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miércoles, marzo 26, 2014

Memorias de un yakuza: Un descubrimiento

Artículo aparecido en Altaïr.
Cuando me trajeron el libro Memoires d'un yakuza para que estudiara la posibilidad de publicar una versión española, reaccioné con una gran prevención. Un título tan atractivo y la espectacular espalda de mujer tatuada que aparecía en la portada de aquella edición francesa me hicieron temer que aquél fuera un producto con mucho atractivo comercial pero escaso valor literario. Imaginé una historia simple y llena de guiños al lector aficionado a los estereotipos, con unos malos muy malos enzarzados constantemente en sangrientas reyertas entre clanes rivales o en exóticos e incomprensibles rituales iniciáticos. Tampoco me ayudó a afrontar el libro con un espíritu positivo ver que no era una traducción directa del japonés, sino una versión de la inglesaConfessions of a Yakuza que yo recordaba haber visto alguna vez en las estanterías de la librería Kinokuniya de Osaka.
Bastaron, sin embargo, unas páginas de lectura para que me diera cuenta de mi error y admitiera que estaba frente a una obra de gran calidad literaria y enorme interés para alguien deseoso, como yo, de conocer la realidad japonesa desde nuevos ángulos. Rápidamente vi que la narración hecha por Junichi Saga, un médico rural con sensibilidad y talento artístico, de sus conversaciones con Eiji Ijichi, el paciente más apasionante que jamás haya pasado por su consulta, tiene la sangre y los rituales justos y necesarios para ser fiel a los recuerdos del padrino de la Dewaya, una familia clásica de la yakuza, la mafia japonesa dedicada a la explotación de garitos de juego ilegal.
El doctor Saga juega en esta obra, con maestría, los papeles de notario y consejero. Fedatario del anciano delincuente que nos cuenta su historia en primera persona; y consuelo del lector, al que ayuda a comprender su propia fascinación por una vida nada edificante. Saga juega esos dos roles a partir de una renuncia previa a hacer de moralista para condenar o justificar la forma de vida del mafioso; deja, en cambio, que sea él mismo quien explique un destino que «comenzó a torcerse cuando tenía quince años» y que narre, con sus propias palabras, acciones que no es necesario que el lector admita como correctas para que llegue a comprenderlas en el contexto en el que se producen.
El personaje tiene tanta fuerza que podría ser una creación ficticia de la mente del doctor Saga. Pero no lo es, y eso todavía le confiere un mayor magnetismo. Eiji Ijichi nos atrapa con su propio carácter y nos presenta un elenco de personajes secundarios de gran interés: otros jefes de layakuza, esbirros, jugadores empedernidos, policías, carceleros, mineros revolucionarios, militares, fiscales despiadados, bandidos, asesinos de alma cándida, vendedores ambulantes, comerciantes ricos y pobres, barqueros, estibadores, jornaleros, traficantes de droga, geishas, hijas de buena familia, carabinas, concubinas, prostitutas, camareras, prestamistas, adivinos, vividores...
A través de la historia de su vida y de las de esas muchas otras personas que conoció, Eiji Ijichi construye un mosaico del Japón de la primera mitad del siglo XX. Nos muestra la vida en Utsunomiya, una pequeña villa de provincias, y sobretodo en Asakusa, lo más parecido a un casco antiguo de ciudad europea en el Tokio de principios de siglo XX. Pero también nos enseña otros ambientes, como Oiso, una zona residencial para gente bienestante en los alrededores de la gran ciudad; o los confines del imperio, en lo que hoy en día es Corea del Norte.
En esos lugares transcurren las vidas de los personajes, con el telón de fondo de acontecimientos que marcaron la historia del Japón contemporáneo: las luchas obreras, el ascenso al trono de Hirohito, el gran terremoto de Kanto, la expansión del imperio, los bombardeos durante la guerra, la dura posguerra... Este es el decorado histórico ante el que se suceden vidas de personas cuyos nombres no suelen aparecer en los libros de historia.
Una gran parte pertenecen a los bajos fondos. No podría ser de ningún otro modo tratándose de gente que se cruzó directamente con Eiji Ijichi. Pero el suyo es un submundo bastante distinto al que nos han transmitido el cine de Hollywood y las películas de Takeshi Kitano. Sobretodo porque Ijichi era un jefe de una familia tradicional de la yakuza, que no se dedicaba a gestionar burdeles, a traficar con drogas o a colocar en el mercado moneda falsa. Los yakuza auténticos como los de la Dewaya se limitaban entonces a gestionar, con rigor e ingeniosas técnicas demarketing, pero sin trampas, los garitos donde se tiraban los dados y se apostaba a par o impar. Los otros mafiosos, los que fuera de Japón se ha terminado por creer que eran los clásicos, también aparecen en este libro, en muchas ocasiones porque su protagonista se afana en dejar claras las diferencias con los suyos.
Todo esto y más está en las versiones inglesa y francesa, pero la edición de Memorias de un yakuza que ahora publica Altaïr en España tiene valores que no tienen aquellas. Como la inglesa, esta es una traducción directa del japonés; pero, a diferencia de aquella, se trata de una versión íntegra, donde no se han suprimido ni descripciones escabrosas ni expresiones de difícil traducción ni pasajes que a alguien quizá le pudieron parecer digresiones innecesarias para conocer la vida de Eiji Ijichi pero que nosotros consideramos de gran valor literario y testimonial del mundo en el que vivió. 

El autor, Junichi Saga.
Nuestra versión sigue, en cuanto al título, la senda correcta marcada por las ediciones inglesa y francesa. En japonés se titula Asakusa Bakuto Ichidai, outlaw ga mita Nihon no yami, que se podría traducir al español como Una vida de jugador en Asakusa, los bajos fondos japoneses vistos por un fuera de ley. Es un título muy descriptivo y apropiado para el mercado japonés, donde la palabra yakuza es poco menos que tabú y, en contextos formales, se prefiere el términoboryokudan, que significa «grupo violento» y puede servir para referirse a un amplio abanico de asociaciones de malhechores. Para el publico español es mucho más claro Memorias de un yakuza.
En cuanto a la imagen de la portada, en lugar del bello pero engañoso cuerpo de una mujer, se ha preferido la espalda tatuada de un hombre, mucho más próxima a la que aparece descrita por el autor en la primera página del libro. Desgraciadamente, Junichi Saga nunca se atrevió a pedirle permiso a Eiji Ijichi para fotografiar el dragón a punto de comerse a una mujer de pie sobre una flor que decoraba la parte trasera de su torso. Es una lástima, como también que el doctor no tuviera más tiempo para escucharle. Solo nos queda lamentar con él que Eiji Ijichi «se fue a otro mundo, y ya no hay nada que hacer».
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Memorias de un yakuza ha sido traducido por Jordi Juste Garrigós y Shizuko Ono (Juste Ono), está ya a la venta y tendrá su presentación oficial el próximo 29 de abril en el Espai Fòrum de la librería Altaïr de Barcelona. 

viernes, junio 22, 2007

Carme Ruscalleda en Tokio







Jordi Juste
Hace tres años abrió en Nihonbashi, en el corazón de Tokio, el Sant Pau, hermano casi clónico del restaurante de Carme Ruscalleda en Sant Pol de Mar. En este período ella y su marido, Toni Balam, han viajado regularmente a Japón para supervisar el trabajo en el restaurante. Las visitas son cortas y la agenda intensa, pero siempre les queda tiempo para salir a descubrir lugares o probar nuevos sabores. Su último viaje les ha permitido disfrutar de los alrededores del palacio imperial, conocer el ambiente popular de Asakusa y probar uno de los bocados más polémicos de la cocina japonesa.
Un amor difícil
La primera visita de Carme y Toni a Japón fue con la idea de que tal vez sería la última. Llevaban tiempo rechazando las invitaciones del empresario restaurador Yuji Shimoyama para que abrieran una sucursal en su país. Ninguno de los dos veía claro cómo podían teledirigir un negocio en un lugar situado a miles de kilómetros de Sant Pol y separado por una distancia cultural enorme.
Sin embargo, la estrategia de Shimoyama pudo con sus defensas. El convincente emprendedor les llevó una maqueta del Sant Pau en su futuro emplazamiento y, ante la visión del proyecto como algo real, decidieron desplazarse y ver con sus propios ojos si aquello era algo más que el desvarío de un quijote japonés. Una vez en Nihonbashi se dieron cuenta de que los invitaban a ofrecer su arte en el corazón de un país donde la seriedad en el trabajo es casi sagrada, y ya no pudieron negarse.
Balance positivo
Tres años después de la inauguración, y a dos de que expire su contrato, Carme Ruscalleda valora muy positivamente la experiencia: “El restaurante va creciendo con clientes repetidores. Estamos contentos de esa gente que viene preparada y con ilusión. Eso es lo que quieres, y no el cliente que pasa por casualidad. Tenemos japoneses, occidentales que viven en Tokio, personas de otros países de Asia y hasta catalanes que están por aquí. Hay japoneses que nos dicen que nuestra comida tiene un concepto parecido a su tradicional kaiseki. Por ejemplo, nosotros tampoco repetimos en una misma comida ninguna técnica ni ningún ingrediente”.
Sobre la Guía Michelín de Tokio, que aparecerá en octubre, Carme se muestra ilusionada pero realista: “Trabajamos para tener una buena calificación. Si no la obtenemos no nos arrugaremos, pero sería muy bueno que nos dieran alguna estrella. Querer tres sería no tocar con los pies en el suelo”. “El problema para Michelín es que en Japón se come muy bien y por eso tendrán problemas para escoger. Esto no es como Estados Unidos, aquí hay una gran cocina francesa e italiana, pero también japonesa y china”, tercia Toni.
Sutileza y buen gusto
Los días que el trabajo no les permite alejarse demasiado, Carme y Toni aprovechan para disfrutar de comercios del barrio, como la casa de tés Yamamotoyama o la papelería Haibara. “Nos encanta el té, el servicio, la atmósfera... El único problema es que ahí nadie habla inglés. Pero es un sitio encantador. Con la papelería pasa lo mismo. Los papeles japoneses me emocionan. Los tactos, los colores... Es una tienda preciosa”, explica Ruscalleda, que también rememora con pasión sus visitas al mercado central de Tsukiji, que se encuentra a pocos minutos del Sant Pau: “Es espectacular ver la subasta de los atunes, todavía con el sistema tradicional. Y, además, sorprende que con todos esos pescados el mercado no apesta”.
Precisamente, entre las cosas que destaca Carme de Japón están la limpieza y la cortesía. “Nosotros, cuando despedimos a un cliente, salimos a la puerta, le deseamos un buen día, le decimos adiós y cerramos. Los japoneses no, ellos se quedan hasta que el cliente se pierde de vista. Nosotros somos más chapuceros”, explica antes de contar que una vez vino cuando los cerezos estaban en flor, y se quedó asombrada, no sólo de la belleza natural, sino sobre todo de que los parques estaban llenos de gente bebiendo, pero cuando se levantaban todo quedaba perfectamente limpio, como si nadie hubiera estado allí.
Jornada de trabajo
La conversación con Carme y Toni en el Sant Pau se ve interrumpida repetidas veces por sus quehaceres. Toni ayuda a planchar manteles o da instrucciones a la directora, Rie Yasui, formada en Sant Pol. Mientras, en la planta baja, Carme supervisa el trabajo en la cocina, donde tiene también a una persona de su confianza, el francés Jérôme Quilbeuf, con el que se comunica a diario durante todo el año para asegurarse de que las adaptaciones del menú se llevan a cabo sin perjuicio de la calidad. El principal problema son los ingredientes. Muchos se importan expresamente, pero los productos frescos hay que comprarlos aquí, y a veces no es fácil, como explica Carme: “Por ejemplo, no hay merluza, por eso tuvimos que usar un pescado que se llama amadai, que nos dió ese sabor, esa textura suave, esa piel frágil...”.
Imperial y popular
La conversación sigue por la tarde por las calles de Ginza, el barrio con el terreno comercial más caro del mundo. Toni aprovecha para ver accesorios para la nueva cámara que se ha comprado para fotografiar platos, mientras Carme se dedica a observar a los viandantes y se interesa por los expositores de comida que hay a la puerta de los restaurantes más populares.
El paseo prosigue por la parte exterior de los jardines del palacio imperial. Comentan la belleza de los recortados pinos, del foso con sus cisnes, de la muralla..., pero Carme hace también alarde de su capacidad para la observación del detalle admirando la textura de unas enormes piedras que hacen de parapeto para impedir el acceso de coches.
Desde el centro tomamos el metro para ir a Asakusa, junto al río Sumida, donde hasta el siglo XIX se encontraba el barrio del placer de la antigua Edo. Hoy en día el comercio carnal está concentrado lejos de Asakusa, que sí ha mantenido un aire popular marcado por los millones de peregrinos y turistas que acuden a su templo budista pasando por kaminarimon (la puerta del relámpago), famosa por su enorme lámpara roja de papel. A parte del templo, a Carme le llaman la atención la atención los rickshaw para pasear turistas y los puestos de comida, especialmente uno donde preparan okonomiyaki.
Ballena
A la caída de la tarde un taxi nos lleva a través de la ciudad hasta Shibuya, donde nos esperan en el Kujiraya, un restaurante especializado en ballena, animal cuya caza Japón sigue practicando con el pretexto de la investigación científica. El menú consiste en una gran cantidad de platos a base del cetáceo, como beicon de ballena, sashimi, ballena frita, lengua de ballena, piel de ballena, cazuela de ballena... Llegados los postres, el camarero se presenta con la broma de la casa, anunciando que el helado no es de ballena sino de té verde. La verdad es que es todo un alivio.
Para Carme ha sido interesante comprobar como la ballena recuerda mucho al cerdo. Se ha pasado la cena observando con detalle, haciendo preguntas y tomando notas, y se ha llevado como recuerdo un trozo de piel que parece más un retal de traje de buzo que algo comestible. Por su parte, Toni se muestra abiertamente decepcionado. Ambos coinciden en que lo mejor de la cena ha sido la cazuela, pero no por los trozos de ballena que contiene sino por el caldo dashi, las excelentes verduras, las exquisitas setas shitake y los famosos fideos udon de la provincia de Akita.
La cena ha sido temprano porque ellos tienen que volver al Sant Pau. El viaje de vuelta a Nihonbashi sirve para recordar lo mucho que les queda por ver de esta gran ciudad. Comentan que todavía no han subido a Tokyo Tower, la réplica de la Tour Eiffel, pero que quizás sea mejor ir a la Mori Tower, de Roppongi Hills, que es ahora la principal atalaya de la ciudad. De momento aprovecharán los dos años que les quedan de contrato para seguir viniendo a enseñar y a aprender. Pasado ese tiempo se plantearán si el esfuerzo merece la pena. Decidan lo que decidan, está claro que Tokio ha dejado en ellos una huella indeleble.