Crónica desde Osaka
Jordi Juste
En el sur de Osaka, en el centro del barrio llamado Shinsekai (nuevo mundo), se alza desde hace cincuenta años Tsutenkaku (la torre que llega al cielo), una estructura metálica de 103 metros de altura en la que destacan los neones publicitarios de una famosa marca de productos electrónicos. No es especialmente bonita ni alta, pero para la gente de Osaka tiene un gran valor simbólico. Tsutenkaku representa el afán de superación japonés y el espíritu comercial de la región de Kansai. Las bodas de plata han servido para sacarle lustre a la torre y para recordar el llamado “milagro” que convirtió un país vencido y debastado en la segunda potencia económica mundial.
Jordi Juste
En el sur de Osaka, en el centro del barrio llamado Shinsekai (nuevo mundo), se alza desde hace cincuenta años Tsutenkaku (la torre que llega al cielo), una estructura metálica de 103 metros de altura en la que destacan los neones publicitarios de una famosa marca de productos electrónicos. No es especialmente bonita ni alta, pero para la gente de Osaka tiene un gran valor simbólico. Tsutenkaku representa el afán de superación japonés y el espíritu comercial de la región de Kansai. Las bodas de plata han servido para sacarle lustre a la torre y para recordar el llamado “milagro” que convirtió un país vencido y debastado en la segunda potencia económica mundial.
Hace medio siglo Japón salía de las ruinas en las que lo habían dejado convertido los bombardeos aéreos al final de la segunda guerra mundial. En 1945 los ataques de los B-29 se habían cebado especialmente en las zonas industriales del país, entre ellas Osaka. Japón fue derrotado y la mayoría de sus ciudades arrasadas, pero en pocos años sus factorías volvían a echar humo y sus industriales se preparaban para el asalto a los mercados internacionales. Al mismo tiempo, en el sur de Osaka, los comerciantes de Shinsekai se unían para levantar de nuevo Tsutenkaku en el lugar donde había estado desde 1912 hasta 1943, cuando el gobierno decidió desmantelarla para negarle a la aviación americana un valiosos punto de referencia.
Regreso al pasado
Como tantas cosas en Japón, el nombre del barrio que rodea Tsutenkaku se presta a engaño. Más que un nuevo mundo, Shinsekai parece una máquina del tiempo que nos acerca a ese 28 de octubre de 1956 en que se inauguró la nueva torre. En sus callejuelas encontramos vetustos locales para jugar al shogi, al go o al mahjong , bares para beber y comer de pie donde suenan viejas canciones, barberías como las de antes, tiendas de ropa anticuada, bicicletas oxidadas y muchos hombres solitarios. “La mayoría de la gente que va a divertirse a Shinsekai quiere disfrutar de la soledad”, explica el novelista Toshizo Namba. Otro rasgo que define el barrio son los olores: a sudor, a sake, a cerveza, a kushikatsu (pinchos de carne asada), a sopa de fideos, a polvo, a ropa vieja y a óxido.
Además de la torre, Shinsekai tiene dos símbolos, el enorme fugu (pez globo) que cuelga de la fachada del restaurante Tsuboraya y Biliken, un muñeco con aspecto de duende que tiene su origen en los Estados Unidos de principios de siglo XX y que es venerado aquí como dios de la felicidad y de “las cosas como deben ser”.
El fugu y Biliken son como los dos guardianes deformes que vigilan la entrada a un mundo masculino, hortera, kitsch y ramplón, pero con sabor, que sigue conviviendo con el Japón de las sutilezas artísticas, de los grandes rascacielos y del tren bala. En un mundo dominado por la experiencia virtual y donde las ciudades parecen cada vez más parques temáticos para turistas, Tsutenkaku es como un faro para los aventureros que buscan sensaciones auténticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario