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miércoles, noviembre 09, 2016

El yakuza que inspiró a Bob Dylan




La concesión del Nobel de literatura a Bob Dylan ha servido para recuperar el endémico tema de los límites entre inspiración y plagio en la creación artística. La obra del cantautor de Minnesota está repleta de referencias explícitas a otros artistas, de homenajes y hasta de préstamos literales. Unas veces se trata de compases, otras de frases enteras incrustadas en las letras de sus canciones. Y no siempre han merecido el reconocimiento explícito de Dylan a sus deudores.
Las listas de acreedores de la inspiración de Dylan elaboradas por los conocedores de su obra son diversas, pero suelen coincidir en algunos autores, entre los que destacan Woody Guthrie, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs, William Blake, Bertolt Brecht, Arthur Rimbaud, Ezra Pound, Lev Tolstoi y Junichi Saga. Los nueve primeros son conocidos por gran cantidad de lectores en todo el mundo; el último no es famoso ni entre los amantes de la literatura japonesa. Y, sin embargo, Saga es uno de las fuentes más indiscutibles de las que ha bebido Dylan.
Junichi Saga
Junichi Saga es un médico rural jubilado con sensibilidad y talento literario. En Memorias de un yakuza nos relata sus conversaciones con Eiji Ijichi, padrino de una familia clásica de la mafia japonesa dedicada al juego ilegal. El personaje tiene tanta fuerza que podría ser una creación ficticia, pero no lo es. Ijichi nos atrapa con su propio carácter y nos presenta un elenco de personajes secundarios de gran interés que pasan por su vida: otros jefes de la yakuza, esbirros, jugadores empedernidos, policías, carceleros, mineros revolucionarios, militares, fiscales despiadados, bandidos, asesinos de alma cándida, vendedores ambulantes, comerciantes ricos y pobres, barqueros, estibadores, jornaleros, traficantes de droga, geishas, hijas de buena familia, carabinas, concubinas, prostitutas, camareras, prestamistas, adivinos, vividores...
Se trata de un mundo fascinante y bastante apartado de la imagen de la yakuza que han forjado la literatura y el cine. El moribundo Ijichi no es un asesino despiadado. Tampoco un bandido arrepentido. Simplemente es una persona consciente de haber tenido una vida excepcional. Y que la cuenta con autenticidad, sin ganas de embellecerla ni de justificarla. Eso es lo que atrapa de un libro repleto de frases memorables que suenan con naturalidad. Tantas que es fácil imaginarse a un gran lector como Dylan doblando sus páginas, subrayando frases y añadiendo comentarios al margen. Su uso posterior en su álbum Love and Theft es innegable, más allá de que se pueda considerar legítimo o espurio desde un punto de vista artístico.
Love and Theft     
Love and Theft es el álbum número 43 en la discografía de Dylan. Apareció en 2001 y fue bien recibido por la crítica especializada. David Fricke dijo en el resumen del año para la revista Rolling Stone que «la agresiva claridad de Dylan en Love and Theft es el arte de un hombre embravecido, no amenazado, por la edad y la crisis»; y añadía que su sonido, «en una nación de repente redefinida por la pérdida» (estamos en la América del 9/11), era «un gran consuelo, inspiración y entretenimiento».
Nadie habló entonces de Junichi Saga. Tuvieron que pasar un par de años para que Chris Johnson, un profesor de inglés originario también de Minnesota y residente en Japón, leyera Confessions of a Yakuza, la traducción de John Bester de Asakusa bakuto ichidai. Al parecer, a Johnson, fan de Dylan, le llamó la atención la descripción que el protagonista hace de su padre en una de las primeras páginas del libro: «My old man would sit there like a feudal lord». Rápidamente le recordó la frase «My old man, he’s like some feudal lord» que aparece en el tema Floater, del álbum de su paisano.  A partir del hallazgo, Johnson se dedicó a escrutar el álbum y el libro en busca de otras semejanza y llegó a identificar hasta doce bastante obvias que hizo públicas en la página web Dylanchords.
Deuda no reconocida
El descubrimiento tuvo repercusión en algunos medios japoneses y estadounidenses, generó la polémica que todavía dura y sirvió para que se relanzara el interés por la obra de Saga. Dylan nunca ha querido comentar específicamente el caso. Mikal Gilmore se lo planteó explícitamente en la entrevista que le hizo en 2012 para Rolling Stone, pero el cantante respondió de forma genérica, explicó que la cita es algo común en el mundo de la música y trató de cobardes a los que le acusan de plagio.

El doctor Junichi Saga admitía ya en 2003 al Wall Street Journal que le gustaría que Dylan reconociera su influencia. También que no tenía ninguna intención de demandarlo. Al contrario, Saga siempre se ha mostrado «halagado» por el uso que Dylan hizo de Memorias de un yakuza en Love and Theft. Seguramente, sin este disco, el relato de la vida del oyabun Eiji Ijichi habría pasado sin pena ni gloria, nos hubiéramos perdido un libro excelente y casi nadie sabría quién es Junichi Saga. Dylan y Saga tienen deudas cruzadas. El doctor ha reconocido la suya, esperemos que el cantautor no tarde en hacerlo (ambos tienen ya 75 años).

miércoles, marzo 26, 2014

Memorias de un yakuza: Un descubrimiento

Artículo aparecido en Altaïr.
Cuando me trajeron el libro Memoires d'un yakuza para que estudiara la posibilidad de publicar una versión española, reaccioné con una gran prevención. Un título tan atractivo y la espectacular espalda de mujer tatuada que aparecía en la portada de aquella edición francesa me hicieron temer que aquél fuera un producto con mucho atractivo comercial pero escaso valor literario. Imaginé una historia simple y llena de guiños al lector aficionado a los estereotipos, con unos malos muy malos enzarzados constantemente en sangrientas reyertas entre clanes rivales o en exóticos e incomprensibles rituales iniciáticos. Tampoco me ayudó a afrontar el libro con un espíritu positivo ver que no era una traducción directa del japonés, sino una versión de la inglesaConfessions of a Yakuza que yo recordaba haber visto alguna vez en las estanterías de la librería Kinokuniya de Osaka.
Bastaron, sin embargo, unas páginas de lectura para que me diera cuenta de mi error y admitiera que estaba frente a una obra de gran calidad literaria y enorme interés para alguien deseoso, como yo, de conocer la realidad japonesa desde nuevos ángulos. Rápidamente vi que la narración hecha por Junichi Saga, un médico rural con sensibilidad y talento artístico, de sus conversaciones con Eiji Ijichi, el paciente más apasionante que jamás haya pasado por su consulta, tiene la sangre y los rituales justos y necesarios para ser fiel a los recuerdos del padrino de la Dewaya, una familia clásica de la yakuza, la mafia japonesa dedicada a la explotación de garitos de juego ilegal.
El doctor Saga juega en esta obra, con maestría, los papeles de notario y consejero. Fedatario del anciano delincuente que nos cuenta su historia en primera persona; y consuelo del lector, al que ayuda a comprender su propia fascinación por una vida nada edificante. Saga juega esos dos roles a partir de una renuncia previa a hacer de moralista para condenar o justificar la forma de vida del mafioso; deja, en cambio, que sea él mismo quien explique un destino que «comenzó a torcerse cuando tenía quince años» y que narre, con sus propias palabras, acciones que no es necesario que el lector admita como correctas para que llegue a comprenderlas en el contexto en el que se producen.
El personaje tiene tanta fuerza que podría ser una creación ficticia de la mente del doctor Saga. Pero no lo es, y eso todavía le confiere un mayor magnetismo. Eiji Ijichi nos atrapa con su propio carácter y nos presenta un elenco de personajes secundarios de gran interés: otros jefes de layakuza, esbirros, jugadores empedernidos, policías, carceleros, mineros revolucionarios, militares, fiscales despiadados, bandidos, asesinos de alma cándida, vendedores ambulantes, comerciantes ricos y pobres, barqueros, estibadores, jornaleros, traficantes de droga, geishas, hijas de buena familia, carabinas, concubinas, prostitutas, camareras, prestamistas, adivinos, vividores...
A través de la historia de su vida y de las de esas muchas otras personas que conoció, Eiji Ijichi construye un mosaico del Japón de la primera mitad del siglo XX. Nos muestra la vida en Utsunomiya, una pequeña villa de provincias, y sobretodo en Asakusa, lo más parecido a un casco antiguo de ciudad europea en el Tokio de principios de siglo XX. Pero también nos enseña otros ambientes, como Oiso, una zona residencial para gente bienestante en los alrededores de la gran ciudad; o los confines del imperio, en lo que hoy en día es Corea del Norte.
En esos lugares transcurren las vidas de los personajes, con el telón de fondo de acontecimientos que marcaron la historia del Japón contemporáneo: las luchas obreras, el ascenso al trono de Hirohito, el gran terremoto de Kanto, la expansión del imperio, los bombardeos durante la guerra, la dura posguerra... Este es el decorado histórico ante el que se suceden vidas de personas cuyos nombres no suelen aparecer en los libros de historia.
Una gran parte pertenecen a los bajos fondos. No podría ser de ningún otro modo tratándose de gente que se cruzó directamente con Eiji Ijichi. Pero el suyo es un submundo bastante distinto al que nos han transmitido el cine de Hollywood y las películas de Takeshi Kitano. Sobretodo porque Ijichi era un jefe de una familia tradicional de la yakuza, que no se dedicaba a gestionar burdeles, a traficar con drogas o a colocar en el mercado moneda falsa. Los yakuza auténticos como los de la Dewaya se limitaban entonces a gestionar, con rigor e ingeniosas técnicas demarketing, pero sin trampas, los garitos donde se tiraban los dados y se apostaba a par o impar. Los otros mafiosos, los que fuera de Japón se ha terminado por creer que eran los clásicos, también aparecen en este libro, en muchas ocasiones porque su protagonista se afana en dejar claras las diferencias con los suyos.
Todo esto y más está en las versiones inglesa y francesa, pero la edición de Memorias de un yakuza que ahora publica Altaïr en España tiene valores que no tienen aquellas. Como la inglesa, esta es una traducción directa del japonés; pero, a diferencia de aquella, se trata de una versión íntegra, donde no se han suprimido ni descripciones escabrosas ni expresiones de difícil traducción ni pasajes que a alguien quizá le pudieron parecer digresiones innecesarias para conocer la vida de Eiji Ijichi pero que nosotros consideramos de gran valor literario y testimonial del mundo en el que vivió. 

El autor, Junichi Saga.
Nuestra versión sigue, en cuanto al título, la senda correcta marcada por las ediciones inglesa y francesa. En japonés se titula Asakusa Bakuto Ichidai, outlaw ga mita Nihon no yami, que se podría traducir al español como Una vida de jugador en Asakusa, los bajos fondos japoneses vistos por un fuera de ley. Es un título muy descriptivo y apropiado para el mercado japonés, donde la palabra yakuza es poco menos que tabú y, en contextos formales, se prefiere el términoboryokudan, que significa «grupo violento» y puede servir para referirse a un amplio abanico de asociaciones de malhechores. Para el publico español es mucho más claro Memorias de un yakuza.
En cuanto a la imagen de la portada, en lugar del bello pero engañoso cuerpo de una mujer, se ha preferido la espalda tatuada de un hombre, mucho más próxima a la que aparece descrita por el autor en la primera página del libro. Desgraciadamente, Junichi Saga nunca se atrevió a pedirle permiso a Eiji Ijichi para fotografiar el dragón a punto de comerse a una mujer de pie sobre una flor que decoraba la parte trasera de su torso. Es una lástima, como también que el doctor no tuviera más tiempo para escucharle. Solo nos queda lamentar con él que Eiji Ijichi «se fue a otro mundo, y ya no hay nada que hacer».
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Memorias de un yakuza ha sido traducido por Jordi Juste Garrigós y Shizuko Ono (Juste Ono), está ya a la venta y tendrá su presentación oficial el próximo 29 de abril en el Espai Fòrum de la librería Altaïr de Barcelona. 

domingo, julio 01, 2007

A tiro limpio en Japón


1/7/2007 ALARMA EN UN PAÍS TRADICIONALMENTE SEGURO
• El Gobierno japonés aumenta el control de las armas tras el asesinato del alcalde de Nagasaki
• El armamento ha proliferado en los últimos años entre los mafiosos
JORDI JUSTE.KIOTO
Japón es un país con fama de seguro. En comparación con otras democracias, aquí se cometen pocos robos o crímenes violentos. Sin embargo, en los últimos tiempos se han producido varios tiroteos que han creado alarma social y han obligado a reaccionar al Gobierno.
Sin ir más lejos, el pasado 25 de junio una comisión especial impulsada por el primer ministro, Shinzo Abe, anunció una serie de medidas para mejorar el control de las armas de fuego. El Ejecutivo aumentará las penas para los que violen la ley que regulará las armas y creará una oficina especial en el servicio de aduanas para combatir las importaciones ilegales. Abe ha subrayado: "Japón ya tiene uno de los controles más estrictos del mundo, pero creo que debe ser todavía más exhaustivo".
Crimen sonado
La alarma saltó el pasado 17 de abril, cuando el alcalde de Nagasaki, Itcho Ito, fue asesinado por un pistolero que le tiroteó a quemarropa por la espalda a la salida de su oficina electoral. Y aumentó la preocupación días más tarde, cuando otro mafioso se hizo fuerte en un edificio de apartamentos de las afueras de Tokio después de disparar mortalmente contra un compañero de banda. Un mes después, un exmiembro de otro grupo del crimen organizado mató a un policía e hirió a otro cerca de Nagoya.
Estos incidentes siguen a muchos otros protagonizados por miembros de la Yamaguchi-gumi, la principal organización de la yakuza, la mafia nipona, y sus rivales de la Sumiyoshi-kai. Según los expertos, la lucha está provocada por las pretensiones de la primera, con base en Kobe, de expandirse en la zona de la capital para compensar la pérdida de negocios por la presión policial. La policía tiene censados a más de 80.000 yakuzas. Casi la mitad de ellos pertenecen a la Yamaguchi-gumi o a alguno de los grupos afiliados con que cuenta por todo el país.
En general, la existencia de estos ejércitos de delincuentes no causa graves problemas a la mayoría de la población. Se dedican fundamentalmente a controlar sectores ilegales como la prostitución, la venta de drogas y la protección de locales de ocio nocturno, o a extorsionar a empresas amenazándolas con revelar noticias comprometedoras, pero procuran evitar crearse la animadversión abierta de la sociedad japonesa.
Lo cierto es que el año pasado hubo en Japón solo 53 tiroteos, que se saldaron con dos muertos y 17 heridos. Además, en febrero, el suicidio del jefe de la principal banda asociada en Tokio a la Yamaguchi- gumi se interpretó como una forma de sellar la paz con la Sumiyoshi-kai, por lo que se esperaba que seguiría una época de relativa calma.
Sin embargo, los incidentes han servido para conocer datos que han hecho aumentar la inquietud sobre las armas de fuego. Así, se cree que hay unas 50.000 armas ilegales en el país, la mayoría de ellas en manos de yakuzas, que las compran directamente en el extranjero o usando servicios privados de mensajería internacional.
Pistolas españolas
La policía japonesa trata de controlar este comercio ilegal, pero cada vez consigue interceptar menos importaciones. De las 1.880 armas confiscadas en 1995 se pasó a solo 458 el año pasado. De estas, 68 estaban fabricadas en Japón y el resto en varios países, principalmente EEUU, China y España.
Según los propios yakuzas, la facilidad con la que operan es en parte debida a la falta de pericia de las fuerzas de seguridad. "La caída de las aprehensiones de armas señala únicamente la incompetencia de la policía", declaraba recientemente un pistolero al diario Asahi Shimbun.
Según el mismo periódico, una pistola Smith & Wesson como la que sirvió para asesinar al alcalde de Nagasaki cuesta normalmente unos 700.000 yenes (4.360 euros) en el mercado negro. Sin embargo, su precio puede casi doblarse en situaciones de guerra abierta entre bandas.

viernes, febrero 16, 2007

Un suicidio sella la paz en el seno de la mafia japonesa


16/2/2007 SUCESOS
• Un jefe del segundo grupo 'yakuza' del paíseshalladomuerto en su piso de Tokio
• En los últimos días se había recrudecido la lucha por el control de las actividades ilegales
JORDI JUSTE
El jefe de un importante grupo de la yakuza, la mafia japonesa, fue encontrado muerto ayer por la mañana en su apartamento de Tokio, en lo que parece tratarse de un suicidio. Kazuyoshi Kudo, de 70 años, era dirigente de la Kokusui-kai, que representa en Tokio a la Yamaguchi-gumi, la segunda organización criminal más importante de Japón, un grupo que tiene su base principal en Kobe (oeste del país) y que en los últimos meses se ha visto involucrado en diversos incidentes con su principal rival, la Sumiyoshi-kai, por el control de la capital.

La guerra entre bandas tuvo su punto álgido el pasado 5 de febrero con el asesinato a tiros, a las diez de la mañana y en plena calle del centro de Tokio, de Ryoichi Sugiura, de 43 años y jefe de la Kobayashi-kai, afiliada a la Sumiyoshi-kai. Durante toda la semana pasada, siguieron varios tiroteos entre miembros de las organizaciones rivales, también en Tokio. Sin embargo, en los últimos días habían aparecido informaciones que apuntaban a un acuerdo para poner fin a las hostilidades, iniciadas por el control de las actividades ilegales en el barrio de Roppongi, una de las zonas de entretenimiento de la capital japonesa.

REPARTO DEL NEGOCIO

Según publicó hace unos días el diario Asahi Shimbun, el jueves pasado, dirigentes de la Yamaguchi-gumi y de la Sumiyoshi-kai se reunieron para aclarar los términos del reparto del negocio de protección en Roppongi. "El pacto original establecía el pago mensual de un porcentaje de los beneficios a la Kokusui-kai, pero últimamente se hacían entregas únicas de sumas, aunque solo durante las épocas tradicionales de regalos, en verano y fin de año", explicó una fuente de la policía al Asahi Shimbun. En la reunión con la Sumiyoshi-kai, los jefes de la Yamaguchi-gumi habrían admitido la responsabilidad de sus afiliados en el asesinato de Sugiura y, en consecuencia, habrían aceptado pagar una indemnización.

DISCIPLINA INTERNA

El suicidio de ayer podría ser parte del acuerdo entre bandas criminales o un acto de asunción de responsabilidad por parte del jefe de la Kobayashi-kai ante sus superiores de la Yamaguchi-gumi. De hecho, los distintos grupos de la yakuza se caracterizan por una fuerte disciplina interna y por muestras de fidelidad y contrición en forma de sacrificios, como el corte de partes de los dedos.Hasta fechas recientes, la Yamaguchi-gumi se había mantenido en su feudo del oeste de Japón, pero en el 2005 llegó a un acuerdo de afiliación con la Kokusai-kai y empezó a exigir una parte mayor de los ingresos por las actividades criminales en Tokio y unos pagos más regulares. Por su parte, la Sumiyoshi-kai y otros grupos de la zona de Tokio ven con gran recelo los intentos de la Yamaguchi-gumi por establecerse en su región.