Crónica desde Kioto
Jordi Juste
El 15 de noviembre es el día de Shichi-go-san (literalmente, siete-cinco-tres), la fecha en que las familias japonesas llevan a sus hijas de 3 o 7 años y a sus hijos de 5 al santuario sintoísta para celebrar un rito en que se ruega a los kami (dioses) por la salud de los niños. La costumbre es acudir al santuario más próximo al domicilio, pero en los últimos tiempos muchas familias escogen otros más famosos, como Meiji o Yasukuni, en Tokio, y Heian o Yasaka, en Kioto. Como no es día festivo, la celebración se prolonga durante todo el mes, especialmente durante los fines de semana.
La ceremonia dura menos de media hora, pero sirve para que los niños tengan su primer contacto importante con el shinto (camino de los dioses), la religión autóctona de Japón, a excepción del Omiyamairi, que se celebra cuando todavía son bebés. Hoy en día los familiares acuden normalmente al santuario elegantemente vestidos, al estilo occidental casi todos los hombres y la mayoría de mujeres. Los protagonistas, en cambio, suelen ir con quimono (haori y hakama en el caso de los niños), aunque es posible también ver a algunos vestidos como si fueran a hacer la primera comunión en una iglesia católica.
En realidad, el carácter religioso de Shichigosan es muy relativo. El papel de la religión en la vida de la mayoría de japoneses es escaso. Su rol primordial es el de facilitar los ritos de paso que marcan las etapas importantes de la existencia. Por eso los japoneses eligen la religión que ofrece el ceremonial más adecuado para cada caso, de modo que se dice a menudo que son sintoístas al nacer, cristianos al casarse y budistas al morir.
La celebración de Shichi-go-san es una tradición originada en la corte hace más de mil años, que posteriormente pasó a la clase samurái y de esta al pueblo llano. Los números 3, 5 y 7 son consistentes con la numerología japonesa, que considera de buena suerte los impares y evita a toda costa el 4 porque en japonés se pronuncia shi, que también significa “muerte”.
El rito se celebra en el honden, el edificio principal, donde un sacerdote procede a purificar a los asistentes y luego lee una pregaria en la que se incluye el nombre del niño para desearle salud. A la salida del honden el santuario obsequia a los niños con chitoseame (caramelos de los mil años), para asegurar su longevidad, y con diversos omamori (amuletos). La celebración posterior depende de cada familia, aunque es habitual comer con los más allegados.
Shichi-go-san es también una fiesta importante para los fotógrafos, que prestan sus servicios en estudios o en el recinto del santuario para inmortalizar uno de los momentos importantes en la vida de cualquier japonés. Las cámaras digitales han puesto las cosas fáciles a las familias para ahorrarse el gasto del fotógrafo, pero todavía son muchas las que contratan los servicios de profesionales.
La vida urbana moderna ha eliminado, también aquí, muchas de las celebraciones ligadas a los ciclos de la naturaleza y la vida humana, pero algunas como Shichi-go-san permanecen. En Japón cada vez hay menos niños y menos adultos creyentes, pero parece que los padres siguen sintiendo la inclinación de ir al santuario a rogar a los kami por la salud de sus hijos.
Jordi Juste
El 15 de noviembre es el día de Shichi-go-san (literalmente, siete-cinco-tres), la fecha en que las familias japonesas llevan a sus hijas de 3 o 7 años y a sus hijos de 5 al santuario sintoísta para celebrar un rito en que se ruega a los kami (dioses) por la salud de los niños. La costumbre es acudir al santuario más próximo al domicilio, pero en los últimos tiempos muchas familias escogen otros más famosos, como Meiji o Yasukuni, en Tokio, y Heian o Yasaka, en Kioto. Como no es día festivo, la celebración se prolonga durante todo el mes, especialmente durante los fines de semana.
La ceremonia dura menos de media hora, pero sirve para que los niños tengan su primer contacto importante con el shinto (camino de los dioses), la religión autóctona de Japón, a excepción del Omiyamairi, que se celebra cuando todavía son bebés. Hoy en día los familiares acuden normalmente al santuario elegantemente vestidos, al estilo occidental casi todos los hombres y la mayoría de mujeres. Los protagonistas, en cambio, suelen ir con quimono (haori y hakama en el caso de los niños), aunque es posible también ver a algunos vestidos como si fueran a hacer la primera comunión en una iglesia católica.
En realidad, el carácter religioso de Shichigosan es muy relativo. El papel de la religión en la vida de la mayoría de japoneses es escaso. Su rol primordial es el de facilitar los ritos de paso que marcan las etapas importantes de la existencia. Por eso los japoneses eligen la religión que ofrece el ceremonial más adecuado para cada caso, de modo que se dice a menudo que son sintoístas al nacer, cristianos al casarse y budistas al morir.
La celebración de Shichi-go-san es una tradición originada en la corte hace más de mil años, que posteriormente pasó a la clase samurái y de esta al pueblo llano. Los números 3, 5 y 7 son consistentes con la numerología japonesa, que considera de buena suerte los impares y evita a toda costa el 4 porque en japonés se pronuncia shi, que también significa “muerte”.
El rito se celebra en el honden, el edificio principal, donde un sacerdote procede a purificar a los asistentes y luego lee una pregaria en la que se incluye el nombre del niño para desearle salud. A la salida del honden el santuario obsequia a los niños con chitoseame (caramelos de los mil años), para asegurar su longevidad, y con diversos omamori (amuletos). La celebración posterior depende de cada familia, aunque es habitual comer con los más allegados.
Shichi-go-san es también una fiesta importante para los fotógrafos, que prestan sus servicios en estudios o en el recinto del santuario para inmortalizar uno de los momentos importantes en la vida de cualquier japonés. Las cámaras digitales han puesto las cosas fáciles a las familias para ahorrarse el gasto del fotógrafo, pero todavía son muchas las que contratan los servicios de profesionales.
La vida urbana moderna ha eliminado, también aquí, muchas de las celebraciones ligadas a los ciclos de la naturaleza y la vida humana, pero algunas como Shichi-go-san permanecen. En Japón cada vez hay menos niños y menos adultos creyentes, pero parece que los padres siguen sintiendo la inclinación de ir al santuario a rogar a los kami por la salud de sus hijos.
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