acto de fe. Y, puestos a creer, los medios japoneses han optado por la obediencia, la actitud recomendable en caso de crisis con potencial para terminar en caos.

viernes, marzo 18, 2011

Mangueras contra la radiactividad

JORDI JUSTE
Japón posee abundante tecnología de vanguardia, pero ayer los esfuerzos para lograr refrigerar el núcleo y las barras de combustible de los reactores de la central nuclear Fukushima Daiichi se hacían a base de lanzar agua desde tierra y aire con helicópteros militares, una tanqueta antidisturbios de la policía y camiones de bomberos del Ejército. Los militares lograron hacer llegar el agua hasta el reactor número tres, pero no el vehículo policial, cuya potencia de chorro no alcanzó al objetivo. Al término de las operaciones, militares y policías no presentaban dosis de radiación preocupantes, pero es indudable que su intervención tuvo una gran dosis de heroicidad.
Si hubiéramos imaginado un accidente nuclear en Japón, posiblemente habríamos predecido el uso de sofisticados robots en las tareas para controlar una posible fuga radiactiva. No en vano, Japón es una potencia en el mundo de la robótica desde hace décadas.
Androides
En los últimos años, hemos visto perfeccionadas versiones de máquinas androides que bailan o sirven café o de robots con forma de animal que supuestamente hacen el papel de mascotas. Anécdotas, comparadas con la gran cantidad de máquinas japonesas con gran autonomía que se usan hoy en día en la industria, en todo el mundo, para hacer trabajos pesados o peligrosos que antes exigían la fuerza y el riesgo humanos.
Una explicación al hecho de recurrir a métodos que parecen rudimentarios, en lugar de los tecnológicamente más avanzados, es que los robots modernos se usan en instalaciones modernas, que ya han sido diseñadas para que eso sea posible.
La central nuclear de Fukushima fue construida en los años 70. Pero, aunque fuera una instalación moderna, parece que los daños, provocados por el tsunami primero y luego por las explosiones de hidrógeno, hubieran hecho igualmente difícil el acceso de humanos, humanoides o robots de otra forma.
No es raro ver en Japón la tecnología punta conviviendo con métodos de toda la vida. Al lado de escaleras de aleaciones muy sofisticadas es posible ver otras hechas de bambú, un material abundante y apreciado por su fuerza y ductilidad, y en templos o palacios catalogados como patrimonio de la humanidad, además de extintores y sistemas de aspersión, casi siempre están presentes los cubos rojos preparados para arrojar agua sobre las llamas.
Cultura del esfuerzo
En la cultura japonesa el esfuerzo es muy valorado y tiene un componente sobre todo físico cuyo máximo exponente es el del sacrificio de la propia vida para salvar al grupo. Esta vez, aún no ha sido necesario llegar a tal extremo, pero sí confiar en la pericia de héroes de carne y hueso para tratar de evitar una fuga radiactiva que podría afectar a sus compatriotas y a gente de otros países.
*PERIODISTA